1/3/17

¿Por qué crece la extrema derecha fascista? En Alemania... por...

"En este análisis se rastrean las claves que han hecho del partido Alternative für Deutschland un actor relevante en un país donde hasta hace pocos años los movimientos políticos de extrema derecha eran marginales y se enfrentaban a una rotunda condena por parte de las instituciones y la opinión pública. 

En el origen del Rechtspopulismus. Trasfondo académico

Como en otros países europeos, habría que buscar el origen del que algunos denominan populismo alemán de derechas en el revisionismo histórico y en la banalización sistemática de los crímenes cometidos en nombre de y con la colaboración de una buena parte del pueblo alemán durante el régimen nacionalsocialista.

Aunque éste no es, por supuesto, un tema prominente en discursos electorales dirigidos a un ciudadano medio alejado de los debates entre historiadores y filósofos, el germen de la ruptura de tabús que ha hecho posible la entrada en escena de un discurso del odio contra el extranjero como el que vehicula el partido Alternative für Deutschland (Alternativa por Alemania, AfD en sus siglas alemanas) no se explica sin una cierta mirada al trasfondo académico en el que se origina.

Hasta finales de los ochenta, cuando la República Federal Alemana absorbió a la Democrática con el beneplácito de la comunidad internacional, la legitimación del nacionalsocialismo y sus crímenes como “respuesta comprensible” a la amenaza comunista en Alemania y Europa era una especie de bilis mal digerida que rumiaban en las esquinas intelectuales conservadores como Ernst Nolte o Joachim Fest, con una presencia importante en los órganos oficiales de conformación vertical de la opinión pública (Fest fue editor de la sección cultural del conocido diario conservador Frankfurter Allgemeine Zeitung durante veinte años, entre 1973 y 1993) pero incapaces de intervenir con contundencia en la esfera de opinión verdaderamente decisiva en las democracias liberales, la esfera de la opinión plébica (de plebe: conformada por el rumor, el bulo, el meme).

Utillaje conceptual: “prensa de la mentira”, “traidores al pueblo” y “sobreextranjerización” 

Aunque Alternative für Deutschland no tiene una posición oficial con respecto al régimen nacionalsocialista y se muestra –por su antiislamismo-- favorable a la agresiva política de Israel en Oriente Próximo (de ahí que sea habitual, por ejemplo, ver banderas israelíes en las manifestaciones y eventos convocados por la organización), algunos de los conceptos políticos que manejan sus portavoces y simpatizantes no dejan lugar a dudas con respecto a la existencia de peligrosas continuidades entre la extrema derecha tradicional alemana y esta extrema derecha vestida de seda.

Nos referimos a conceptos como Lügenpresse o “prensa de la mentira”, expresión con la que la AfD y sus simpatizantes identifican a los supuestos “medios del régimen”, cadenas de televisión, periódicos y radios, en los que, supuestamente, se ofrece una imagen negativa de la “lucha por la salvación de la patria” que la organización encabeza.

 Tendremos ocasión de contrastar más adelante si, realmente, estos medios del régimen son tan críticos con la AfD como los impulsores del partido intentan hacer creer. Recordemos, de pasada, que el concepto Lügenpresse fue una de las expresiones recurrentes en el discurso nazi, empleada, entre otros, por el orquestador de la propaganda del régimen, Joseph Goebbels. 

Mediante el empleo de este concepto se pretende inmunizar contra toda crítica a los seguidores del partido y a las personas a las que se intenta atraer al mismo, planteando la existencia de una gran conspiración (de los intelectuales liberales y de izquierda, los grandes grupos de capital que financian los medios y los medios estatales controlados por el gobierno) contra la misma Verdad. No por azar el lema escogido por la AfD para sus últimas campañas electorales ha sido el de “Mut zur Wahrheit!” (¡Coraje hacia la verdad!).

Conceptos como “Volksverräter” (“traidor al pueblo”), empleados por la AfD para referirse a los miembros de otros partidos políticos, traidores al pueblo alemán con una política de fronteras abiertas destinada a acabar –por disolución racial y cultural-- con ese mismo pueblo, tampoco dejan lugar a dudas sobre el régimen y las ideas con las que entronca la pretendidamente “nueva” política de la AfD. Se trata de un concepto que Adolf Hitler empleó profusamente en las décadas de los veinte y treinta para referirse a los políticos alemanes que habían negociado la capitulación de Alemania en la Primera Guerra Mundial y el Tratado de Versalles.

