"La experiencia ha demostrado que la globalización capitalista
neoliberal, presentada ideológicamente como el “fin de la historia” o la
cresta del desarrollo, es un tren sin frenos en dirección suicida, una
especie de locomotora sin maquinista o coche de carreras conducido por
un piloto automático.
“Los capitalistas –escribe Immanuel Wallerstein
[3]– son como ratones en una rueda, que corren cada vez más deprisa a
fin de correr aún más deprisa”. “El capitalismo –afirman otros autores
[4]– es como un tren sin frenos que se acelera cada vez más. Camina, sin
duda, hacia al abismo. […]
Rueda vertiginosamente hacia el agotamiento
de los recursos ecológicos, hacia la destrucción de este planeta, que
sobrevendrá quizá con rapidez, por un desastre nuclear, o quizá más
gradualmente, por una quiebra ecológica irreversible”.
La brutalidad de la globalización neoliberal, como sugería Benjamin,
exige pisar el freno de emergencia para reinventar la revolución, es
decir, para interrumpir el curso naturalizado de la ortodoxia neoliberal
(mercantilización de la vida y la naturaleza, privatizaciones,
desregulaciones, acumulación por desposesión, recortes de derechos, el
poder político antidemocrático de las transnacionales, etc.), un proceso
catastrófico para la mayor parte de la humanidad.
Accionar el freno de
emergencia significa frenar el mito del crecimiento económico
capitalista como un proceso acumulativo, lineal e indefinido; frenar el
individualismo insolidario y consumista que concibe al ser humano como
un “individuo esencialmente propietario de su propia persona y de sus
capacidades, por las cuales nada debe a la sociedad” [5], de modo que el
ser humano es un sujeto asocial que se relaciona con los demás movido
exclusivamente por su propio interés; significa acabar con el mito de la
competencia como factor dinamizador del progreso, que consagra el
darwinismo social más descarnado, la idea sacrificial de que unos
individuos sobrevivirán y otros desaparecerán en virtud de la selección
natural del libre mercado; significa frenar el empobrecimiento y la
deslegitimación de la democracia, suspendida en Europa por el gobierno
tecnocrático de Goldman Sachs (Monti-Draghi-Papademos); y significa
frenar la destrucción tanto de la biodiversidad como de la
antropodiversidad (la diversidad cultural y humana).
Pero antes que nada es necesario frenar el conformismo: “Prestarse a ser
un instrumento de la clase dominante”, tal y como lo define Benjamin en
la sexta de las Tesis sobre filosofía de la historia.
El conformismo es
una actitud íntimamente relacionada con la pasividad, la inercia, la
desesperanza, la indiferencia, el abandono, la alienación, el
conservadurismo y el fatalismo. No puede cambiarse lo que no se conoce,
como tampoco puede cambiarse lo que simple o resignadamente se acepta.
En sus escritos, Benjamin también habla de las imágenes que relampaguean
en un momento de peligro. Son imágenes fugaces, iluminaciones
momentáneas cargadas de una dimensión crítica y subversiva que, a la
manera de un relámpago, irrumpen en el presente como un momento
revolucionario capaz interrumpir el curso de la dominación.
La perplejidad y el estupor que provocan las imágenes del tren
descarrilando en el abismo y de las víctimas atropelladas son lo
suficientemente perturbadoras como para activar el potencial
revolucionario y desafiante del inconformismo. Son imágenes poderosas
que pueden contribuir a otros mundos posibles.
Los demócratas, rebeldes e
indignados de hoy ven en la revolución ese profundo inconformismo que
puede cambiar la realidad y hacer historia. Las primaveras árabes, el
15M o el movimiento Occupy Wall Street, junto con otras experiencias que
no han tenido el mismo protagonismo mediático [6], son algunas de las
revoluciones –en el sentido benjaminiano del término– que, en diferentes
partes del mundo, están constituyendo una gramática de la indignación y
el inconformismo frente a la gramática del conformismo y la
resignación, impuesta durante mucho tiempo por el neoliberalismo
globalizado (“No hay alternativa”, decía la exprimera ministra Margaret
Thatcher).
Esta nueva gramática de la indignación y el inconformismo
está, entre otras cosas, aportando elementos valiosos para evitar caer
en el abismo neoliberal, como son la denuncia (e interrupción) de la
dimensión clasista y opresora de la historia oficial, la revitalización
de una democracia anestesiada y la reescritura de la historia desde
abajo.
“Hacer historia –afirma Boaventura de Sousa Santos [7]– no es
toda acción de pensar y actuar a contracorriente; es el pensar y el
actuar que fuerza a la corriente a desviarse de su curso «natural»”. (Jaque al Neoliberalismo, 17/03/2012)
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