14/2/19

Diálogos entre feministas y prostitutas... el trabajo sexual es trabajo. Y como tal hay que aceptarlo. No significa que se apruebe esa elección, sino reconocer su dignidad al igual que otras, aceptando al menos detenerse y escuchar lo que las partes directas e interesadas tienen que decir...

"Sí, sin signo de interrogación: el trabajo sexual es trabajo. Y como tal hay que aceptarlo. No significa que se apruebe esa elección, sino reconocer su dignidad al igual que otras, aceptando al menos detenerse y escuchar lo que las partes directas e interesadas tienen que decir. 

Y sin tener que recordar cada vez que el tráfico y la explotación son diferentes y que las trabajadoras sexuales están en primera línea del frente en la lucha contra la ilegalidad, el abuso y la violencia. Sí, es cierto que el trabajo sexual elegido sin restricciones concierne a una minoría de personas, pero eludir la comparación porque afecta a pocas personas es como decir: ya no tratamos con minorías étnicas o feministas porque no son la mayoría de la población.

Es indudable que Carla Lonzi declaró, en su momento, que «el feminismo se presentó como la salida entre las alternativas simbólicas de la condición femenina, la prostitución y la clausura: poder vivir sin vender el cuerpo y sin renunciar a él», pero no creo que, como argumentan, entre otras, Monica Ricci Sargentini y Alessandra Bocchetti, que haya sido paradójico, incluso impropio, haber organizado en la Casa internazionale delle donne, en Roma, el 21 de enero, un encuentro público sobre trabajo sexual precisamente en la sala dedicada a Lonzi, la feminista que, en el Manifesto di Rivolta Femminile de 1970, escrita con Carla Accardi y Elvira Banotti, afirmó: «damos la bienvenida a la sexualidad libre en todas sus formas». 

Al contrario, creo que Lonzi habría escuchado con cuidado y atención, como lo hicieron las doscientas personas presentes, los emocionantes testimonios y las resoluciones subsiguientes, y que abrieron el debate a preguntas y contradicciones que ciertamente no se resolvieron, pero que marcaron un primer paso importante para comenzar a razonar, de forma dialogante, sobre una cuestión candente y quizás, para mucha gente, irritante.

Candente, al punto de hacer saltar los mínimos niveles de respeto mutuo, tal como lo demuestra los ataques violentos sufridos por las organizadoras en las redes sociales o la indebida injerencia de algunas voces del feminismo italiano para evitar que la reunión tuviera lugar en la «casa de todas»; irritante porque hablar de «trabajo sexual» significa debatir no solo con quienes han decidido sin coerción trabajar con su propia sexualidad y con su cuerpo, sino también lidiar con las dudas y los temores, deseos, perturbaciones y rémoras que el hablar de «sexo» implica.

«Durante algún tiempo hemos presenciado en el mundo feminista reacciones emocionales descontroladas en oposición a un planteamiento que reconoce a las prostitutas como interlocutoras iguales porque entiende la prostitución como un hecho político», recordó Maria Rosa Cutrufelli, escritora, autora en 1981 de Il cliente. Inchiesta sulla domanda di prostituzione, la primera investigación que puso el foco sobre el protagonista masculino del asunto.

 «Hoy se habla de trabajo sexual, una expresión reciente nacida precisamente de la lucha de las prostitutas y tras los debates en los espacios feministas —continuó Cutrufelli— y aunque no puedo seguir opinando, como en los años ochenta, que la prostitución es la institución negra y oscura contrapuesta a la institución clara y blanca del matrimonio, ciertamente —también retomando a Kate Millett y su texto The prostitution papers— se puede afirmar que no ha cambiado en los círculos feministas la resistencia general a reconocer igual dignidad a las mujeres que eligen voluntariamente vender su cuerpo: aquí me gusta hablar de elección voluntaria en lugar de elección libre».

No es de la misma opinión Pia Covre, fundadora con Carla Corso del Comitato per i diritti civili delle prostitute, durante años activa en las redes internacionales y que ha venido desde Pordenone para contar su experiencia personal: «Personalmente, prefiero la expresión “libre elección” porque así es como lo viví yo cuando, en un momento de mi vida, decidí que quería que me pagaran por un intercambio económico-sexual que se daba por supuesto en las relaciones. Me bastó echar dos cuentas para entender que ganaría más dinero que haciendo de camarera».

«Hasta 1982, cuando nacimos como comité, hice política de varias maneras, incluso con los radicales por el derecho al aborto, —ha explicado Covre—, pero nunca había participado en asambleas feministas. Ir a reunirme con ellas y encontrarse frente a un muro fue muy decepcionante, pero esto no me impide sentirme feminista. 

He pasado mi vida luchando por mi (y nuestra) autodeterminación y libertad, porque, de lo contrario, siempre seremos aplastadas entre las presiones abolicionistas y regulatorias que, en ambos casos, no se preocupan por las condiciones materiales de la vida, incluso las higiénico-sanitarias, de quienes hacen este trabajo, a menudo, incluso para escapar de la pobreza».

Así pues, por un lado, no se elude el nudo de las condiciones materiales de partida que pueden convertirse en limitaciones, por el otro, los protagonistas repiten, el trabajo sexual se elige teniendo bien presente el resto del mundo laboral y lo que implica. 

