"¿Cuál es el animal más importante para el ser humano? En tiempos
prehistóricos, el perro ayudó a que el hombre –cazador y recolector– se
transformara en el máximo predador. Más tarde, la civilización humana se
construyó a lomos del caballo.
Pero hace alrededor de 11.500 años,
cuando el hombre empezó a construir asentamientos permanentes y creó la
agricultura, las abejas surgieron como el animal decisivo para la
supervivencia humana. (...)
Lamentablemente, en los últimos tiempos, no hemos tratado bien a
nuestras amigas las abejas. Se estima que la utilización de pesticidas
–sobre todo los neonicotidenoides, que se emplean regularmente con el
maíz, la soja, la colza y otros cereales, como también muchas frutas y
vegeteles– ha matado a unos 250 millones de abejas en pocos años.
Aplicados a las plantas, los neonicotidenoides viajan por su sistema
vascular y aparecen las raíces, el polen y el néctar que es llevado por
las abejas a su colmena, pero también a otros seres vulnerables que
estaban en la mira, desde las lombrices de tierra a los pájaros e
incluso los murciélagos.
En una entrevista de 2912, el
doctor Reese Halter, biólogo conservacionista, experto en abejas y
presentador de la serie televisiva Dr. Reese’s Planet, de PBS
Nature, dijo: “Es muy claro que las abejas están tratando de decirnos
algo. La forma en que estamos operando... no funciona. Hemos perdido un
cuarto de billón de abejas, muertas prematuramente, en los últimos
cuatro años”.
Esta drástica disminución de la población de abejas ha
sido atribuida al Trastorno del Colapso de la Colmenas (CCD, por sus
siglas en inglés), una combinación de efectos letales, entre los que se
incluyen patógenos, parásitos y pesticidas que han diezmado las colmenas
desde al menos 2006.
El mes pasado, la Asociación de Información sobre las Abejas, una
entidad académica sin fines de lucro sostenida por el departamento de
Agricultura de EEUU y el Instituto Nacional de Alimentos y Agricultura,
publicó los resultados de una encuesta realizada a más de 6.000
apicultores de Estados Unidos.
Descubrieron que entre abril de 2014 y
abril de 2015 los apicultores del norte habían perdido casi la mitad (48
por ciento) de sus colonias. En el mismo periodo, los apicultores del
sur de EEUU perdieron el 37 por ciento de sus colmenas.
Un
conjunto cada vez mayor de evidencias apunta a uno de los culpables de
la muerte de las abejas: un tipo de pesticidas de base nicotínica
conocidos como neonicotidenoides. En enero un grupo de 30 científicos de
distintas disciplinas, la Fuerza de Tareas sobre Pesticidas Sistémicos,
revisaron –en calidad de pares– 1.121 documentos publicados en los
últimos cinco años, entre ellos algunos patrocinados por la industria.
En su informe, llamado Evaluación integral del impacto de los pesticidas sistémicos en la bíodiversidad y los ecosistemas
(WIA, por sus siglas en inglés), los científicos arribaron a la
conclusión de que “aunque no era esa la intención, el actual uso
profiláctico a gran escala de insecticidas sistémicos está ocasionando
importantes consecuencias negativas desde el punto de vista ecológico”.
Especialmente
encontraron que “los neonicotidenoides, al nivel real de
contaminación... por lo general tiene indeseados efectos negativos en la
fisiología y la supervivencia de una amplia variedad de invertebrados
en todos los hábitats: terrestre, acuático, marino y fondos de los
mares, ríos y lagos.
Dicho más simplemente: además de a las abejas, los
neonicotidenoides matan a una enorme diversidad de especies necesarias
para la salud y el funcionamiento de los ecosistemas, como las mariposas
(que también son polinizadoras), las lombrices y los caracoles (ambos
ayudan a mantener la salud del suelo).
Aún más; los
científicos fueron claros: “Se ha comprobado que el imidacopride (un
neonicotidenoides (el insecticida más utilizado en el mundo) y el
fipronil (un insecticida de la familia de los fenipirazoles) son tóxicos
para muchas aves y la mayoría de los peces, respectivamente”.
También
concluyeron que el imidacopride, el fipronil y el clothianidin (un
neonicotidenoide) tienen efectos subletales, que van desde las
consecuencias genotóxicas a las citotóxicas, problemas inmunitarios,
reducción del crecimiento y el éxito reproductivo, frecuentemente a
dosis bien por debajo de la asociada con la mortalidad.
El empleo de
imidacopride y clothianidin en el tratamiento de las semillas de algunos
cultivos pone en riesgo a los pájaros pequeños; la ingesta de unas
pocas semillas tratadas puede causar la muerte o problemas reproductivos
en las especies aviarias más sensibles”.
