"(...) Alain Badiou discierne tres tipos predominantes de subjetividad en el
capitalismo global de hoy en día: el ciudadano liberal-democrático de
la civilizada clase media occidental; aquéllos que, fuera de Occidente,
están desesperadamente ansiosos por imitar el civilizado estilo de vida
de las clases medias occidentales; y los fascistas nihilistas, aquéllos
cuya envidia de Occidente se convierte en un autodestructivo odio
mortal.
Badiou deja claro que lo que los medios llaman la
«radicalización» de los musulmanes es fascistización pura y dura: «Este
fascismo es el anverso del frustrado deseo de Occidente que se organiza
de una manera más o menos militar según el modelo flexible de una banda
mafiosa y con tintes ideológicos variables en los que el lugar que ocupa
la religión es puramente formal».
La ideología de la clase media occidental tiene dos características
opuestas: exhibe arrogancia y confianza en la superioridad de sus
valores (libertades y derechos humanos universales amenazados por los
bárbaros foráneos), pero, al mismo tiempo, está obsesionada por el temor
a que su limitado territorio termine invadido por los miles de millones
de individuos que están fuera, que no cuentan para el capitalismo
global porque ni producen bienes ni los consumen. El temor de sus
miembros es el de terminar por sumarse a los excluidos.
La expresión más clara del deseo de Occidente son los refugiados: su
deseo no es revolucionario, es el ansia de dejar atrás su hábitat hecho
ruinas e incorporarse a la tierra prometida del Occidente desarrollado
(los que se quedan atrás tratan de recrear miserables copias de la
prosperidad occidental, como esas zonas modernizadas de todas las
metrópolis del Tercer Mundo, en Luanda, en Lagos…, con cafeterías que
sirven cappuccino, centros comerciales, etcétera).
Sin embargo, puesto que para la gran mayoría de quienes lo anhelan no
hay posibilidad de satisfacer este deseo, una de las opciones que
quedan es la contramarcha nihilista: la frustración y la envidia se
transforman de manera radical en un odio autodestructivo hacia
Occidente; y no faltan quienes se involucran en una venganza violenta.
Badiou sostiene que esta violencia es una pura expresión de pulsión por
la muerte, una violencia que sólo puede desembocar en actos de
(auto)destrucción orgiástica, sin ningún tipo de visión seria de una
sociedad alternativa.
Badiou tiene razón cuando subraya que no hay ningún poder emancipador
en la violencia fundamentalista, por muy anticapitalista que diga ser:
es un fenómeno estrictamente inherente al universo capitalista global,
su «fantasma oculto». El hecho básico del fascismo fundamentalista es la
envidia.
El fundamentalismo echa sus raíces en su mismísimo odio a
Occidente. Nos estamos enfrentando aquí al típico deseo frustrado que se
transforma en agresividad, descrito por el psicoanálisis, y el
islamismo simplemente vehicula la forma de dar sustento a este odio
(auto) destructivo. (...)
Una fascistización de esta naturaleza puede ejercer una cierta
atracción en la frustrada juventud inmigrante que no puede encontrar un
lugar adecuado en las sociedades occidentales o un futuro con el que
identificarse; la fascistización les ofrece una vía fácil para escapar
de su frustración: una vida arriesgada, azarosa, disfrazada de
consagración religiosa expiatoria, más satisfacción material (sexo,
coches, armas…).
No hay que olvidar que el Estado Islámico es también
una gran empresa comercial mafiosa que vende petróleo, estatuas de la
antigüedad, algodón, armas y esclavas, una mezcla de heroicas propuestas
mortales y, al mismo tiempo, de corrupción occidental a base de
productos.
Vade suyo que esta violencia fascista-fundamentalista es sólo uno de
los modos de violencia propia del capitalismo global y que hay que tener
presentes no sólo las formas de violencia fundamentalista de los
propios países occidentales (populismo anti-inmigrante, etcétera) sino,
sobre todo, la violencia sistemática del propio capitalismo, desde las
consecuencias catastróficas de la economía mundial a la larga historia
de intervenciones militares.
El islamo-fascismo es un fenómeno
profundamente reactivo en el sentido nietzscheano de la palabra, una
expresión de impotencia transformada en rabia autodestructiva.
Aun de acuerdo con la idea general del análisis de Badiou, encuentro
problemáticas tres de sus afirmaciones. En primer lugar, la reducción de
la religión, de la forma religiosa del nihilismo fascista, a una
característica superficial de carácter secundario: «La religión es sólo
un ropaje, no es de ninguna manera el meollo de la cuestión, es sólo una
forma de subjetivación, no el contenido real de la cosa».
Badiou tiene
toda la razón cuando afirma que buscar las raíces del terrorismo
musulmán de hoy en los textos religiosos antiguos (el cuento ése de que
«todo está ya en el Corán») es engañoso: en vez de eso hay que centrarse
en el capitalismo global de hoy y entender el islamo-fascismo como una
de las formas de reaccionar ante su atractivo a través de la conversión
de la envidia en odio. (...)
Nuestros medios de comunicación suelen hacer una distinción entre los
refugiados civilizados de clase media y los refugiados bárbaros de clase
baja que roban, hostigan a nuestros ciudadanos, se comportan de manera
violenta con las mujeres, defecan en público…
En lugar de descalificar
toda esta propaganda por racista, se debería reunir el coraje suficiente
para discernir el punto de verdad que hay en ella: la brutalidad,
incluso la crueldad manifiesta con los débiles, los animales, las
mujeres, etcétera, es una característica tradicional de las clases
bajas; una de sus estrategias de resistencia frente a los que están en
el poder ha sido siempre una exhibición aterradora de brutalidad
dirigida a perturbar el sentimiento de educación de la clase media.
Y
uno se siente tentado a leer también de esta manera lo que sucedió en la
víspera de Año Nuevo en Colonia, esto es, un obsceno carnaval de clase
baja (...)
¿Qué tal, pues, si interpretamos el incidente de Colonia como una
versión contemporánea de faire le chat, como una rebelión carnavalesca
de los menos favorecidos? No ha sido el simple impulso de satisfacción
de unos jóvenes muertos de hambre sexual (que podía haberse satisfecho
de una manera más discreta, no pública); era por encima de todo un
espectáculo público de propagación de miedo y humillación, de exposición
de los gatitos de las alemanas privilegiadas a una dolorosa
indefensión. No hay, por supuesto, nada de redención o emancipación,
nada verdaderamente liberador en semejante carnaval, pero así es como
funcionan los carnavales de verdad.
Por ello, los intentos ingenuos de ilustrar a los inmigrantes
(explicándoles que nuestras costumbres sexuales son diferentes, que una
mujer que pasea en público en minifalda y con una sonrisa no por ello
está enviando una señal de invitación sexual…) son ejemplos de una
estupidez impresionante; ellos ya lo saben y ésa es la razón por la que
hacen lo que hacen.
Son totalmente conscientes de que lo que están
haciendo es ajeno a nuestra cultura predominante, pero lo están
haciendo, precisamente, para herir nuestra sensibilidad. Lo que hay que
hacer es cambiar esta actitud de envidia y agresividad vengativa, no
enseñarles lo que ya saben de sobra." (SLAVOJ ZIZEK, El Mundo, 05/02/2016)
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