"No dispongo de grandes argumentos racionales para
defender la corrida de toros. Ni me gusta demasiado recurrir a ellos,
sobre todo porque las razones económicas y las medioambientales,
abrumadoras en ambos casos, aportan un exceso prosaísmo a este misterio
eucarístico y pagano que José Tomás, por ejemplo, nos hizo experimentar hace unos días en Jerez de la Frontera. Se nos apareció el maestro, créanme.
Los toros no tienen explicación. Ni la necesitan, mucho menos para dejarse conmover por la doctrina flower power
de una sociedad infantil y aséptica que abjura de la muerte y que
reniega de cualquier expresión estética capaz de exponerla o
dramatizarla.
El rito de la corrida representa un ejemplo absoluto
en la dialéctica extrema de Eros y Tánatos. La creatividad proviene de
la muerte. De asomarse a ella. Y de mecerla, como hizo José Tomás, ya
digo, en Jerez, sublimando por naturales una experiencia catártica,
colectiva, que hizo a los espectadores trascender, cuando no levitar.
No vamos a una plaza para gozar con la hemorragia del uro ni para jactarnos de la crueldad. Los toros son un espectáculo sangriento y cruento,
pero la propia coreografía de la muerte predispone a emociones
descomunales. Casi todas propiciadas desde la liturgia y desde la
estética en la comunión del ritual mediterráneo.
Que los toros sean "incomprensibles" representa su
mayor virtud. Y que pretendan abolirse desde la moral hipócrita heredada
de Walt Disney contradice la devoción que los aficionados tenemos al
toro en esa dimensión totémica y propiciatoria.
La corrida no es anacrónica, sino atemporal. Y la
tauromaquia carece de ideología, pero semejante evidencia no le ha
prevenido de exponerse a los vaivenes del interés político. Para
defenderla, como hace el PP en su noción patriótico-identitaria. Y para
atacarla, como sucede ahora desde los presupuestos neofranciscanos de la
progresía.
Me acuerdo de los lagrimones que nos hizo verter el
león Cecil cuando fue cazado en Zimbabue, pero no me consta que esta
sociedad del peluche y la mascota haya reaccionado con idéntica
militancia a las fosas comunes del dictador Mugabe. Humanizamos a los
animales y deshumanizamos a los hombres.
El problema no son los toros. El problema consiste en
los hábitos e hipocresías de una cultura inodora, incolora e insipida
que recela de cualquier expresión irracional e instintiva y hasta
dionisiaca. Tanta corrección, tanto prohibicionismo y tanta mojigatería
va a terminar por obligarnos a los aficionados a exiliarnos en Francia.
Je suis taurino." (Rubén Amón , El País, 12/05/16)
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