Está claro que no
hemos aprendido las lecciones de los primeros conservacionistas. En
1962, Rachel Carson escribió en su libro fundamental Silent Spring,
¿Puede alguien creer que es posible depositar semejante aluvión de
venenos en la superficie de la Tierra sin convertirla en inhabitable
para cualquier ser viviente? No deberían llamarse ‘insecticidas’ sino
‘biocidas’”.
Seis
meses antes de que se publicara el informe WIA, el Consejo para la
Defensa de los Recursos Naturales (NRDC, por sus siglas en inglés), un
grupo sin fines de lucro de defensa medioambiental con base en Nueva
York, hizo una petición legal a la Agencia de Protección Ambiental de
Estados Unidos (EPA, por sus siglas en inglés) en la que le solicitaba
que revocara su aprobación de los neonicotidenoides.
La petición decía:
“Dada la gran cantidad de evidencia científica de que los
neonicotidenoides son tóxicos para las abejas y amenazan tanto la
supervivencia individual como la de las colmenas, la agencia debería
iniciar el procedimiento de prohibición de todos los pesticidas a base
de neonicotidenoides, empezando por aquellos que cuentan con
alternativas más seguras.
Mientras tanto, sin embargo, la EPA debería
dar inmediatamente los pasos necesarios para proteger a las abejas y
evitar la continuación de las consecuencias adversas en el
medioambiente. La EPA debería –como mínimo– iniciar inmediatamente una
revisión administrativa provisional para evaluar la seria amenaza que
los neonicotidenoides representan para las abejas”.
“Al
contrario de los pesticidas tradicionales, que normalmente se aplican en
la superficie foliar de la planta, los neonicotidenoides son pesticidas
sistémicos que son absorbidos por los tejidos del vegetal convirtiendo
la planta en una “pequeña fábrica de veneno que libera toxinas en toda
ella, desde el polen hasta las raíces”, escribe la toxicóloga Jennifer
Sass, experta en la política química de EEUU, que trabaja como
científica principal en el programa sanitario del NRDC. “Por tratarse de
un pesticida de amplio espectro, el neonicotidenoide no discrimina
entre los insectos que se quiere eliminar y el resto de ellos, entre
otros los benéficos polinizadores.
“Todavía estamos
esperando una respuesta de la EPA”, dijo la doctora Sass a AlterNet.
“Hasta ahora, ni ha respondido a nuestra solicitud ni ha realizado
ninguna acción definitiva.” (...)
El año pasado, los apicultores canadienses iniciaron un juicio contra
los gigantes de los pesticidas Bayer y Syngenta reclamando 400 millones
de dólares de indemnización por los daños causados [a las colmenas].
Los demandantes sostienen que esas empresas “han sido negligentes tanto
en el diseño como en el desarrollo de los pesticidas a base de
neonicotidenoides”. Un estudio realizado en 2013 por el departamento de
Sanidad del gobierno canadiense detectó el pesticida en el 70 por ciento
de las abejas muertas.
La
industria agroquímica ha derramado millones de dólares para la
aprobación de leyes y la manipulación de la percepción pública. En 2013,
Bayer, principal fabricante del imidaclopride, gastó cerca de cinco
millones de dólares para presionar al gobierno de Estados Unidos en
relación con varias leyes y regulaciones que impactan en las industrias
alimentaria, farmacéutica y biotecnológica –la salud de las abejas y las
regulaciones EPA relacionadas con la protección de los polinizadores–.
En el mismo año la corporación alemana BASF, el mayor fabricante de
productos químicos del mundo, que es propietaria de la patente para
producir y comercializar el fipronil, gastó 2,26 millones de dólares
para presionar al gobierno de Estados Unidos, incluyendo acciones para
modernizar la ley de Control de Sustancias Tóxicas, una ley que se ocupa
de las normas EPA para los productos químicos, para que sea más
benévola con la industria química.
Bayer también se ha esforzado por
conseguir una moratoria que beneficie a los neonicotidenoides en la
Unión Europea. “El Grupo Bayer ha sido puesto en evidencia por actuar
como un ‘matón’ corporativo, que trata de silenciar a quienes hacen
campañas en defensa de las abejas”, dice Amigos de la Tierra, una
organización ambientalista sin fines de lucro.
Además de
presionar a los legisladores y de intimidar a los activistas, los
intereses corporativos financian una maquinaria propagandística que se
ocupa de desprestigiar a los científicos que asocian los
neonicotidenoides con la muerte de las abejas; la misma maquinaria que
apoya la agenda en favor de los organismos genéticamente modificados y
de los pesticidas manejada por Monsanto, Bayer, Syngenta y el resto de
grandes actores de la industria agroquímica.
