"Sí, sin signo de interrogación: el trabajo sexual es
trabajo. Y como tal hay que aceptarlo. No significa que se apruebe esa
elección, sino reconocer su dignidad al igual que otras, aceptando al
menos detenerse y escuchar lo que las partes directas e interesadas
tienen que decir.
Y sin tener que recordar cada vez que el tráfico y la
explotación son diferentes y que las trabajadoras sexuales están en
primera línea del frente en la lucha contra la ilegalidad, el abuso y la
violencia. Sí, es cierto que el trabajo sexual elegido sin
restricciones concierne a una minoría de personas, pero eludir la
comparación porque afecta a pocas personas es como decir: ya no tratamos
con minorías étnicas o feministas porque no son la mayoría de la
población.
Es indudable que Carla Lonzi declaró, en su momento,
que «el feminismo se presentó como la salida entre las alternativas
simbólicas de la condición femenina, la prostitución y la clausura:
poder vivir sin vender el cuerpo y sin renunciar a él», pero no creo
que, como argumentan, entre otras, Monica Ricci Sargentini y Alessandra
Bocchetti, que haya sido paradójico, incluso impropio, haber organizado
en la Casa internazionale delle donne, en Roma,
el 21 de enero, un encuentro público sobre trabajo sexual precisamente
en la sala dedicada a Lonzi, la feminista que, en el Manifesto di Rivolta Femminile
de 1970, escrita con Carla Accardi y Elvira Banotti, afirmó: «damos la
bienvenida a la sexualidad libre en todas sus formas».
Al contrario,
creo que Lonzi habría escuchado con cuidado y atención, como lo hicieron
las doscientas personas presentes, los emocionantes testimonios y las
resoluciones subsiguientes, y que abrieron el debate a preguntas y
contradicciones que ciertamente no se resolvieron, pero que marcaron un
primer paso importante para comenzar a razonar, de forma dialogante,
sobre una cuestión candente y quizás, para mucha gente, irritante.
Candente, al punto de hacer saltar los mínimos niveles
de respeto mutuo, tal como lo demuestra los ataques violentos sufridos
por las organizadoras en las redes sociales o la indebida injerencia de
algunas voces del feminismo italiano para evitar que la reunión tuviera
lugar en la «casa de todas»; irritante porque hablar de «trabajo sexual»
significa debatir no solo con quienes han decidido sin coerción
trabajar con su propia sexualidad y con su cuerpo, sino también lidiar
con las dudas y los temores, deseos, perturbaciones y rémoras que el
hablar de «sexo» implica.
«Durante algún tiempo hemos presenciado en el mundo
feminista reacciones emocionales descontroladas en oposición a un
planteamiento que reconoce a las prostitutas como interlocutoras iguales
porque entiende la prostitución como un hecho político», recordó Maria
Rosa Cutrufelli, escritora, autora en 1981 de Il cliente. Inchiesta sulla domanda di prostituzione,
la primera investigación que puso el foco sobre el protagonista
masculino del asunto.
«Hoy se habla de trabajo sexual, una expresión
reciente nacida precisamente de la lucha de las prostitutas y tras los
debates en los espacios feministas —continuó Cutrufelli— y aunque no
puedo seguir opinando, como en los años ochenta, que la prostitución es
la institución negra y oscura contrapuesta a la institución clara y
blanca del matrimonio, ciertamente —también retomando a Kate Millett y
su texto The prostitution papers— se puede
afirmar que no ha cambiado en los círculos feministas la resistencia
general a reconocer igual dignidad a las mujeres que eligen
voluntariamente vender su cuerpo: aquí me gusta hablar de elección
voluntaria en lugar de elección libre».
No es de la misma opinión Pia Covre, fundadora con Carla Corso del Comitato per i diritti civili delle prostitute,
durante años activa en las redes internacionales y que ha venido desde
Pordenone para contar su experiencia personal: «Personalmente, prefiero
la expresión “libre elección” porque así es como lo viví yo cuando, en
un momento de mi vida, decidí que quería que me pagaran por un
intercambio económico-sexual que se daba por supuesto en las relaciones.
Me bastó echar dos cuentas para entender que ganaría más dinero que
haciendo de camarera».
«Hasta 1982, cuando nacimos como comité, hice política
de varias maneras, incluso con los radicales por el derecho al aborto,
—ha explicado Covre—, pero nunca había participado en asambleas
feministas. Ir a reunirme con ellas y encontrarse frente a un muro fue
muy decepcionante, pero esto no me impide sentirme feminista.
He pasado
mi vida luchando por mi (y nuestra) autodeterminación y libertad,
porque, de lo contrario, siempre seremos aplastadas entre las presiones
abolicionistas y regulatorias que, en ambos casos, no se preocupan por
las condiciones materiales de la vida, incluso las higiénico-sanitarias,
de quienes hacen este trabajo, a menudo, incluso para escapar de la
pobreza».
Así pues, por un lado, no se elude el nudo de las
condiciones materiales de partida que pueden convertirse en
limitaciones, por el otro, los protagonistas repiten, el trabajo sexual
se elige teniendo bien presente el resto del mundo laboral y lo que
implica.
