“Os
aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en
el camino del reino de Dios”. Con esta lapidaria frase, según cuenta el
evangelio de Mateo, se dirigió Jesús a los sacerdotes, que utilizaban la
posición que les daba la religión para hacer riqueza.
Esta visión la aplican hoy curas como Enrique de Castro,
que lleva más de 40 años dedicando su vida a los desheredados desde una
parroquia de Vallecas (Madrid), la San Carlos Borromeo, que ha servido
de sede de asambleas a colectivos sociales en incontables ocasiones. El
cura Javier Baeza le ha tomado el relevo, pero De Castro continúa su
labor junto a los desheredados, pese al retiro nominal. (...)
Entonces comenzó el modelo de la parroquia de San Carlos Borromeo.
En 1981 me vengo a Entrevías. Allí empezamos a darle la voz a la
gente, a hacerla participar, para que no sea sólo el cura el que hable.
El trato es de tuteo, no hay tratamiento de don. Entonces, gente que no
venía a la iglesia habitualmente empieza a venir, porque aquello les
llama la atención. En la misa se habla de lo que está sucediendo en
nuestra sociedad, se habla del franquismo, de la dictadura, de la lucha
por las libertades y por la justicia.
Se crean en la parroquia varias
cosas de promoción social, como escuelas de padres o de mujeres. A los
niños los sacamos del ámbito de la Iglesia y les conseguimos locales en
el barrio para que se reúnan. Tratamos de que la Iglesia sea una
institución por supuesto laica, voluntaria, a la que la gente venga
porque quiera.
La misma estructura de los bancos para los fieles, dispuestos en semicírculo, configura un espacio participativo.
El altar se convierte en mesa. Le llamamos la mesa de
Jesús, alrededor de la cual estamos todos, participamos, comentamos el
Evangelio, hablamos de las cosas que están ocurriendo a diario en
nuestras propias vidas. Y la gente cuenta lo que le preocupa. Claro,
nosotros en aquella época sí estábamos muy vigilados. Teníamos policías
en las misas de manera permanente.
¿Tuvieron algún problema con la justicia?
Sí, fuimos detenidos varias veces. Participábamos en
encierros, en alguna que otra manifestación. Aquí se hizo la asamblea
cristiana de Vallecas, prohibida por el Gobierno. Entonces hicimos una
huelga de misas en la que participamos unas cincuenta parroquias.
Hicimos una huelga de misas para que el Gobierno percibiera que no se
podía jugar con estas cosas.
Luego, cuando las últimas ejecuciones del
franquismo, en el año 1975, decidimos hacer una homilía contra la pena
de muerte. Entonces el obispo hizo una que nos gustó mucho y fue la que
leímos. (...)
Sin embargo, ustedes continuaron con su manera de hacer las cosas.
Yo había pasado una época de descubrir en el Evangelio lo
que era la lucha por las libertades y demás. A partir de 1980 llegan los
chavales de la calle, con el tema de la droga, y nos piden ayuda. Yo
empiezo a convivir con ellos. En ese momento, nosotros estamos muy
centrados con la tarea con estos chavales. Cárceles, comisarías, el
descubrimiento de la tortura, habitual en todas las comisarías.
No
conozco ninguna donde no se haya torturado. En aquellos años, y hablo de
los 80, a partir de la legislatura de Felipe González, seguía pasando
exactamente lo mismo. A los chavales los persiguen, los mata la policía,
pasan años en prisión. Luego ya viene, como consecuencia de la heroína y
la aguja, el sida. De esta manera se exterminó a dos generaciones
enteras de chavales. Esto ocurre entre la década de los 80 y de los 90. (...)
Ya estamos en el 2004. A partir de ese momento, la
legislacion de Zapatero pone a la Iglesia en frente, con temas como el
aborto o el matrimonio gay. Entonces vino la prensa a hablar con
nosotros, a preguntarnos sobre estos temas. Yo en un principio les decía
que tenían a los moralistas, a los teólogos, que acudieran a ellos.