Sin embargo, el estigma recae en algunos trabajos y no sobre todos: «Si trabajara para una corporación multinacional o para una sociedad cuya dirección es masculina, como casi siempre, ¿alguna de ustedes también diría que soy una sierva del capitalismo patriarcal? Si comiera cadáveres de animales torturados, mamíferos como yo, o de otras especies, algunos dirían: es una asesina, una especista infame, ¿con la misma gravedad de "la que hace” de prostituta, de stripper o de amante?».

Estas son preguntas dirigidas sobre todo a aquellas feministas que piensan que de ciertos trabajos hay quizá que avergonzarse, hasta el punto de negarlos, sin tener en cuenta todas las variables involucradas. 

También por esta razón, muchas redes de trabajadoras y trabajadores sexuales entrelazan sus batallas por los derechos civiles con las de los y las migrantes y, al mismo tiempo, piden la despenalización del trabajo sexual y una legislación no represiva sobre el tema de la migración; subrayar que el trabajo sexual no es necesariamente un trabajo por tiempo indefinido y las condiciones de vida pueden cambiar si se protegen los derechos civiles y sociales. 

 El colectivo feminista Ombre Rosse se mueve dentr de este contexto y participó en la reunión aportando testimonios directos para entender quiénes son y qué quieren las personas que realizan un trabajo sexual. Para proteger a sus activistas, el colectivo optó por intervenir de forma anónima y con el apoyo de Silvia Gallerano, actriz e intérprete del monólogo La Merda, con el que ya ha recibido muchos premios internacionales. «Trabajar con el cuerpo significa un montón de cosas incluyendo compartir algo íntimo.

 Esto es valido para el trabajo sexual, pero también para otros trabajos que involucran cuerpo, sensaciones y relaciones. Muchos trabajos de cuidado suponen intimidad corporal y no solo, muchos trabajos performativos incluyen expresiones corporales e interpretaciones que tienen sus raíces en la esfera íntima», como la trabajadora sexual interpretada por Gallerano, quien agrega: «elegí hacer este trabajo como adulta, después de un camino feminista que me dio la oportunidad de razonar sobre mi estar en el mundo, un razonamiento que no ha concluido porque seguir en ese estar en el mundo también significa volver a cuestionarse continuamente, al menos para mí».

Sin embargo, hay quienes tienen certezas inoxidables y decidieron que cualquiera que tome esta decisión es esclava del patriarcado: «Vender tu cuerpo es una frase que odio y que siempre he odiado. Como si no existiera mi mente, mi inteligencia, como si mi cuerpo se pudiera descuartizar. ¿o tal vez el problema es tener sexo a cambio de dinero? ¿practicar el sexo sin amor? ¿o es el sexo solo el problema?», —la otra voz del colectivo fue directa al grano: «Me gustaría poder trabajar en cooperativas dirigidas por colegas, protegidas del abuso, la explotación y la violencia, incluso por parte de las fuerzas del orden».

Pero es violencia también «hablar y decidir en mi lugar, juzgarme, inferiorizarme, victimizarme y estigmatizarme, querer hacer leyes contra mi libertad de elección: pensé que esto lo hacían sacerdotes, objetores, machistas, no mujeres que se declaran feministas como yo». —concluyó Ombra Rossa— Me gustaría que el pensamiento feminista acepte y respete las subjetividades no conformes, las minorías oprimidas, otras experiencias e identidades, me gustaría que el feminismo rompa definitivamente el esquema patriarcal de santa-puta que dice criticar y, en cambio, reitera».

También porque, como ha señalado Giorgia Serughetti, —investigadora de la Universidad de Milán Bicocca y autora en 2013 de Uomini che pagano le donne—, claramente no podemos seguir apuntando con el dedo sobre la oferta, sino que «también debemos tener en cuenta la complejidad de la demanda, ese mundo variado compuesto en su gran mayoría por hombres, pero ya no solo por hombres, que pregunta y también busca en Internet sexo pagado, siempre en un contexto en el que las relaciones de poder están dentro del marco económico del sistema capitalista. 

Basta con pensar —agrega Serughetti— en el caso en que se vio a mujeres  pidiendo servicios sexuales a cambio de una remuneración a solicitantes de asilo. La repetición del esquema de poder de un sujeto privilegiado sobre una persona en desventaja (hombre/mujer, blanca/migrante) no solo enfatiza el tema de la desigualdad, sino que también derrumba otro lugar común que quiere ver al cliente como un sujeto desviado».

Finalmente, todas las cartas se mezclan con la actuación de Rachele Borghi, profesora de geografía en la Sorbona y miembro del comité de contratación del CNR francés. A raíz del proyecto colectivo transnacional Zarra Bonheur, compartido con la pornoactivista Slavina, Borghi literalmente ha expuesto las palabras de quienes eligen el trabajo sexual y buscan alianzas políticas con otras sexualidades disidentes y con quienes estén en disposición de aceptar sus vidas.

 De hecho, no solo recordó que era una feminista transfeminista en la red con muchas otras, sino que, felizmente, montó en secuencia una sección transversal de los razonamientos de las mujeres que luchan por el reconocimiento del trabajo sexual y los argumentos violentos de quienes en las últimas semanas han atacado irrespetuosamente la posibilidad de escuchar diferentes feminismos."  

 (Barbara Bonomi Romagnoli  , periodista italiana feminista , Sin Permiso, 02/02/2019; fuente: Corriere della sera, La27Ora)

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