"(...) La globalización lo que ha hecho es favorecer una creciente fragmentación
de la clase obrera. Hasta el extremo de que el antagonismo ‘clásico’,
el conflicto derivado del hecho de que unos son dueños de los medios de
producción y otros son los que generan las plusvalías, ha sido superado
por eso que se ha venido en denominar ‘dualidad’. Pero dentro de la
misma clase trabajadora.
A un lado, los empleados con contrato indefinido y salarios más altos; al otro, los trabajadores en precario con peores sueldos.
Daniel Lacalle, recuerda con amargura que en una ocasión los
trabajadores de Construcciones Aeronáuticas (CASA), donde trabajaba como
ingeniero, se pusieron en huelga, pero no contra el patrón, lo cual
hubiera sido lo razonable, sino contra el comité de empresa que había
propiciado esa dualidad.
Es decir, los asalariados entre sí son quienes luchan ahora por el mismo ‘botín de guerra’, lo que favorece la proliferación de brotes de xenofobia.
Los inmigrantes son quienes consumen buena parte de las prestaciones
sociales y son a la vez quienes aceptan trabajos con peores sueldos.
La
novedad, y aquí está su aportación, es que si antes se asumía que en los
periodos de crisis económica el número de huelgas se desplomaba, sin
duda por miedo a perder el empleo, lo que ha sucedido en España en los
últimos años sería justo lo contrario.
Lacalle cuestiona con datos -desde luego en el caso español- que la
conflictividad laboral tenga una vinculación directa con las
oscilaciones del ciclo económico. Es decir, aumenta durante los periodos
de auge y disminuye con las recesiones. La globalización, en su
opinión, ha roto ese carácter procíclico de la conflictividad laboral, como lo demuestra el hecho de que en España cada año ha habido más huelgas durante la crisis.
Posición defensiva
Algunas, incluso, de carácter general. Sin embargo, como asegura
Lacalle, no han servido para nada. Fundamentalmente, porque las cúpulas
-otra cosa es el papel de los sindicatos y de sus afiliados- no han
sabido qué hacer al día siguiente de la revuelta por falta de proyecto.
“Han tenido una posición defensiva”, afirma con la distancia que dan sus
80 años.
Todo ello se ha traducido en el surgimiento de fenómenos como el 15-M o las mareas,
que han acabado por sustituir y hasta desplazar a los representantes
clásicos de los trabajadores: las centrales sindicales o los partidos de
izquierda. Incluso, esa masa sin fronteras y de perfiles variados y
difusos como son las clases medias ha perdido
referencias ideológicas al percibir en sus propias carnes cómo se
recortaba el Estado de bienestar sin que nadie lo impidiera.
“Las clases medias”, sostiene el ingeniero Lacalle, “se han dejado
arrastrar y han perdido su posición de ventaja en esta crisis, lo que
explica el deterioro de algunos servicios públicos esenciales, como la
sanidad o la educación”.
Y al final esa rabia, esa angustia por un futuro incierto para ellos
y sus hijos, asegura, se ha canalizado a través de las mareas de
profesionales y técnicos, epítome de las clases medias. Son ellas, las
mareas, el prototipo del conflicto laboral del siglo XXI.
Muchos trabajadores, por su propia precariedad laboral, no están en condiciones de hacer huelgas. Sólo las pueden arrancar los asalariados sindicalizados,
pero, al menos pueden participar en movilizaciones callejeras detrás de
una pancarta, afirma Lacalle. Y así es como muchos profesionales de la
Medicina o del sistema educativo o incluso pensionistas se echaron a la
calle en los últimos años.
El futuro amenazaba con quedar reducido a escombros. Ni siquiera las
élites, asegura Lacalle, han sabido entender lo que ha pasado. No es
extraño. Al fin y al cabo, como afirma con cierta decepción, “el trabajador intelectual se alinea casi siempre con quien va a ganar”. Con los poderosos. (...)" (Carlos Sánchez, El Confidencial, 18/10/2015)
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