Nosotros estábamos en otro frente.
Pero los medios insistían, nos decían
que querían conocer la opinión del cura de calle. Finalmente opinamos
sobre el tema y nuestras opiniones no gustaron. Tuvieron mucha
repercusión.
Y entonces sí toparon con la Iglesia oficial.
Exacto. Eso, unido a la liturgia que hacemos, en la que la gente
participa, comenzó a molestar. En vez de comulgar con ostias, las madres
de esos chavales con los que trabajábamos hacían pan y nos lo traían.
Otras veces, en vez de pan preparaban un bizcocho, o rosquillas. Con eso
hacíamos la liturgia. Hay temas determinados que la Iglesia oficial no
acepta. Ahí surge ya el conflicto visible y es cuando nos dicen que
cierran la parroquia, en 2006.
No gustó vuestra manera de entender los evangelios.
En la misa participamos cristianos, musulmanes, ateos,
agnósticos. Descubrimos que la fe es un elemento humano, no religioso.
Es de todo ser humano. Es decir, el ateo tiene la misma fe que tengo yo,
en el hombre, el ser humano, en la lucha, en la utopía, en querer
cambiar las cosas, en crear vida.
En esa fe participamos quienes
participamos ahí. Fuera de eso, cada uno tendrá sus creencias. Pero la
fe es un elemento humano, es patrimonio de la humanidad. Es además un
motor en nuestras vidas, lo que nos hace luchar, lo que nos hace
comprometernos.
¿Considera que la Iglesia está alejada de las enseñanzas recogidas en los evangelios?
Claro. Jesús, en su tiempo, se enfrenta con la misma
estructura con la que podemos estar enfrentándonos hoy. Él se enfrenta
con las autoridades religiosas y civiles. Él dice que el ser humano está
por encima de la ley y que el ser humano está por encima del sábado.
Jesús dice que el ser humano es dueño del sábado, el símbolo de lo
religioso.
Él desafía y se convierte en un ilegal, porque está
contaminándose con los ilegales, con los impuros, con los que convive y a
los que les dice que pueden salir adelante, que su fe es el potencial
para salir adelante. Su fe realiza los gestos liberadores que él viene a
proponer. Jesús se enfrenta con el templo y se enfrenta con el
sacerdocio.
Realmente, si hoy estuviera Jesús aquí se enfrentaría de la
misma manera. Esta vez no iría al templo de Jerusalén, iría al templo
del Vaticano. Sociológicamente vivimos la misma situación.
¿Cómo ves en este sentido a la jerarquía eclesiástica y cómo podría cambiar?
Ya hay muchas voces diciendo que el Vaticano tiene que
desaparecer. Primero, como Estado. La Iglesia no es un Estado y esto ya
lo han dicho varios obispos latinoamericanos, teólogos, y nosotros
mismos. Luego, todo lo que es la Banca Vaticana, el poder que
representa.
¿Qué significa un Papa, que se dice vicario de Cristo en la
Tierra, reciba, como a la muerte de Juan Pablo II, a 172 jefes de
Estado? ¿Con quién se relaciona Jesús? No es con ellos con los que se
relacionaba. Jesús a ellos los fustigaba. Se relacionaba con la gente
pobre, con la gente que nadie quiere.
¿Cómo se puede lograr que la Iglesia cambie y se desprenda de esa jerarquía alejada de los marginados?
Yo creo que la solución nunca va a venir del poder de la
Iglesia. Ninguna solución viene del poder. Jesús eso lo plantea muy
claramente. El poder no sirve para la liberación humana, sino el
servicio, la ayuda, la solidaridad, la lucha por la justicia, y eso está
en las bases. Que un Papa cambia algo, pues fenomenal.
Pero, primero,
la estructura no lo va a permitir, o van a intentar que no lo pueda
hacer. Por eso, el hecho de que un Papa sea distinto, pongamos a Juan
XXIII, cambia poco. Ahora dicen que éste tiene otro talante. A mí me
alegra mucho que se haya quitado los zapatitos rojos y esos detalles,
pero son más cosas.
