"La primera patrulla rusa avistó el campo hacía mediodía”, narra
Primo Levi en su Trilogía de Auschwitz (Si esto es un hombre / La tregua
/Los hundidos y los salvados), uno de los libros más importantes del
Siglo XX.
Los alemanes se habían ido precipitadamente y en el campo
habían quedado ochocientos enfermos, de los que quinientos fallecieron
en los días que precedieron a la llegada de los rusos. Levi y su
compañero Charles estaban transportando el cadáver de un colega de
habitación a la fosa común entre nieve sucia, cuando vieron a cuatro
soldados jóvenes que avanzaban a caballo con la ametralladora presta.
Intercambiaban palabras breves y tímidas, y lanzaban miradas llenas de
extraño embarazo a los cadáveres descompuestos y a los pocos vivos que
deambulaban como fantasmas entre los barracones destruidos: “Cuatro
hombres armados, pero no armados contra nosotros”, enfatiza.
Levi
y el puñado de supervivientes de Auschwitz inician entonces un largo y
serpenteante periplo ferroviario por Rumanía, Ucrania y Rusia, que
finalmente se detiene unos meses en Bielorrusia.
El narrador rendiría
ahí homenaje a “aquella tierra sin límites de horizontes intactos y
primigenios que había presenciado la batalla a la que debíamos nuestra
liberación”. Bajo las desaliñadas y anárquicas apariencias, distingue en
los “rostros rudos y abiertos” de aquellos soldados soviéticos, “a los
hombres valientes de la Rusia antigua y nueva, mansos en la paz y
atroces en la guerra, fuertes por una disciplina interior nacida de su
concordia, amor mutuo y amor a la patria”.
Una disciplina, dice, “mucho
más fuerte, precisamente porque era interior, que la disciplina mecánica
y servil de los alemanes”. “Viviendo entre ellos era fácil comprender”,
concluye, “por qué era aquella y no ésta la que había prevalecido”.
Este
miércoles se cumplió el 71 aniversario de aquella liberación.
Convertida hoy en “Jornada internacional en memoria de las víctimas del
holocausto y de la prevención de crímenes contra la humanidad”, el día
en el que Levi inicia la segunda parte de su relato ha justificado la
inauguración, en el memorial de la Shoa de París, de la exposición
“Después de la Shoa; escapados, refugiados, supervivientes”.
La
jerarquía en la numeración no es arbitraria. Los supervivientes al
final, porque fueron los menos: unos 60.000 en total, de los que una
tercera parte desapareció, o murió poco después de las secuelas del
martirio.
Restadas las 6 millones de víctimas del holocausto a
los diez u once millones de judíos que había en Europa antes de la
guerra, aún quedan cinco millones. El destino de esos cinco millones,
más los escasos y frágiles supervivientes, entre 1944 y 1947, es el
objeto de esta exposición, un drama hasta cierto punto disuelto en otro
más general: el caos de la posguerra.
Tras la gran carnicería y
destrucción, 30 millones de desplazados se movían por Europa, algo que
da mucho que pensar en la actual y vergonzante crisis de los refugiados
de la Unión Europea. La mayoría de ellos, 13 millones, eran expulsados
alemanes, de los que más de dos millones murieron en la operación,
sancionada por las potencias aliadas en Potsdam.
El nuevo nacionalismo
alemán postreunificación reivindica un holocausto alemán que incluye
capítulos tan horrorosos como la operación revancha indiscriminada y
colectiva que aniquiló al 8% de los sudetes (250.000 muertos), una
población muy hostil al estado checo y entusiasta de los nazis.
“En
determinados respetables ámbitos se sugiere e insinúa a los judíos que
no fueron las únicas víctimas, ¿es este recuerdo público una señal de
salud política, o sería a veces más prudente olvidar?”, se preguntaba
escéptico el historiador Tony Judt en su libro sobre la Europa de
posguerra.
En cualquier caso, más allá de los nuevos
revisionismos (alemán, polaco, báltico y ahora ucraniano) es un hecho
que, “los judíos eran una minoría en aquel apabullante mar de
desplazados”, explica Henry Rousso, comisario de la exposición parisina,
que desmiente rotundamente que en la inmediata posguerra no hubiera,
hasta el proceso de Eichmann en Jerusalén de 1961, conciencia o
información sobre lo que había sido la Shoa.
Se sabía, pero la
especificidad de aquello quedaba, de alguna forma, disuelta en el
catastrófico contexto general: 55 o 60 millones de víctimas de la
guerra, 29 millones de muertos soviéticos, 3,3 millones de presos
soviéticos aniquilados, de los 3,5 millones de soldados alemanes,
austriacos, rumanos y húngaros apresados por los soviéticos, de los que
pocos regresaron con vida, y otras enormidades. Eso explica que del
libro de Levi, publicado en 1947, apenas se vendieran 2000 ejemplares y
pasara desapercibido hasta 1963.
La exposición se centra en tres
países; Polonia, Alemania y Francia. En Francia se repatría a 1,7
millones de personas. En Alemania muchos judíos que han sobrevivido
escondidos o disimulados, destruyendo documentos de identidad que les
condenaban a muerte, deben ahora demostrar documentalmente que son
judíos para beneficiarse de ayudas, “una situación alucinante”, dice
Rousso.
Aparecen los submarinos, personas como Marie Simon, que se
esconde de la Gestapo en Berlín cambiando 19 veces de apartamento.
En
Polonia solo 400.000 sobre los más de tres millones de judíos escapan a
la muerte (240.000 huyendo a la URSS). Al regresar se enfrentan a las
violencias que desata contra ellos una violencia antisemita
post-genocidio, fenómeno que se vive también en Hungría y Rumanía, y que
en Polonia da lugar a casos como el pogrom de Kielce de julio de 1946, y
un total de 1500 o 2000 muertos, según los últimos estudios: “No nos
perdonarán nunca lo que nos hicieron”, dice una sutil sentencia judía.
En
medio de este dramatismo, el periodo del gran desplazamiento de
posguerra es una época de búsqueda de seres queridos, de vidas rotas que
quieren reconstruírse, de emigración -a Estados Unidos, a Israel- de
solidaridad (de las organizaciones judías de Estados Unidos) y también
de recuerdo: “Durante mucho tiempo prevaleció el mito de un “silencio” y
ocultación sobre la Shoa, sin embargo, nada caracteriza mejor la
inmediata posguerra como el florecer de testimonios y relatos de todo
tipo sobre la persecución”, explica el comisario." (Rafael Poch , La Vanguardia, en Rebelión, 29/01/16)
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