 Los AfDistas vuelven a manejar impunemente este peligroso y revanchista concepto político en todas sus manifestaciones y eventos, en los que quizás la imagen más presente sea la de los numerosos carteles con el rostro de la canciller Angela Merkel acompañada de la nauseabunda etiqueta de “Volksverräterin”.

Términos como “Überfremdung”, otra invención conceptual de los nazis sin traducción directa en castellano (prueba la artificialidad de la palabra el que para traducirla al castellano haya que recurrir al circunloquio “sobre extranjerización”) o “Völkisch”, que identifica lo popular con lo nacional en un sentido excluyente, figuran también en un diccionario claramente escrito en caracteres góticos.    
   
El establishment judicial alemán: tolerancia radical al odio extremo 

A pesar de estas continuidades evidentes, la hábil supresión de toda manifestación de odio hacia los judíos, de las apologías abiertas del Tercer Reich o las absurdas negaciones del hecho inédito e inconmensurable del Holocausto que se encontraban en el programa de las formaciones de extrema derecha que la precedieron (y con las que, de hecho, la AfD comparte el noventa y nueve por ciento de sus posiciones políticas) han permitido al partido beneficiarse de una tolerancia judicial y mediática con la que no contó, por ejemplo, uno de sus antecesores, el Partido Socialista del Reich (SRP), prohibido en 1951.

En este sentido, el Tribunal Constitucional alemán ha jugado un papel importantísimo en la ruptura de tabús que explica la irrupción en la arena política de viejos y nuevos discursos del odio.

 Aunque no referida directamente a la AfD, la sentencia final con la que se cerró recientemente el largo proceso judicial abierto en 2013 para que se ilegalizara al Nationaldemokratischen Partei Deutschlands (NPD), un partido antisemita que niega el Holocausto y defiende abiertamente los “logros” de la Alemania del Tercer Reich, es un elemento que jugará un papel fundamental en la vida política alemana de los próximos años.

 El fallo del tribunal, pronunciado el pasado 17 de enero, constata que el NPD es un partido que ataca abiertamente los valores constitucionales y hace apología de la violencia contra los judíos y los extranjeros. Sin embargo, en virtud de lo que el tribunal considera como “una escasa relevancia en la vida política alemana” (dado su escaso atractivo electoral), considera su prohibición como una medida no justificada y que, de tomarse, resultaría desproporcionada.
Una sentencia semejante resulta, sin lugar a dudas, un espaldarazo del sistema judicial a la inclusión del discurso del odio en el menú democrático. La falacia liberal de la posibilidad y deseabilidad de una tolerancia total supone, como en otros casos, aceptar que los intolerantes sean admitidos como un jugador más en la competición democrática.

Esta tolerancia extrema hacia la extrema derecha aparece, además, en claro contraste con la legislación y sentencias judiciales que, poco a poco, han ido arrinconando a la izquierda revolucionaria en posiciones socialdemócratas y pacifistas, al ser catalogada toda llamada a la insurrección violenta, la presión “física” sobre empresarios y políticos o el mero sabotaje industrial como apología del terrorismo.

 De ahí que, aunque la AfD guste de presentarse como el partido antisistema por excelencia en la actual coyuntura política alemana, lo cierto es que se beneficia de un innegable trato de favor por parte del establishment judicial. En una perspectiva histórica ampliada al siglo XX, tal trato no debería resultar demasiado sorprendente.

 No, al menos, si se piensa en la decisiva participación que el Juristenstand tuvo en la construcción del régimen nacionalsocialista en los años veinte y treinta y en el importante rol vertebrador y legitimador que categorías jurídico-políticas como las desarrolladas por el jurista Carl Schmitt (conceptualizador de una política en la que el otro –el diferente, extranjero, opositor-- aparece designado como enemigo y se justifica un estado de excepción permanente como remedio al caos y al desorden) jugaron en el Estado nazi.
La creación de la AfD (2013). Marketing político y estrategas del Berliner Kreis
Como en muchos otros casos, la consigna de ser y representar una alternativa al sistema se revela falsa si echamos también una ligera ojeada a la trayectoria política de los principales cargos políticos de la AfD.

Sus tres principales fundadores y portavoces (Petry, Adam y Lücke, impulsores de la creación del partido en febrero de 2013) tuvieron un pasado político en la CDU, el gran partido conservador alemán en el sistema de partidos establecido tras la Segunda Guerra Mundial, al que pertenece la canciller Angela Merkel. Frauke Petry, elegida, no por azar, como la principal portavoz del partido, es la que menos huellas tenía que borrar, al no haber ocupado cargos importantes antes de formar la AfD.