Sin embargo, el estigma recae en algunos trabajos y no sobre
todos: «Si trabajara para una corporación multinacional o para una
sociedad cuya dirección es masculina, como casi siempre, ¿alguna de
ustedes también diría que soy una sierva del capitalismo patriarcal? Si
comiera cadáveres de animales torturados, mamíferos como yo, o de otras
especies, algunos dirían: es una asesina, una especista infame, ¿con la
misma gravedad de "la que hace” de prostituta, de stripper o de amante?».
Estas son preguntas dirigidas sobre todo a aquellas
feministas que piensan que de ciertos trabajos hay quizá que
avergonzarse, hasta el punto de negarlos, sin tener en cuenta todas las
variables involucradas.
También por esta razón, muchas redes de
trabajadoras y trabajadores sexuales entrelazan sus batallas por los
derechos civiles con las de los y las migrantes y, al mismo tiempo,
piden la despenalización del trabajo sexual y una legislación no
represiva sobre el tema de la migración; subrayar que el trabajo sexual
no es necesariamente un trabajo por tiempo indefinido y las condiciones
de vida pueden cambiar si se protegen los derechos civiles y sociales.
El colectivo feminista Ombre Rosse se mueve dentr de este contexto y
participó en la reunión aportando testimonios directos para entender
quiénes son y qué quieren las personas que realizan un trabajo sexual.
Para proteger a sus activistas, el colectivo optó por intervenir de
forma anónima y con el apoyo de Silvia Gallerano, actriz e intérprete
del monólogo La Merda, con el que ya ha
recibido muchos premios internacionales. «Trabajar con el cuerpo
significa un montón de cosas incluyendo compartir algo íntimo.
Esto es
valido para el trabajo sexual, pero también para otros trabajos que
involucran cuerpo, sensaciones y relaciones. Muchos trabajos de cuidado
suponen intimidad corporal y no solo, muchos trabajos performativos
incluyen expresiones corporales e interpretaciones que tienen sus raíces
en la esfera íntima», como la trabajadora sexual interpretada por
Gallerano, quien agrega: «elegí hacer este trabajo como adulta, después
de un camino feminista que me dio la oportunidad de razonar sobre mi
estar en el mundo, un razonamiento que no ha concluido porque seguir en
ese estar en el mundo también significa volver a cuestionarse
continuamente, al menos para mí».
Sin embargo, hay quienes tienen certezas inoxidables y
decidieron que cualquiera que tome esta decisión es esclava del
patriarcado: «Vender tu cuerpo es una frase que odio y que siempre he
odiado. Como si no existiera mi mente, mi inteligencia, como si mi
cuerpo se pudiera descuartizar. ¿o tal vez el problema es tener sexo a
cambio de dinero? ¿practicar el sexo sin amor? ¿o es el sexo solo el
problema?», —la otra voz del colectivo fue directa al grano: «Me
gustaría poder trabajar en cooperativas dirigidas por colegas,
protegidas del abuso, la explotación y la violencia, incluso por parte
de las fuerzas del orden».
Pero es violencia también «hablar y decidir en mi
lugar, juzgarme, inferiorizarme, victimizarme y estigmatizarme, querer
hacer leyes contra mi libertad de elección: pensé que esto lo hacían
sacerdotes, objetores, machistas, no mujeres que se declaran feministas
como yo». —concluyó Ombra Rossa— Me gustaría que el pensamiento
feminista acepte y respete las subjetividades no conformes, las minorías
oprimidas, otras experiencias e identidades, me gustaría que el
feminismo rompa definitivamente el esquema patriarcal de santa-puta que
dice criticar y, en cambio, reitera».
También porque, como ha señalado Giorgia Serughetti, —investigadora de la Universidad de Milán Bicocca y autora en 2013 de Uomini che pagano le donne—,
claramente no podemos seguir apuntando con el dedo sobre la oferta,
sino que «también debemos tener en cuenta la complejidad de la demanda,
ese mundo variado compuesto en su gran mayoría por hombres, pero ya no
solo por hombres, que pregunta y también busca en Internet sexo pagado,
siempre en un contexto en el que las relaciones de poder están dentro
del marco económico del sistema capitalista.
Basta con pensar —agrega
Serughetti— en el caso en que se vio a mujeres pidiendo servicios
sexuales a cambio de una remuneración a solicitantes de asilo. La
repetición del esquema de poder de un sujeto privilegiado sobre una
persona en desventaja (hombre/mujer, blanca/migrante) no solo enfatiza
el tema de la desigualdad, sino que también derrumba otro lugar común
que quiere ver al cliente como un sujeto desviado».
Finalmente, todas las cartas se mezclan con la
actuación de Rachele Borghi, profesora de geografía en la Sorbona y
miembro del comité de contratación del CNR francés. A raíz del proyecto
colectivo transnacional Zarra Bonheur,
compartido con la pornoactivista Slavina, Borghi literalmente ha
expuesto las palabras de quienes eligen el trabajo sexual y buscan
alianzas políticas con otras sexualidades disidentes y con quienes estén
en disposición de aceptar sus vidas.
De hecho, no solo recordó que era
una feminista transfeminista en la red con muchas otras, sino que,
felizmente, montó en secuencia una sección transversal de los
razonamientos de las mujeres que luchan por el reconocimiento del
trabajo sexual y los argumentos violentos de quienes en las últimas
semanas han atacado irrespetuosamente la posibilidad de escuchar
diferentes feminismos."
(Barbara Bonomi Romagnoli
, periodista italiana feminista
, Sin Permiso, 02/02/2019; fuente: Corriere della sera, La27Ora)
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