4/7/24

En la vuelta de la náusea parda, lecciones de los años treinta

 "Los años treinta están ante nosotros, decía en 1990 el filósofo Gérard Granel, porque aquello que permitió la catástrofe fascista sigue ahí: la explotación del ser humano, la devastación del mundo, el darwinismo social a través de la “competencia” y de la “competitividad”, la elección de los ricos, para quienes “es mejor Hitler que Blum”. Pero, tanto en historia como en política nada está escrito de antemano. En la náusea parda en la que nos abruma el poder necesitamos perspectivas, y habrá que agradecer a François Ruffin por haber abierto el camino: la crisis económica, social y la desesperanza pueden llevar al nazismo, cierto, pero también al Frente Popular.

Ante el ataque del 6 de febrero de 1934  contra la Cámara de Diputados, un vasto movimiento social, compuesto por militantes socialistas y comunistas, junto con los sindicatos, impuso la unión. Los aparatos partidistas de esas izquierdas que se creía que eran irreconciliables, fracturados por las escisiones de 1919-1921 entre leninistas y socialistas, acataron el llamado y sellaron un acuerdo en torno a un programa de gobierno: apuesta ganadora en las elecciones municipales de 1935 y en las legislativas de 1936.

No podemos imaginar el esfuerzo que hicieron los comunistas para aliarse a los “partidos burgueses” y, por su lado, los radicales para marchar junto a los “bolcheviques”. Ellos le evitaron a la Francia de 1936 una derecha que sólo buscaba la austeridad, el orden y una solución autoritaria. Ellos nos legaron derechos sociales que nos permiten, aún hoy, vivir una vida más humana, y esa dignidad fue conquistada en las urnas, durante las huelgas y en el enfrentamiento a una patronal seducida por la solución nazi y admiradora de Hitler.

Aprender las lecciones hasta el final 

Pero el Frente Popular descarriló, y hay que aprender las lecciones hasta el final. Los radicales (Partido Republicano, Radical y Radical-Socialista, para llamarlo por su nombre exacto) eran el equivalente ideológico y sociológico del Partido Socialista actual, un partido de políticos de carrera, moderado, entre una derecha sensible al orden, a la austeridad, distante de los movimientos sociales, y algunas figuras de izquierda como Jean Zay, Pierre Mendès-France o Édouard Daladier. Sin embargo fue este último quien, después de impulsar la unión, ejecutó en 1938 el mismo viraje que en 1926 y 1934: tras haber sido elegidos como representantes de izquierda (primero bajo el nombre Cartel des Gauche y Neo Cartely después como Frente Popular), los radicales, dos años más tarde, rompieron la alianza y dejaron el poder a la derecha (1926) o decidieron aliarse con ella (1934 y 1938).

Estos constantes  “virajes” los encontramos también en el Partido Socialista: elegido por la izquierda en 1981, antes del “giro de austeridad” de 1983 reclamado por Jacques Delors; vencedor en 1997, antes de poner en marcha una política de privatizaciones más acusada que la de Chirac y Balladur; firmante de los acuerdos de la NUPES  en 2022, antes de romperlos un año más tarde.

Una moral de especulador desvergonzado 

Otra lección de los años treinta, esta vez a la derecha. Es inútil especular sobre los motivos que llevaron a Emmanuel Macron a la disolución de la Asamblea Nacional. Lo más probable es que se imagine vencedor de esta nueva “apuesta”. La combinación de las instituciones monárquicas de la V República y de su psique infantil le llevan a creer en la taumaturgia: tras haber sobrevivido a los ‘chalecos amarillos’ mediante una represión violenta y masiva, un cheque de 10.000 millones y “el gran debate”, imaginó apagar el incendio neocaledonio con su sola presencia (fracasó) y, por lo tanto, en el franglés de los gerentes macronistas, “prendre son risque” (“toma el riesgo”).

Una moral de especulador desvergonzado, porque nunca paga las consecuencias de sus actos: una victoria de Rassemblement National (RN) la sufrirían los extranjeros, los pobres, los débiles, pero también los militantes de izquierda y los ecologistas, esos que ya son vilipendiados tanto por los macronistas como por Rassemblement National. Porque estos y aquellos, por lo general, están de acuerdo en todo. Tras un pequeño sobresalto soberanista y social con Florian Philippot, Marine Le Pen ha vuelto a los fundamentos de la extrema derecha, lo probusiness, antisocial y antiecologista.