Supuesta ‘cara nueva’ de la política alemana, Frauke Petry –que ahora considera a los conservadores uno de los “partidos del cártel”-- fue, en todo caso, miembro activo de la CDU por varios años.
El segundo de los progenitores de la AfD, Bernd Lücke, fue miembro de la CDU durante 33 años, ocupó varios cargos públicos relevantes y se distanció de los conservadores por su falta de agresividad hacia el Estado del Bienestar.

En efecto, hasta el momento de su entrada en la AfD, uno de los ingredientes más habituales y entrañables en todo desayuno auténticamente alemán (junto al pan integral, las salchichas y el Schorle) era uno de los repetitivos manifiestos neoliberales de Bernd Lücke.

Publicados en la amplia variedad de diarios a los que, más tarde, denigraría como Lügenpresse, Lücke nunca bajó los brazos en su lucha por las privatizaciones y el abaratamiento sistemático de la fuerza de trabajo, en su opinión el factor que mantenía estancada a la economía alemana.
Cabe preguntarse, en este sentido, si acaso la AfD y su discurso del odio no habrán sido la estrategia de evangelización elegida por Lücke y la derecha empresarial en su Segunda Venida a los desayunos auténticamente alemanes.

De momento no sólo han logrado colar en el discurso político cotidiano ideas consideradas tabú hasta hace pocos años, sino que (para expresarnos en la jerga de moda) han colocado en el centro del tablero político auténticos disparates y multitud de propuestas vulneradoras de los derechos humanos más esenciales, que ahora se consideran no sólo como debatibles, sino implementables y hasta dignas de encomio.

 No hay que olvidar, en este sentido, que un inmigrante calumniado, aislado y condenado perpetuamente a un estatuto jurídico de ilegalidad es, en realidad, un no-ciudadano y, sobre todo, un trabajador que carece de derechos y ni siquiera puede reclamarlos. Sobre este tipo de trabajadores y trabajadoras, el empresario puede ejercer impunemente un alto grado de violencia  económica, física y hasta sexual, como prueban la multitud de abusos que se registran tanto en Alemania como en nuestro país.
En cuanto al tercer padre-fundador de la AfD, Konrad Adam, su intimidad con el sistema resultará fuera de dudas si aclaramos que también fue miembro destacado de la CDU durante varias décadas y de su think tank, el Berliner Kreis (Círculo Berlinés, si lo traducimos al castellano; para ser aún más claros, la FAES germana).

Sus relaciones con la Lügenpresse fueron también estrechas, cariñosas y redituables, pues entre 1979 y 2000 fue redactor del ya citado Frankfurter Allgemeinen Zeitung. Entre 2000 y 2007 fue, además, corresponsal en jefe del periódico Die Welt.
La lista de antisistema reclutados por la AfD es demasiado larga como para ser condensada en un artículo. Mencionemos, a título de ejemplo, que otro de los  portavoces destacados del partido, Alexander Gauland, tiene un perfil prácticamente idéntico al de Adam: alto cargo de la CDU durante cuarenta años, miembro del Berliner Kreis y editor por largo tiempo de otro importante diario conservador (el Märkische Allgemeine).
A estas alturas de la exposición, los lectores críticos estarán, posiblemente, planteándose la pregunta de si esta AfD ‘revolucionaria’ no es, en realidad, un partido paraestatal surgido de las cavernas del Berliner Kreis. Pese a que su nacimiento y consolidación pueden explicarse sólo apelando a las  razones históricas de largo alcance que mencioné, la breve historia de la AfD resulta un indicativo claro de que su causa más inmediata radica en una perspicaz estrategia de marketing político.
Puesto que el nicho de mercado electoral racista y antimusulmán estaba ya, en cierta forma, perfilado y ‘existe’ en todos los países occidentales donde se combinan altas tasas de inmigración y una tolerancia judicial y mediática hacia los discursos alentadores del odio racial y cultural, muchos de ellos vecinos de Alemania, los antiguos miembros del Berliner Kreis a los que nos hemos referido no habrían hecho más que apropiárselo tras rediseñar de forma pragmática el ideario político tradicional de las formaciones de extrema derecha precedentes (adiós al antisionismo).

Utilizando además la etiqueta neutra de “Alternativa por Alemania” que, aunque patriótica, no incorpora referencias a lo Nac/zional o al Reich, el partido se abre a un campo potencial de votantes sin techo definido.
(Continuará…)2                  (José Luis Egío, CTXT, 08/02/17)

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