26/10/15

Es muy claro que las abejas están tratando de decirnos algo. Hemos perdido un cuarto de billón de abejas, muertas prematuramente, en los últimos cuatro años

"¿Cuál es el animal más importante para el ser humano? En tiempos prehistóricos, el perro ayudó a que el hombre –cazador y recolector– se transformara en el máximo predador. Más tarde, la civilización humana se construyó a lomos del caballo. 

Pero hace alrededor de 11.500 años, cuando el hombre empezó a construir asentamientos permanentes y creó la agricultura, las abejas surgieron como el animal decisivo para la supervivencia humana.   (...)

Lamentablemente, en los últimos tiempos, no hemos tratado bien a nuestras amigas las abejas. Se estima que la utilización de pesticidas –sobre todo los neonicotidenoides, que se emplean regularmente con el maíz, la soja, la colza y otros cereales, como también muchas frutas y vegeteles– ha matado a unos 250 millones de abejas en pocos años. 

 Aplicados a las plantas, los neonicotidenoides viajan por su sistema vascular y aparecen las raíces, el polen y el néctar que es llevado por las abejas a su colmena, pero también a otros seres vulnerables que estaban en la mira, desde las lombrices de tierra a los pájaros e incluso los murciélagos. 

En una entrevista de 2912, el doctor Reese Halter, biólogo conservacionista, experto en abejas y presentador de la serie televisiva Dr. Reese’s Planet, de PBS Nature, dijo: “Es muy claro que las abejas están tratando de decirnos algo. La forma en que estamos operando... no funciona. Hemos perdido un cuarto de billón de abejas, muertas prematuramente, en los últimos cuatro años”. 

Esta drástica disminución de la población de abejas ha sido atribuida al Trastorno del Colapso de la Colmenas (CCD, por sus siglas en inglés), una combinación de efectos letales, entre los que se incluyen patógenos, parásitos y pesticidas que han diezmado las colmenas desde al menos 2006.

El mes pasado, la Asociación de Información sobre las Abejas, una entidad académica sin fines de lucro sostenida por el departamento de Agricultura de EEUU y el Instituto Nacional de Alimentos y Agricultura, publicó los resultados de una encuesta realizada a más de 6.000 apicultores de Estados Unidos. 

Descubrieron que entre abril de 2014 y abril de 2015 los apicultores del norte habían perdido casi la mitad (48 por ciento) de sus colonias. En el mismo periodo, los apicultores del sur de EEUU perdieron el 37 por ciento de sus colmenas.
Un conjunto cada vez mayor de evidencias apunta a uno de los culpables de la muerte de las abejas: un tipo de pesticidas de base nicotínica conocidos como neonicotidenoides. En enero un grupo de 30 científicos de distintas disciplinas, la Fuerza de Tareas sobre Pesticidas Sistémicos, revisaron –en calidad de pares– 1.121 documentos publicados en los últimos cinco años, entre ellos algunos patrocinados por la industria. 

 En su informe, llamado Evaluación integral del impacto de los pesticidas sistémicos en la bíodiversidad y los ecosistemas (WIA, por sus siglas en inglés), los científicos arribaron a la conclusión de que “aunque no era esa la intención, el actual uso profiláctico a gran escala de insecticidas sistémicos está ocasionando importantes consecuencias negativas desde el punto de vista ecológico”. 

Especialmente encontraron que “los neonicotidenoides, al nivel real de contaminación... por lo general tiene indeseados efectos negativos en la fisiología y la supervivencia de una amplia variedad de invertebrados en todos los hábitats: terrestre, acuático, marino y fondos de los mares, ríos y lagos. 

Dicho más simplemente: además de a las abejas, los neonicotidenoides matan a una enorme diversidad de especies necesarias para la salud y el funcionamiento de los ecosistemas, como las mariposas (que también son polinizadoras), las lombrices y los caracoles (ambos ayudan a mantener la salud del suelo). 

Aún más; los científicos fueron claros: “Se ha comprobado que el imidacopride (un neonicotidenoides (el insecticida más utilizado en el mundo) y el fipronil (un insecticida de la familia de los fenipirazoles) son tóxicos para muchas aves y la mayoría de los peces, respectivamente”. 

También concluyeron que el imidacopride, el fipronil y el clothianidin (un neonicotidenoide) tienen efectos subletales, que van desde las consecuencias genotóxicas a las citotóxicas, problemas inmunitarios, reducción del crecimiento y el éxito reproductivo, frecuentemente a dosis bien por debajo de la asociada con la mortalidad. 

El empleo de imidacopride y clothianidin en el tratamiento de las semillas de algunos cultivos pone en riesgo a los pájaros pequeños; la ingesta de unas pocas semillas tratadas puede causar la muerte o problemas reproductivos en las especies aviarias más sensibles”. 