Uno de los engranajes más
activos de esta maquinaria es Genetic Literacy Project (GLP), una ONG
sin propósitos de lucro que está en la primera línea de la industria y
da albergue al programa Servicio de Evaluación Estadística (STATS, por
sus siglas en inglés) de la Universidad George Manson (GMU, por sus
siglas en inglés).
Según Sourcewatch, “Da la impresión de que
gracias a la asociación de este grupo con esta universidad de derechas,
importantes trabajos y producción están siendo financiados por la GMU”,
entre cuyos socios fundadores están ExxonMobil, la Charles G. Koch
Charitable Foundation y el Searle Freedom Trust. (...)
dice Dave Goulson, biólogo conservacionista de la Universidad de Sussex.
“La ciencia está bastante convencida de que los neonicotinoides están
contribuyendo a la disminución del número de abejas, pero de ninguna
manera es el peor factor. La mayor parte de los científicos está de
acuerdo que la mayor causa única es la pérdida de su hábitat y que las
enfermedades y los pesticidas contribuyen a ello. Obviamente, cualquier
pesticida daña la vida silvestre; la cuestión está en encontrar el
correcto equilibro entre la productividad y el impacto ambiental.” (...)
La reducción de la población de abejas es un problema complejo; no toda
la culpa está en un pesticida específico. Un estudio que llevo tres años
realizado por la Universidad de Maryland publicado en el periódico
–revisado por los colegas de la profesión– PLUS ONE en marzo
halló que es “improbable que el neonicotinoide llamado imidaclopride
haya sido la causa única de la muerte de abejas” en Estados Unidos en la
última década.
Los investigadores encontraron que efectivamente el
pesticida es dañino para las abejas: las plagas del ácaro Varroa fueron
significativamente mayores en las colmenas expuestas. Además, las abejas
no se acercaban a los panales contaminados con imidaclopride, lo que
producía desnutrición. De cualquier modo, el estudio dejó en claro que
los neonicotinoides son malos para las abejas. (...)
Hay una palabra en esta historia que despierta el miedo en el
corazón de los ejecutivos de las agroquímicas: “gratis”. Ellos tienen
mucho que perder si los agricultores se inclinan por las alternativas.
Para una lista [en inglés] de las alternativas más sostenibles a cada
neonicotinoide específico, véase aquí).
Según Statista.com,
en 2013 el mercado mundial del agroquímico facturó 203.600 millones de
dólares y está trabajando para que en 2018 los ingresos alcancen los
242.000 millones. En 2012, los insecticidas y el tratamiento de semillas
(en su mayor parte con neonicotinoides) significaron el 30 por ciento
de la facturación de Bayer CropScience, y más del 6 por ciento del total
de ventas de Bayer.
Existe un conjunto cada vez mayor de
evidencia que cuestiona el beneficio de los neonicotinoides. Un estudio
realizado por la Universidad Estatal de Michigan y publicado a
principios de este año en la Journal of Economic Entomology investigó la relación entre la plaga del gusano de la alubia [ Striacosta albicosta
] y el daño en la alubia seca.
Observando el empleo de semillas
tratadas con el neonicotinoide llamado thiamethoxam y el suelo tratado
con el insecticida sistémico aldicarb, los investigadores llegaron a la
conclusión de que ninguno de esos pesticidas reducía el daño producido
por el gusano de la alubia. De hecho, en las parcelas que no habían sido
tratadas las alubias tenían una proporción menor de defectos en
comparación con las cultivadas en parcelas tratadas.
Las
abejas están luchando en varios frentes. Y su trabajo es ingrato. No
solo deben vérselas con parásitos mortales, enfermedades, pesticidas y
propaganda; además, ni siquiera son recompensadas por su trabajo.
“Podéis agradecer a Apis mellifera, más conocida como ‘abeja’,
por uno de cada tres bocados que coméis en este momento”, escribe Bryan
Walsh, corresponsal en el extranjero que cubre cuestiones ambientales
para la revista Time.
“Desde la almendra de los huertos del
centro de California –donde cada primavera acuden miles de millones de
abejas de todo Estados Unidos* para polinizar un cultivo de miles de
millones de dólares– hasta las plantaciones de arándanos de Maine, las
abejas son las trabajadoras olvidadas y no pagadas de la agricultura de
Estados Unidos, aunque le aporten unos 15.000 millones de dólares cada
año.” (...)
“El modo en que la humanidad gestione bien o mal sus activos naturales,
entre ellos los polinizadores definirá, en parte nuestro futuro
colectivo en el siglo XXI”, dice Achim Steiner, director ejecutivo de
UNEP. “El hecho es que más de 70 de las 100 especies vegetales que
proporcionan el alimento del planeta son polinizadas por las abejas.” (...)" (Reynard Loki , EcoWatch
, en Rebelión 20/10/2015)
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