5/2/16

El islamo-fascismo reacciona, ante el atractivo del capitalismo global, convirtiendo la envidia en odio

"(...) Alain Badiou discierne tres tipos predominantes de subjetividad en el capitalismo global de hoy en día: el ciudadano liberal-democrático de la civilizada clase media occidental; aquéllos que, fuera de Occidente, están desesperadamente ansiosos por imitar el civilizado estilo de vida de las clases medias occidentales; y los fascistas nihilistas, aquéllos cuya envidia de Occidente se convierte en un autodestructivo odio mortal. 

Badiou deja claro que lo que los medios llaman la «radicalización» de los musulmanes es fascistización pura y dura: «Este fascismo es el anverso del frustrado deseo de Occidente que se organiza de una manera más o menos militar según el modelo flexible de una banda mafiosa y con tintes ideológicos variables en los que el lugar que ocupa la religión es puramente formal». 

La ideología de la clase media occidental tiene dos características opuestas: exhibe arrogancia y confianza en la superioridad de sus valores (libertades y derechos humanos universales amenazados por los bárbaros foráneos), pero, al mismo tiempo, está obsesionada por el temor a que su limitado territorio termine invadido por los miles de millones de individuos que están fuera, que no cuentan para el capitalismo global porque ni producen bienes ni los consumen. El temor de sus miembros es el de terminar por sumarse a los excluidos.

La expresión más clara del deseo de Occidente son los refugiados: su deseo no es revolucionario, es el ansia de dejar atrás su hábitat hecho ruinas e incorporarse a la tierra prometida del Occidente desarrollado (los que se quedan atrás tratan de recrear miserables copias de la prosperidad occidental, como esas zonas modernizadas de todas las metrópolis del Tercer Mundo, en Luanda, en Lagos…, con cafeterías que sirven cappuccino, centros comerciales, etcétera).

Sin embargo, puesto que para la gran mayoría de quienes lo anhelan no hay posibilidad de satisfacer este deseo, una de las opciones que quedan es la contramarcha nihilista: la frustración y la envidia se transforman de manera radical en un odio autodestructivo hacia Occidente; y no faltan quienes se involucran en una venganza violenta.

 Badiou sostiene que esta violencia es una pura expresión de pulsión por la muerte, una violencia que sólo puede desembocar en actos de (auto)destrucción orgiástica, sin ningún tipo de visión seria de una sociedad alternativa.

Badiou tiene razón cuando subraya que no hay ningún poder emancipador en la violencia fundamentalista, por muy anticapitalista que diga ser: es un fenómeno estrictamente inherente al universo capitalista global, su «fantasma oculto». El hecho básico del fascismo fundamentalista es la envidia. 

El fundamentalismo echa sus raíces en su mismísimo odio a Occidente. Nos estamos enfrentando aquí al típico deseo frustrado que se transforma en agresividad, descrito por el psicoanálisis, y el islamismo simplemente vehicula la forma de dar sustento a este odio (auto) destructivo. (...)

Una fascistización de esta naturaleza puede ejercer una cierta atracción en la frustrada juventud inmigrante que no puede encontrar un lugar adecuado en las sociedades occidentales o un futuro con el que identificarse; la fascistización les ofrece una vía fácil para escapar de su frustración: una vida arriesgada, azarosa, disfrazada de consagración religiosa expiatoria, más satisfacción material (sexo, coches, armas…). 

No hay que olvidar que el Estado Islámico es también una gran empresa comercial mafiosa que vende petróleo, estatuas de la antigüedad, algodón, armas y esclavas, una mezcla de heroicas propuestas mortales y, al mismo tiempo, de corrupción occidental a base de productos.

Vade suyo que esta violencia fascista-fundamentalista es sólo uno de los modos de violencia propia del capitalismo global y que hay que tener presentes no sólo las formas de violencia fundamentalista de los propios países occidentales (populismo anti-inmigrante, etcétera) sino, sobre todo, la violencia sistemática del propio capitalismo, desde las consecuencias catastróficas de la economía mundial a la larga historia de intervenciones militares. 

El islamo-fascismo es un fenómeno profundamente reactivo en el sentido nietzscheano de la palabra, una expresión de impotencia transformada en rabia autodestructiva.

Aun de acuerdo con la idea general del análisis de Badiou, encuentro problemáticas tres de sus afirmaciones. En primer lugar, la reducción de la religión, de la forma religiosa del nihilismo fascista, a una característica superficial de carácter secundario: «La religión es sólo un ropaje, no es de ninguna manera el meollo de la cuestión, es sólo una forma de subjetivación, no el contenido real de la cosa». 

Badiou tiene toda la razón cuando afirma que buscar las raíces del terrorismo musulmán de hoy en los textos religiosos antiguos (el cuento ése de que «todo está ya en el Corán») es engañoso: en vez de eso hay que centrarse en el capitalismo global de hoy y entender el islamo-fascismo como una de las formas de reaccionar ante su atractivo a través de la conversión de la envidia en odio.  (...)

Nuestros medios de comunicación suelen hacer una distinción entre los refugiados civilizados de clase media y los refugiados bárbaros de clase baja que roban, hostigan a nuestros ciudadanos, se comportan de manera violenta con las mujeres, defecan en público… 

En lugar de descalificar toda esta propaganda por racista, se debería reunir el coraje suficiente para discernir el punto de verdad que hay en ella: la brutalidad, incluso la crueldad manifiesta con los débiles, los animales, las mujeres, etcétera, es una característica tradicional de las clases bajas; una de sus estrategias de resistencia frente a los que están en el poder ha sido siempre una exhibición aterradora de brutalidad dirigida a perturbar el sentimiento de educación de la clase media.

 Y uno se siente tentado a leer también de esta manera lo que sucedió en la víspera de Año Nuevo en Colonia, esto es, un obsceno carnaval de clase baja   (...)

¿Qué tal, pues, si interpretamos el incidente de Colonia como una versión contemporánea de faire le chat, como una rebelión carnavalesca de los menos favorecidos? No ha sido el simple impulso de satisfacción de unos jóvenes muertos de hambre sexual (que podía haberse satisfecho de una manera más discreta, no pública); era por encima de todo un espectáculo público de propagación de miedo y humillación, de exposición de los gatitos de las alemanas privilegiadas a una dolorosa indefensión. No hay, por supuesto, nada de redención o emancipación, nada verdaderamente liberador en semejante carnaval, pero así es como funcionan los carnavales de verdad.

Por ello, los intentos ingenuos de ilustrar a los inmigrantes (explicándoles que nuestras costumbres sexuales son diferentes, que una mujer que pasea en público en minifalda y con una sonrisa no por ello está enviando una señal de invitación sexual…) son ejemplos de una estupidez impresionante; ellos ya lo saben y ésa es la razón por la que hacen lo que hacen. 

Son totalmente conscientes de que lo que están haciendo es ajeno a nuestra cultura predominante, pero lo están haciendo, precisamente, para herir nuestra sensibilidad. Lo que hay que hacer es cambiar esta actitud de envidia y agresividad vengativa, no enseñarles lo que ya saben de sobra."                (SLAVOJ ZIZEK, El Mundo, 05/02/2016)

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