Bueno, ha escrito una carta a la Conferencia
Episcopal latinoamericana que a mí me ha parecido muy importante, porque
les ha dicho que vuelvan a Aparecida, un encuentro que supone la
consagración de la Teología de la Liberación en Latinoamérica. Eso es un
toque fuerte de atención a los obispos. En una carta que es un folio
nada más, bien sencilla.
Pero no va a ser el Papa quien haga el cambio. O lo hacemos
los curas y sobre todo la gente de base o no se hará. Los curas no
somos más que una pieza, quizás de principio de unión, de coordinación
de la comunidad, de lo que se quiera, pero no somos nada distinto.
El
concepto de sacerdote, entendido como intermediación entre Dios y el ser
humano, se lo cargó Jesús hace ya más de veinte siglos. Jesús era
laico. En este sentido, presidir una comunidad lo puede hacer un hombre,
una mujer, un casado, da lo mismo. No tiene que ser nada especial ni es
una persona sagrada. El sacerdote es como cualquiera.
En este sentido, vosotros desmitificáis figuras como la del celibato…
Totalmente. Lo que yo digo no es que una mujer pueda o no
ser sacerdotisa. Lo que digo es que tiene que desaparecer el sacerdocio.
Pongamos la palabra cura o la palabra presbítero. Pongamos la que sea,
pero que no tenga una connotación sagrada, de alguien distinto y
separado del resto de los seres humanos.
El momento en que Jesús nombra a Pedro como
“edificador” de la Iglesia, ¿no se puede interpretar como la
justificación de esta jerarquía?
Ése es uno de los textos más discutidos en la exégesis
evangélica. Hay un consenso entre los exégetas en que éste es un texto
añadido de manera posterior, y además de una pluma distinta. Basta con
ver cómo actuaba Jesús. Cuando entra en el templo y derriba las mesas de
los cambistas. Los cambistas eran los que hacían el cambio de moneda,
que eran los sacerdotes.
Eran de la casta de los saduceos, eran los
dueños del templo. Se llevaban el 65% de los impuestos del pueblo. No se
podía entregar dinero al templo en moneda extranjera porque era moneda
impura, sobre todo la romana, que tenía la efigie del césar Augusto como
emperador divino. Entonces, los judíos que estaban en la diáspora, en
Roma, en Grecia, venían y se iban a donar al templo.
Tenían que cambiar
la moneda, y se la cambiaban en el propio templo. Eso hacían los
cambistas, y era un negocio. Jesús también derribó las mesas de los que
vendían palomas y demás para los sacrificios. La gente no podía llevar
un pichón de su casa, o un cordero, porque eran animales impuros.
Tenían
que comprarlos en el templo porque ya lo habían purificado, y entonces
se ofrecía en sacrificio. Es decir, era otro negocio. Esos son dos
ejemplos entre otros muchos. Los saduceos eran los grandes
terratenientes, tenían el 90% de las tierras en Palestina.
Existen muchas similitudes con la Iglesia moderna…
Sí, claro. El poder religioso es eso y hay que ponerlo en evidencia.
¿Cómo ves el papel de la Iglesia actual ante la
crisis? Normalmente se le critica que no está tomando partido a favor de
los afectados.
Están ofreciendo el silencio. Se están preocupando de lo
que es la doctrina moral de la Iglesia y sobre todo en materia sexual.
Respecto a lo demás, se callan. No se van a enfrentar con los poderes
que la mantienen.
Si veo un Papa que se va del Vaticano y decide irse a
vivir a donde sea, con la gente sencilla, a ese sí que voy a ir verle,
allí donde esté. Pero no, la Iglesia está muy encerrada en sí misma.
Fíjate en que ha perdido mucha vigencia, por todos los escándalos que
han saltado. Está preocupada por cómo mantener su poder." (Entrevista a Enrique de Castro, cura. La Marea, 16/05/2013)
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