"(...) La conciencia crítica ante la vigilancia digital es en Asia
prácticamente inexistente. Apenas se habla ya de protección de datos,
incluso en Estados liberales como Japón y Corea.
Nadie se enoja por el
frenesí de las autoridades para recopilar datos. Entre tanto China ha
introducido un sistema de crédito social inimaginable para los europeos,
que permite una valoración o una evaluación exhaustiva de los
ciudadanos.
Cada ciudadano debe ser evaluado consecuentemente en su conducta social.
En China no hay ningún momento de la vida cotidiana que no esté
sometido a observación. Se controla cada clic, cada compra, cada
contacto, cada actividad en las redes sociales. A quien cruza con el
semáforo en rojo, a quien tiene trato con críticos del régimen o a quien
pone comentarios críticos en las redes sociales le quitan puntos.
Entonces la vida puede llegar a ser muy peligrosa. Por el contrario, a
quien compra por Internet alimentos sanos o lee periódicos afines al
régimen le dan puntos. Quien tiene suficientes puntos obtiene un visado
de viaje o créditos baratos. Por el contrario, quien cae por debajo de
un determinado número de puntos podría perder su trabajo.
En China es
posible esta vigilancia social porque se produce un irrestricto
intercambio de datos entre los proveedores de Internet y de telefonía
móvil y las autoridades. Prácticamente no existe la protección de datos.
En el vocabulario de los chinos no aparece el término “esfera privada”.
En
China hay 200 millones de cámaras de vigilancia, muchas de ellas
provistas de una técnica muy eficiente de reconocimiento facial.
Captan
incluso los lunares en el rostro. No es posible escapar de la cámara de
vigilancia. Estas cámaras dotadas de inteligencia artificial pueden
observar y evaluar a todo ciudadano en los espacios públicos, en las
tiendas, en las calles, en las estaciones y en los aeropuertos.
Toda
la infraestructura para la vigilancia digital ha resultado ser ahora
sumamente eficaz para contener la epidemia. Cuando alguien sale de la
estación de Pekín es captado automáticamente por una cámara que mide su
temperatura corporal. Si la temperatura es preocupante todas las
personas que iban sentadas en el mismo vagón reciben una notificación en
sus teléfonos móviles.
No en vano el sistema sabe quién iba sentado
dónde en el tren. Las redes sociales cuentan que incluso se están usando
drones para controlar las cuarentenas. Si uno rompe clandestinamente la
cuarentena un dron se dirige volando a él y le ordena regresar a su
vivienda. Quizá incluso le imprima una multa y se la deje caer volando,
quién sabe. Una situación que para los europeos sería distópica, pero a
la que, por lo visto, no se ofrece resistencia en China.
Ni en China ni en otros Estados asiáticos como Corea del
Sur, Hong Kong, Singapur, Taiwán o Japón existe una conciencia crítica
ante la vigilancia digital o el big data. La digitalización
directamente los embriaga. Eso obedece también a un motivo cultural. En
Asia impera el colectivismo. No hay un individualismo acentuado. No es
lo mismo el individualismo que el egoísmo, que por supuesto también está
muy propagado en Asia.
Al parecer el big data resulta más eficaz para combatir el virus que los absurdos cierres de fronteras que en estos momentos se están efectuando en Europa.
Sin embargo, a causa de la protección de datos no es posible en Europa
un combate digital del virus comparable al asiático. Los proveedores
chinos de telefonía móvil y de Internet comparten los datos sensibles de
sus clientes con los servicios de seguridad y con los ministerios de
salud.
El Estado sabe por tanto dónde estoy, con quién me encuentro, qué
hago, qué busco, en qué pienso, qué como, qué compro, adónde me dirijo.
Es posible que en el futuro el Estado controle también la temperatura
corporal, el peso, el nivel de azúcar en la sangre, etc. Una biopolítica
digital que acompaña a la psicopolítica digital que controla
activamente a las personas. (...)" (Byung-Chul Han, El Pais, 22/03/20)
No hay comentarios:
Publicar un comentario