"Desde un recodo de la partida del Romeral, frente a las viñas de
Enrique Mendoza, el viajero contemplaba Benidorm. Una ciudad soberbia.
Había estado algunas veces, a verla, muy curioso. Era la ciudad de
Manolo Escobar. No sólo porque el cantante y poeta llevara viviendo allí
varias décadas.
Es que la ciudad y el hombre tenían mucho que ver.
Escobar había hecho con la copla lo que Benidorm con el veraneo. Pero el
viajero confiesa que no entendió plenamente el secreto de la ciudad
hasta que no cenó una noche, en el Riff de Valencia, con el sociólogo Iribas.
-Mire, son las doce de la mañana de un día de mediados de julio, en la playa de Benidorm...
-No siga.
-No siga.
-Es preciso. Usted tiene que entender.
-¿Llueve al menos?
-No se resista. Mire. Un hombre, al frente de una familia camina por la playa. Como puede. La playa está abarrotada, claro. Al fin cree haber encontrado un hueco donde instalarse. Grita a la mujer y los niños que ya lo tiene. Despliega la toalla para asegurarse de la posesión, mientras vienen. Entonces, sin querer, pisa la esquina del Marca que está leyendo su vecino de arena.
Se da cuenta. Inmediatamente le pide
perdón. El otro, que es exactamente igual que él, sólo que ha llegado
antes, le dice que faltaría más, que para eso estamos, y que si quiere
leer el Marca, que ya acababa. Luego hace el ademán de
apartarse un poco, para que el otro pueda poner más cómodamente la
toalla. Pero decide que es mejor levantarse. Se incorpora.
Le ayuda a
poner la toalla. Mientras tanto ya han llegado la mujer y los niños. El
hombre pasa la mano por la cabeza del crío, y dice que su David tiene la
misma edad, y que está jugando en la arena, con su madre y su hermana.
En cuanto a la nena le pregunta cómo se llama, ella responde que Nerea,
él que parece vasco, y entonces la mujer le sonríe y dice, con dientes
orgullosos, como la madre.
Madre y niños se ocupan de desplegar los
enseres de la playa, excepto la sombrilla que te la dejo para ti
Ricardo. Como es lógico él hombre se apresta a ayudar a Ricardo, y hay
incluso un leve forcejeo entre los dos. Mientras tratan de encajar la
sombrilla uno le pregunta a otro, ya no se oye bien quién a quién, en
qué hotel paran y uno dice el Bossa Nova y el otro el Flamingo, que
están a tocar.
Luego que cuándo llegaron y que cuándo se van. La
coincidencia es más o menos general, apenas con el décalage de un día,
porque para eso se trata de iguales. El hombre repara en el acento de
Ricardo y le dice que eso como mínimo debe de ser canario, y el otro
sonríe y le dice que de Fuerteventura. Pues yo soy de Avilés, y mi mujer
también. ¡Coño!, de Avilés parece sorprenderse el otro.
¡Pero si
nosotros vivimos en Gijón!, desde hace diez años. Oye, y por cierto,
pregunta Ricardo, y tú cómo te llamas. José, yo me llamo José. ¿Pepe?
No, José. El capricho parece que deja un poco desorientado a Ricardo,
pero en ese momento llega la mujer de la playa con los dos hijos.
Se
presentan todos y conocemos que ella se llama Lucía. Los niños de
Ricardo y Nerea se han fijado ya en los hermosos cubos y palas que traen
los niños de José y Lucía. Anda, acompañadlos a la orilla y tu María
cuida con todos, le dice Lucía a la hija mayor. Así las dos parejas se
quedan solas. Las mujeres son las primeras que se buscan y se apartan.
José recoge del suelo el coño del Marca, que lo está deshojando la brisa y lo mete en el capazo.
Iribas se calló.
El viajero preguntó.
-¿Así se trata de eso?
-Sí, es simple. Y dificilísimo. Benidorm es uno de los mejores lugares del mundo para no estar solo.
El sociólogo detalló algunos porqués. El hecho de que sucediera
siempre algo, a cada hora, aunque fuera mínimo. Que sucedieran cosas
distintas para cada edad. Que se cumpliera la evidencia de que una
ciudad es el mejor parque temático. Que la ciudad fuese segura. Sin
embargo, el viajero tuvo la impresión de que esos detalles eran
marginales respecto al principal, y más secreto, conocimiento de Iribas.
Se trataba de un hombre que había dedicado su vida profesional a la
ciudad y que había pasado muchas horas en ella. El primero, junto a su
maestro Mario Gaviria, que había observado a Benidorm, es decir, los
hechos. Por ejemplo: frente a los que asociaban Benidorm con Las Vegas
les respondía («Benidorm, Manual de Uso», publicado en Costa Ibérica. Mvrdv,
1998) con una humildad potente y minuciosa: «Sólo un 7'45% de los
rótulos de Benidorm se fabrican en neón y dos terceras partes se
refugian en su hermano pobre, el luminoso».
Es sólo a partir de
investigaciones semejantes como la poesía adviene: «Benidorm es una
falla de Las Vegas». Pero el secreto... Lo poseía. Iribas sabía que la
gente no quiere estar a solas, y que todo empieza con un feliz pisotón
en el Marca. A solas: la locución introduce un matiz
fundamental. Iribas sabía que entre la soledad se incluye la compañía de
los más próximos, ya demasiado iguales a uno, y también objetos de la
ansiada disolución en los demás.
A partir del secreto que creía
desvelado, el viajero pensó en un asunto que se repetía como un tam tam,
de pueblo en pueblo. La abrumadora mayoría de las personas quiere estar
con otras personas. Sólo un tanto por ciento muy pequeño de la
Humanidad viola la regla. Pero es ese tanto por ciento el que teoriza
sobre el ocio gregario de los otros. El gran mérito de Iribas había sido
la empatía. Una virtud intelectual tan poderosa como olvidada.
Ebro/Orbe, Tentadero, 2007 (p. 209-211)" (Arcadi Espada, El Mundo, 22/04/2015)
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