Está claro que no hemos aprendido las lecciones de los primeros conservacionistas. En 1962, Rachel Carson escribió en su libro fundamental Silent Spring, ¿Puede alguien creer que es posible depositar semejante aluvión de venenos en la superficie de la Tierra sin convertirla en inhabitable para cualquier ser viviente? No deberían llamarse ‘insecticidas’ sino ‘biocidas’”.
Seis meses antes de que se publicara el informe WIA, el Consejo para la Defensa de los Recursos Naturales (NRDC, por sus siglas en inglés), un grupo sin fines de lucro de defensa medioambiental con base en Nueva York, hizo una petición legal a la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA, por sus siglas en inglés) en la que le solicitaba que revocara su aprobación de los neonicotidenoides.

 La petición decía: “Dada la gran cantidad de evidencia científica de que los neonicotidenoides son tóxicos para las abejas y amenazan tanto la supervivencia individual como la de las colmenas, la agencia debería iniciar el procedimiento de prohibición de todos los pesticidas a base de neonicotidenoides, empezando por aquellos que cuentan con alternativas más seguras. 

Mientras tanto, sin embargo, la EPA debería dar inmediatamente los pasos necesarios para proteger a las abejas y evitar la continuación de las consecuencias adversas en el medioambiente. La EPA debería –como mínimo– iniciar inmediatamente una revisión administrativa provisional para evaluar la seria amenaza que los neonicotidenoides representan para las abejas”. 

“Al contrario de los pesticidas tradicionales, que normalmente se aplican en la superficie foliar de la planta, los neonicotidenoides son pesticidas sistémicos que son absorbidos por los tejidos del vegetal convirtiendo la planta en una “pequeña fábrica de veneno que libera toxinas en toda ella, desde el polen hasta las raíces”, escribe la toxicóloga Jennifer Sass, experta en la política química de EEUU, que trabaja como científica principal en el programa sanitario del NRDC. “Por tratarse de un pesticida de amplio espectro, el neonicotidenoide no discrimina entre los insectos que se quiere eliminar y el resto de ellos, entre otros los benéficos polinizadores. 

“Todavía estamos esperando una respuesta de la EPA”, dijo la doctora Sass a AlterNet. “Hasta ahora, ni ha respondido a nuestra solicitud ni ha realizado ninguna acción definitiva.”  (...)

El año pasado, los apicultores canadienses iniciaron un juicio contra los gigantes de los pesticidas Bayer y Syngenta reclamando 400 millones de dólares de indemnización por los daños causados [a las colmenas]. 

 Los demandantes sostienen que esas empresas “han sido negligentes tanto en el diseño como en el desarrollo de los pesticidas a base de neonicotidenoides”. Un estudio realizado en 2013 por el departamento de Sanidad del gobierno canadiense detectó el pesticida en el 70 por ciento de las abejas muertas.
La industria agroquímica ha derramado millones de dólares para la aprobación de leyes y la manipulación de la percepción pública. En 2013, Bayer, principal fabricante del imidaclopride, gastó cerca de cinco millones de dólares para presionar al gobierno de Estados Unidos en relación con varias leyes y regulaciones que impactan en las industrias alimentaria, farmacéutica y biotecnológica –la salud de las abejas y las regulaciones EPA relacionadas con la protección de los polinizadores–. 

 En el mismo año la corporación alemana BASF, el mayor fabricante de productos químicos del mundo, que es propietaria de la patente para producir y comercializar el fipronil, gastó 2,26 millones de dólares para presionar al gobierno de Estados Unidos, incluyendo acciones para modernizar la ley de Control de Sustancias Tóxicas, una ley que se ocupa de las normas EPA para los productos químicos, para que sea más benévola con la industria química. 

Bayer también se ha esforzado por conseguir una moratoria que beneficie a los neonicotidenoides en la Unión Europea. “El Grupo Bayer ha sido puesto en evidencia por actuar como un ‘matón’ corporativo, que trata de silenciar a quienes hacen campañas en defensa de las abejas”, dice Amigos de la Tierra, una organización ambientalista sin fines de lucro. 

Además de presionar a los legisladores y de intimidar a los activistas, los intereses corporativos financian una maquinaria propagandística que se ocupa de desprestigiar a los científicos que asocian los neonicotidenoides con la muerte de las abejas; la misma maquinaria que apoya la agenda en favor de los organismos genéticamente modificados y de los pesticidas manejada por Monsanto, Bayer, Syngenta y el resto de grandes actores de la industria agroquímica. 

