15/12/15

Cada hora se vierten al mar cerca de 500.000 kg de plásticos en todo el mundo

"Existen más de 80.000 tipos de plástico registrados, la mayoría protegidos por patentes que convierten su composición en un secreto industrial total o parcialmente. Envases, embalajes, mobiliario, carcasas tecnológicas, juguetes, menaje… a su vez hechos de materiales duros, blandos, ligeros, densos, impermeables, absorbentes, conductores, etc. (...)

Actualmente el plástico es el mayor residuo marino: cada hora se vierten a los mares 675.000 kilos de basura, compuesta entre un 60 y un 80% por plásticos. Estos materiales pueden tardar en degradarse hasta 500 años, a lo largo de los cuales se van deteriorando por la acción del sol y el contacto con el oxígeno, y fragmentándose en pequeñas partículas denominadas microplásticos. 

Es decir, la mayoría del plástico que hemos vertido a los océanos se ha descompuesto en pequeñas partículas: no se ha biodegradado y no ha desaparecido, son las llamadas “lágrimas de sirena”. Sin embargo, la cifra aún puede ser más dramática: según la Agencia Europea de Medio Ambiente, tan solo el 15% de la basura marina flota sobre la superficie del mar, mientras que el 70% descansa en el fondo marino, donde no la vemos.

Hoy en día, a nivel mundial, se usan un billón de bolsas de plástico al año: unos dos millones al minuto. En Europa, la media por persona y día depende en gran medida del país: oscilando entre las 4 bolsas por persona al año en Dinamarca y Finlandia, hasta más de 450 en Portugal, Eslovaquia y Polonia (datos de los informes de la Comisión Europea). En este ranking, España se encuentra entre los primeros países consumidores de bolsas de plástico, con una media de 133 bolsas al año por persona. A pesar de que su consumo se ha reducido en los últimos años, ni la mitad de estas vuelven a ser reutilizadas.

Las bolsas de plástico, o fantasmas de los océanos, tardan siglos en descomponerse y son trampas mortales para la fauna marina, entre las que se encuentran aves y tortugas, especies estas esenciales para el equilibrio de los ecosistemas marinos. La mayoría de las muertes se producen por enredo o ingestión. 

Algunos científicos han comprobado que todos los tipos de bolsas de plástico, incluidas la biodegradables, una vez ingeridas por las tortugas, no se descomponen lo suficientemente rápido para evitar los daños que les provocan (por ejemplo, úlceras). 

Según estadísticas de la Comunidad Europea, el 94% de los estómagos de las aves en el Mar del Norte contienen plástico, el 54% de los mamíferos marinos y el 56% de las aves marinas están afectados por el enredamiento o ingestión de plástico. Y las últimas revisiones científicas, apuntan que, de estas, al menos el 17% son especies vulnerables, amenazadas o en peligro de extinción en la Lista Roja de la UICN.

Si bien los efectos más preocupantes son las muertes de organismos marinos que se producen por enredos con macroplásticos, la ingestión de microplásticos genera una transferencia de contaminantes y tóxicos a los organismos que los ingieren cuyas consecuencias por bioacumulación en la cadena alimentaria están aún por determinar.

Además, durante el proceso de producción, al plástico se le añaden una serie de aditivos químicos que le confieren diferentes características (elasticidad, durabilidad, color, etc.). La gran mayoría de estos aditivos permanecen hoy en día sin identificar debido a la opacidad de las empresas de producción, a pesar de que numerosos estudios científicos han comprobado que la exposición repetida a determinados aditivos puede provocar efectos nocivos de diferente gravedad en la salud y en el medio ambiente.


El plástico se ha convertido en un material omnipresente y globalizado aunque su producción y consumo están lejos de ser inocuos para la salud humana y para el medio ambiente. Actualmente en España, la recuperación del plástico que se consume es ineficaz e ineficiente, con un porcentaje de reciclaje de apenas un 10% según datos de la propia Ecoembes [2]

 El incremento de la generación de residuos plásticos es continuo, mientras que la gran mayoría de los desechos plásticos en realidad son depositados en vertederos, incinerados (generando gases tóxicos), convertidos en productos no reciclables, exportados a países empobrecidos o bien, como hemos visto, arrojados sin control a mares, ríos y suelos.

 Por razones técnicas y económicas el plástico es muy caro y complicado de reciclar de verdad, es decir, cerrando el ciclo como se hace con el metal o el cristal. Por tanto es una cuestión imperativa apostar por la reducción, eliminar aquellos de carácter tóxico, y concebir los residuos generados como recursos aprovechables [3].

La industria del plástico tiene gran parte de su tasa de negocio en el envasado de bebidas, alimentos y otros objetos de un solo uso. A modo de ejemplo, el consumo de agua embotellada –debido a procesos de deterioro, privatización y mercantilización de este recurso– se ha incrementado exponencialmente en los últimos años.

 En España se consumen 120 litros por persona al año de agua embotellada que a su vez han necesitado 9 litros de agua para completar el proceso industrial y 0,1 l de petróleo. Solo en EE UU (5% de la población mundial) cada 5 minutos se tiran 2 millones de botellas de plástico, suficientes para cubrir ocho campos de fútbol. Cifras a las que habría que sumar otras botellas de refrescos y envases variados de todo tipo.

Otra de las apuestas son los bioplásticos, que nacen como respuesta de la industria a la crítica sobre la persistencia de los residuos plásticos en el medio ambiente. Sin embargo, ¿es la sustitución por bolsas hechas con maíz o patata la solución?

 Es evidente que no. Para la fabricación de 100 bolsas biodegradables a base de patata se requieren 4 kg del tubérculo, que a su vez consumen 2.000 litros de agua, suelo e insecticidas, además de los aditivos químicos que se incorporan en su fabricación. Un proceso de dudosa biodegradabilidad, con una huella de carbono considerable para todo el ciclo de vida y entrando en competencia con cultivos destinados a alimentación, ¡y todo ello para un uso de no más de 12 minutos! [4].

Ante esta situación, lo sensato es reducir el uso de plásticos, especialmente aquellos que están en contacto con alimentos y bebidas, así como aquellos de “usar y tirar”. Las presiones ecologistas para rechazar los plásticos están forzando a muchos países a promover cambios legislativos con los que se han conseguido tímidos avances, insuficientes ante la magnitud del problema.

 Recientemente, se ha aprobado una normativa europea [5] cuyo objetivo global de reducción para 2020 ha sido fijado en un 10% de los residuos generados en 2010. Además, para el año 2019 no se podrán entregar gratuitamente bolsas de plástico ligeras y para 2020, el nivel de consumo no deberá superar las 90 bolsas de plástico por persona al año.

Como personas concienciadas podríamos reducir, con cierta facilidad, hasta un 70% del plástico que consumimos eliminando lo más sencillo (bolsas, botellas, envases, etc.). Sin embargo para avanzar hacia una mayor disminución, los cambios deben de ser más ambiciosos, reduciendo nuestras tasas de consumo sustituyendo los plásticos por otros materiales más sostenibles (de producción limpia, naturales, duraderos, etc.).

Aunque todas las medidas reflejadas en el cuadro pueden contribuir a una disminución considerable en el uso del plástico, la total eliminación de sus efectos perniciosos requiere transformaciones de mayor calado. 

El control de todo el ciclo de vida de los plásticos, la aplicación del principio de precaución en la generación de nuevas sustancias cuyos efectos se desconocen y una apuesta política decidida que ponga el interés general y la salud de nuestro medio ambiente por encima de las presiones de la industria del plástico, son elementos fundamentales para afrontar el reto de un horizonte sin residuos plásticos. (...)"         (Ecologistas en Acción , en El salmón contracorriente, 27/10/2015)

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