"No caigamos, por uso y abuso a la hora de etiquetar
acciones o arrojar el vocablo al adversario como arma, en la
banalización del concepto “Fascismo”. Si éste vuelve a encarnarse en el
siglo XXI, no vendrá precedido por desfiles con antorchas o escuadras de
camisas negras.
Hoy es compatible con trajes Armani o Gucci de raya
impecable y blanco impoluto, siempre que en su programa junto al culto
al líder, seguidismo gregario y odio al enemigo común, defienda la
ganancia sin límites legales o éticos y la sacrosanta propiedad privada.
El sustantivo es lo de menos: al Poder le da igual llamarlo “x”.
Aunque eso no impida guardar para “perfomances”
simbólicas los guiños a las raíces, tipo líder con torso desnudo, émulo
de Mussolini borrando pintadas obscenas de fachadas de barrios obreros
mientras saluda a cámara o paseos del «Jefe» saludando a la multitud que
vitorea acompañado de cura con hisopo -no importa la acusación de
pederastia que le acompañe- encargado de bendecir las nuevas
instalaciones religiosas oportunamente financiadas a costa del erario
público. Todo sea por mantener la llama de la herencia histórica
cristiana.
Como enfermedad ideológica contagiosa y mutante puede
colonizar voluntades de muy diversas maneras. El martes 18 nos
sorprendía esta noticia: la voz más influyente de las redes en Italia es
Francesco Gangemi, albañil en paro (eldiario.es).
Desde su página “Pongamos a parir a todos”, genera millones de
interacciones siempre que con frases simples fustigue a los inmigrantes.
Afirma que si los defendiera no se comería un clic. Con la acción logra
ingresos extras que le ayudan a sobrevivir, cumpliendo de camino el
sueño capitalista de comercializar hasta el odio. Y como de desfachatez
va sobrado, proclama, tras poner en la diana a miles de seres humanos,
un “a mi la política no me interesa”.
Versión latina de nuestro producto nacional, ese
españolito adosado a la barra del bar con soluciones para todos los
problemas tras la frase “Eso lo arreglaba yo…”. La aseveración siempre
va acompañada, en modo boca chica, con un “soy apolítico” que, al calor
de las pullas de los contertulios, va subiendo, subiendo, hasta dejar
salir del alma al franquista que lleva dentro.
Que se lo digan si no a
Begoña García, diputada del PP en la Asamblea de Madrid cuando con la
excusa de una pregunta a un Consejero de su partido, hoy calificaba al
general asesino de «Caudillo victorioso». Eso sí, la risa no la dejaba
continuar. Para ella debe resultar muy gracioso recordar al sembrador de
decenas de miles de cadáveres en las cunetas patrias.
El espécimen ya se dio en la Alemania de 1945 bajo la
coartada del «yo no sabía nada, no imaginaba que les harían eso» para
referirse al trágico destino del vecino judío al que rompió la
cristalera y al inquilino comunista del segundo denunciado por la aria
comunidad, a los que vieron desaparecer una noche tras las garras de la
Gestapo.
Porque el Fascismo no es peligroso cuando se mantiene
en teorías y disquisiciones académicas anexas refutables con dialéctica y
principios. Lo es cuando baja al suelo y se instala en el
comportamiento, lo cotidiano, el entorno cercano.
Como doctrina se propaga de manera extraordinaria con
las “fakes news” (versión tecnología punta de la archiconocida máxima
nazi “mentira mil veces repetida”), la negación de lo evidente como hace
Aznar en el Congreso, las difamaciones bajo cuerda, los cánticos de
barras bravas, hooligans y otras faunas futboleras.
Porque sus mentores saben que para cerrar las
Fronteras, la primera abertura a sellar es la de la Mente. Y conseguido
esto, sobran los Trump y los muros de Israel.
No necesita ni recurrir a la clásica amenaza militar.
