- ¿Cabe examinar las decisiones económicas a la luz de la filosofía moral? Sin duda
- ¿Sería justo acaso que la generación que pagó el retiro de sus mayores no vea su esfuerzo y solidaridad recompensados cuando llegue el momento?
"¿Cabe examinar las decisiones económicas a la luz de la filosofía moral?
Sin duda. A fin de cuentas, los diferentes conceptos de lo que
consideramos justo o injusto iluminan los procesos de toma de decisiones
de la economía, al ofrecernos una guía sobre la que decidir la
distribución de recursos, el acceso a los mismos, y su uso en el tiempo.
Este examen es aún más perentorio en el caso de las sociedades
democráticas, donde, como ciudadanos y no como súbditos, tomamos en
nuestras manos la responsabilidad de decidir cómo organizar nuestra vida
social. (...)
John Rawls, en la que probablemente ha sido la interpretación
hegemónica de la idea de justicia en los últimos 30 años, formuló su
principio de justicia liberal atendiendo a criterios de imparcialidad y
neutralidad. La pregunta que se hace Rawls es: ¿cómo repartiríamos una
tarta si no supiéramos qué trozo nos va a tocar de la misma?.
Lamentablemente, esas condiciones de laboratorio se dan en muy pocas
ocasiones y lo normal es que los que reparten el pastel saben de
antemano qué les va a tocar a ellos, manipulando de esta manera los
resultados, generalmente a su favor. Como individuos racionales que son,
intentan maximizar sus beneficios. Ya se sabe que el que parte y
reparte se queda la mejor parte.
Acemoglu y Robinson, en su libro “Economic Origins of Dictatorship and Democracy
profundizaron en el “reparto de la tarta” y llegaron a la conclusión de
que en las democracias existe una tensión dialéctica entre las masas y
las élites, en la que el reparto de la tarta supone un equilibrio
dinámico que evita que la élite se quede con toda la tarta al tiempo que
la masa se compromete a no coger el pastel y el cuchillo y rebanar
algunos cuellos para solventar el dilema. (...)
Justificar decisiones de hondo calado económico en condiciones de
laboratorio (por qué un profesor que trabaja mucho y es muy bueno tiene
que cobrar lo mismo que un profesor que trabaja poco y es muy malo) no
deja de ser un ejercicio de barra de bar, que resiste mal las
condiciones de una casuística que puede ser ilimitada (por qué hablamos
de profesores y no de bomberos o de policías), y que, además, en muchos
casos, no se corresponde con la realidad (en la realidad, un profesor
universitario con investigación y docencia de calidad gana, en España,
más que uno que no las tiene, a través de los sexenios y complementos de
investigación, mientras que un policía o un bombero no tiene, ni de
lejos, incentivos similares).
Examinar la justicia en nuestro particular laboratorio de las ideas
nos permite, por ejemplo, delimitar nuestro campo de reflexión a nuestro
antojo. Hablar de equidad intergeneracional sin tener en cuenta las
trayectorias de las generaciones nos lleva a afirmaciones discutibles,
como la que cuestiona por qué los más jóvenes deben pagar el retiro de
los mayores, sin atender al hecho de que estos mayores fueron jóvenes un
día y aquél día también tuvieron que pagar el retiro de sus mayores.
¿Sería justo acaso que la generación que pagó las pensiones de sus
mayores no vea su esfuerzo y solidaridad recompensados cuando llegue el
momento? Extraer a los sujetos del contexto social nos lleva a
considerar injusto, por ejemplo, que un mal estudiante reciba el mismo
apoyo público que un buen estudiante, pero la evidencia empírica
demuestra que el rendimiento escolar es muy superior en los barrios y
distritos más ricos de las ciudades. ¿No sería injusto obviar esas
condiciones de partida a la hora de distribuir el gasto público en
educación? (...)
Utilizar el copago farmacéutico porque hay gente que abusa del gasto
sanitario, o bajar las prestaciones por desempleo para incentivar la
búsqueda de trabajo –en un país con cerca de seis millones de parados-
son recursos de mal decisor, que quieren hacernos pasar por justas
decisiones que no lo son bajo ningún punto de vista.
Hay preguntas cómodas e incómodas, pero sobre todo, hay buenas o
malas preguntas. El éxito de Europa en relación a otros modelos
sociales, se basa en que hemos estructurado nuestros estados sociales
sobre los cimientos de los derechos de ciudadanía: universales,
indivisibles e inalienables, y no en una u otra concepción sobre los
supuestos méritos de cada individuo.
Si lo que queremos es preguntarnos
cómo y de qué manera podemos garantizar una auténtica igualdad de
oportunidades, con justicia y equidad, en nuestras sociedades de
economía de mercado, mejor que hacernos preguntas de laboratorio sobre
lo que es justo o injusto, deberíamos preguntarnos qué funciona y qué no
funciona a la hora de promover esa igualdad de oportunidades y el
ejercicio de esos derechos.
Y, desde esa pregunta, planteo tres evidencias empíricas, que sólo
apunto porque han sido tratadas hasta la saciedad en este mismo blog,
por autores mucho más autorizados que quien subscribe estas líneas:
la
primera, que uno de los mejores indicadores de igualdad de oportunidades
que tenemos, que es el grado de movilidad social intergeneracional, es
directamente proporcional al gasto público que se invierta en
garantizarla.
La segunda, que los sistemas de prestaciones sociales
universales, basado en derechos de ciudadanía, son mucho más eficaces en
la lucha contra la desigualdad y por la equidad que los sistemas
asistenciales.
La tercera, que desde que se inició la crisis fiscal en
2010, España ha realizado un esfuerzo de recorte en gasto público
cercano al 5% de su PIB, al tiempo que la desigualdad económica nos ha
situado en la premier league de los países más desiguales del
continente, y con un fuerte incremento de la pobreza y la exclusión, sin
que nuestro exiguo gasto social (sustancialmente inferior al de la
media de la Unión Europea, como ya hemos analizado en este mismo blog) haya sido capaz de corregir mínimamente esa tendencia.
Apelar a la equidad para limitar derechos sociales, considerando
“privilegiados” a quienes disfrutan de los mismos, en vez de garantizar
su auténtica universalización, es una buena manera de fracturar una
sociedad.
La prueba no es de laboratorio, sino real: hoy España es un
país más desigual, con menos oportunidades de movilidad social, con
mayores tasas de pobreza y de exclusión.
Porque cabe preguntarse –¡cómo
no!- sí es más o menos justo dedicar el dinero a las pensiones de los
mayores o a las escuelas infantiles, pero, como ejercicio previo,
deberíamos preguntarnos si es más o menos justo dedicar el dinero
público, que podría utilizarse alternativamente para los mayores o para
escuelas infantiles, en una consolidación fiscal cuya bondad ya ha sido
puesta en duda en demasiadas ocasiones." ( José Moisés Martín Carretero, Economía frente a la crisis, 25/01/2013)
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