Los liberales y la extrema derecha comparten siempre el mismo enemigo: la izquierda redistributiva, que cuestiona un orden social injusto y una economía que destruye a las mujeres, a los hombres y a los seres vivos. Tienen las mismas obsesiones: una fiscalidad favorable a los ricos, la promoción de jerarquías “naturales” (en detrimento de todas las minorías, de los obreros, las mujeres y también de los jóvenes), la exaltación del orden (injusto y, en consecuencia, cuestionado e impuesto por medios represivos), la relación distante y laxa con las normas y con el Estado de derecho, la destrucción del medio ambiente y la represión masiva de los “ecoterroristas”.

La apuesta por el desgaste del poder 

Muchos se preguntan, en efecto, qué cambiaría con una persona de Rassemblement National al frente del gobierno francés y del Ministerio del Interior: serán las mismas tanquetas Centaure las que rodarán contra los opositores en la autopista A69 y contra los Kanak, las mismas escopetas de balas de defensa que sacarán ojos y arrancarán manos. Fueron los liberales italianos los que entregaron el poder a Mussolini en 1922; los liberales autoritarios quienes, junto a la clase empresarial, escogieron a Hitler al final de 1932; y los partidos liberales (FDP, FPÖ, CNI y luego la UDF) quienes, por “anticomunismo”, acogieron y reciclaron a los antiguos fascistas, nazis y colaboracionistas de Europa en 1945.

La última lección para reflexionar: la apuesta por el desgaste del poder. Deshagámonos de la suposición según la cual, “al darles las llaves, probarán su incompetencia y se desacreditarán a futuro”. Ese razonamiento (muy defendido por ciertos sectores del macronismo para justificar la disolución de la Asamblea) ya lo escuchamos en 1922 y 1932; en cambio, habríamos debido oír a Goebbels, que escribió en su diario: “Si llegamos al poder no nos iremos nunca, salvo muertos”. Promesa cumplida por aquel que asesinó a sus hijos y a su esposa antes de suicidarse frente al búnker.

Recordemos que los nazis, en los años treinta eran vistos como la primera opción política y económica: habían destruido a la izquierda más antigua y mejor organizada del mundo, habían retomado los fundamentos de la economía alemana a través de la fabricación masiva de armamento y habían hecho de Alemania una zona óptima para la inversión, donde todos los capitales querían circular, mientras que los equivalentes a Le Point o a Journal du dimancheen la Francia de la época soñaban con entrevistar al famoso “canciller Hitler”.

Ciertas élites eligen la peor opción 

Con un Rassemblement National que cuenta con el 50% de popularidad entre las fuerzas del orden, con los medios derechizados y un gobierno débil y violento que, desde el affaire de Benalla hasta la represión de los ecologistas, retomó meticulosamente el vocabulario, la gramática y las ideas de la extrema derecha, es mejor evitar tomar ese riesgo, teniendo en cuenta que una victoria de Agrupación Nacional puede desencadenar las acciones de militantes identitarios que cuentan con la simpatía de la policía, cuyos sindicatos se manifestaron frente a la Asamblea Nacional en presencia y con el aval del ministro del Interior y del prefecto de policía de París contra la “justicia” y la “Constitución”.

La alianza entre el liberalismo autoritario y el fascismo es un clásico del siglo XX. Se teje ante nuestros ojos desde 2017, en los medios que imponen los marcos y los temas de la extrema derecha, en un gobierno que se alía con ella (para establecer un duelo excluyente, o incluso para votar con ella), y todo en detrimento de una población que, según todas las encuestas, sueña, imagina y desea otra cosa que no sea el individualismo desenfrenado, la toxicidad gerencial, la competencia permanente y la devastación del mundo. Ciertas élites eligen la peor opción debido a sus intereses y la imponen a pueblos hipnotizados por medios sesgados. ¿Quién recuerda todavía que en 1933 la mayoría aplastante de los alemanes se oponía a la guerra?"           

(Johann Chapoutot es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de París-Sorbona. Especialista en el estudio del nacionalsocialismo. CTXT, 30/06/24)

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