Los golpes de Estado ya no los dan uniformados. Ahora las grandes
corporaciones preparan el terreno, un sector a nómina de políticos
electos sirve de felpudo/ariete y los Tribunales ejecutan. No hace falta
quemar el Reichstag físicamente y echarle la culpa a Marinus van der
Lubbe para torcer la voluntad del Parlamento elegido. Que lo pregunten
en Honduras, Paraguay, Argentina, Brasil… A los gobernantes aunque hayan
tragado durante su mandato con el diseño y el Sistema neoliberal, a
poco que planteen limar las aristas más negativas les aplican el
“imperio de su ley”. El fascismo se nutre del miedo.
Para fascistizar a la sociedad son esenciales dos
armas: enemigo común e intolerancia. La primera es el pegamento que
aglutina porque ofrece un culpable: ese emigrante “que vino a quitarte
tu puesto de trabajo, vivir de las subvenciones y violar a nuestras
mujeres”.
Y, parodiando a Martin Niemöller, el resto respiran con un «yo no lo soy».
La intolerancia la arman mezclando parte y todo. El
peligro lo encarna el islamista, presto a invadirnos y sembrar el caos.
El fanático foráneo. No importa el fanático autóctono porque es él.
El Poder siempre utiliza más de una baraja, conjugando
a la vez el neoliberalismo y su teórico contrario siempre que las
discrepancias de forma no cuestionen el resultado final y, confiado en
la seguridad que da saber que al enseñar Guatepeor -llámese Orban, Le
Pen o cualquier primo político-, nadie le cuestiona su actual Guatemala.
En este contexto, que Matteo Salvini en su juventud
estuviese en la órbita del centro social de izquierda «Leoncavallo» o
que en 1997 fuese en las listas de los comunistas padanos no tiene la
menor importancia. Me impactan mucho más sus soflamas de ultraderecha en
el atril de la Liga Norte bajo un letrero que reza “Los italianos
primero”. Con eso y con que sirve de coartada a los titiriteros que
mientras lo mueven gritan «que viene el coco», me basta.
Lo siento, pero, desde mis cortas luces, vinculo el
origen del movimiento obrero a un opúsculo escrito en 1848 que
proclamaba “Proletarios de todos los países, uníos”. Y a una
organización que no en balde se llamó «La Internacional» acompañada por
un himno estremecedor que no hablaba de fronteras y naciones sino de
parias y famélica legión.
¿Que es necesario ocupar el Estado en su concepción
nacional burguesa y utilizarlo de ariete para asaltar los cielos? No lo
discuto.
¿Que Lenin cogió el tren ofrecido por el enemigo para
llegar al andén de la Revolución? Me encanta la anécdota. Pero Vladimir
no era un simple pasajero, era un excelente conductor y conocía los
vericuetos del camino al que pretendía llegar.
No hace falta corretaje ni dialéctica de puños y
pistolas. Al nuevo totalitarismo que emerge le basta con decir «mira el
pajarito» en formato medio de difusión ideológica para desviar la
atención de un público que aplaude mientras le roban la cartera..
Hace muchos años -lo reproduje en otra ocasión-,
Marcelino Camacho me regaló una excelente anécdota. Contaba que Rodrigo
Rato le interpeló un día con un “Marcelino, mi padre -Ramón Rato,
encarcelado durante tres años por evadir millones de pesetas de los años
60 a Suiza- también estuvo encarcelado por Franco como tú”. A lo que
Marcelino respondió: “Sí, pero no por lo mismo, no por lo mismo”.
¿Podemos coincidir alguna vez desde nuestras
posiciones con la extrema derecha en la crítica al capitalismo salvaje
que ejecuta la UE, las tropelías de un Euro diseñado para garantizar la
hegemonía alemana, las políticas migratorias o el seguidismo de Bruselas
ante el militarismo estadounidense?. Sí, pero no por lo mismo, no por
lo mismo." (Juan Rivera, Colectivo Prometeo, 29/08/18)
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