Uno de los engranajes más activos de esta maquinaria es Genetic Literacy Project (GLP), una ONG sin propósitos de lucro que está en la primera línea de la industria y da albergue al programa Servicio de Evaluación Estadística (STATS, por sus siglas en inglés) de la Universidad George Manson (GMU, por sus siglas en inglés). 

Según Sourcewatch, “Da la impresión de que gracias a la asociación de este grupo con esta universidad de derechas, importantes trabajos y producción están siendo financiados por la GMU”, entre cuyos socios fundadores están ExxonMobil, la Charles G. Koch Charitable Foundation y el Searle Freedom Trust. (...)

 dice Dave Goulson, biólogo conservacionista de la Universidad de Sussex. “La ciencia está bastante convencida de que los neonicotinoides están contribuyendo a la disminución del número de abejas, pero de ninguna manera es el peor factor. La mayor parte de los científicos está de acuerdo que la mayor causa única es la pérdida de su hábitat y que las enfermedades y los pesticidas contribuyen a ello. Obviamente, cualquier pesticida daña la vida silvestre; la cuestión está en encontrar el correcto equilibro entre la productividad y el impacto ambiental.”  (...)

La reducción de la población de abejas es un problema complejo; no toda la culpa está en un pesticida específico. Un estudio que llevo tres años realizado por la Universidad de Maryland publicado en el periódico –revisado por los colegas de la profesión– PLUS ONE en marzo halló que es “improbable que el neonicotinoide llamado imidaclopride haya sido la causa única de la muerte de abejas” en Estados Unidos en la última década. 

Los investigadores encontraron que efectivamente el pesticida es dañino para las abejas: las plagas del ácaro Varroa fueron significativamente mayores en las colmenas expuestas. Además, las abejas no se acercaban a los panales contaminados con imidaclopride, lo que producía desnutrición. De cualquier modo, el estudio dejó en claro que los neonicotinoides son malos para las abejas.  (...)

Hay una palabra en esta historia que despierta el miedo en el corazón de los ejecutivos de las agroquímicas: “gratis”. Ellos tienen mucho que perder si los agricultores se inclinan por las alternativas. Para una lista [en inglés] de las alternativas más sostenibles a cada neonicotinoide específico, véase aquí). 

Según Statista.com, en 2013 el mercado mundial del agroquímico facturó 203.600 millones de dólares y está trabajando para que en 2018 los ingresos alcancen los 242.000 millones. En 2012, los insecticidas y el tratamiento de semillas (en su mayor parte con neonicotinoides) significaron el 30 por ciento de la facturación de Bayer CropScience, y más del 6 por ciento del total de ventas de Bayer. 

Existe un conjunto cada vez mayor de evidencia que cuestiona el beneficio de los neonicotinoides. Un estudio realizado por la Universidad Estatal de Michigan y publicado a principios de este año en la Journal of Economic Entomology investigó la relación entre la plaga del gusano de la alubia [ Striacosta albicosta ] y el daño en la alubia seca. 

Observando el empleo de semillas tratadas con el neonicotinoide llamado thiamethoxam y el suelo tratado con el insecticida sistémico aldicarb, los investigadores llegaron a la conclusión de que ninguno de esos pesticidas reducía el daño producido por el gusano de la alubia. De hecho, en las parcelas que no habían sido tratadas las alubias tenían una proporción menor de defectos en comparación con las cultivadas en parcelas tratadas.
Las abejas están luchando en varios frentes. Y su trabajo es ingrato. No solo deben vérselas con parásitos mortales, enfermedades, pesticidas y propaganda; además, ni siquiera son recompensadas por su trabajo. “Podéis agradecer a Apis mellifera, más conocida como ‘abeja’, por uno de cada tres bocados que coméis en este momento”, escribe Bryan Walsh, corresponsal en el extranjero que cubre cuestiones ambientales para la revista Time

“Desde la almendra de los huertos del centro de California –donde cada primavera acuden miles de millones de abejas de todo Estados Unidos* para polinizar un cultivo de miles de millones de dólares– hasta las plantaciones de arándanos de Maine, las abejas son las trabajadoras olvidadas y no pagadas de la agricultura de Estados Unidos, aunque le aporten unos 15.000 millones de dólares cada año.” (...)

“El modo en que la humanidad gestione bien o mal sus activos naturales, entre ellos los polinizadores definirá, en parte nuestro futuro colectivo en el siglo XXI”, dice Achim Steiner, director ejecutivo de UNEP. “El hecho es que más de 70 de las 100 especies vegetales que proporcionan el alimento del planeta son polinizadas por las abejas.”   (...)"          (Reynard Loki , EcoWatch , en Rebelión 20/10/2015)

No hay comentarios: