"Existen más de 80.000 tipos de plástico registrados, la mayoría
protegidos por patentes que convierten su composición en un secreto
industrial total o parcialmente. Envases, embalajes, mobiliario,
carcasas tecnológicas, juguetes, menaje… a su vez hechos de materiales
duros, blandos, ligeros, densos, impermeables, absorbentes, conductores,
etc. (...)
Actualmente el plástico es el mayor residuo marino: cada hora se
vierten a los mares 675.000 kilos de basura, compuesta entre un 60 y un
80% por plásticos. Estos materiales pueden tardar en degradarse hasta
500 años, a lo largo de los cuales se van deteriorando por la acción del
sol y el contacto con el oxígeno, y fragmentándose en pequeñas
partículas denominadas microplásticos.
Es decir, la mayoría del plástico
que hemos vertido a los océanos se ha descompuesto en pequeñas
partículas: no se ha biodegradado y no ha desaparecido, son las llamadas
“lágrimas de sirena”. Sin embargo, la cifra aún puede ser más
dramática: según la Agencia Europea de Medio Ambiente, tan solo el 15%
de la basura marina flota sobre la superficie del mar, mientras que el
70% descansa en el fondo marino, donde no la vemos.
Hoy en día, a nivel mundial, se usan un billón de bolsas de plástico
al año: unos dos millones al minuto. En Europa, la media por persona y
día depende en gran medida del país: oscilando entre las 4 bolsas por
persona al año en Dinamarca y Finlandia, hasta más de 450 en Portugal,
Eslovaquia y Polonia (datos de los informes de la Comisión Europea). En
este ranking, España se encuentra entre los primeros países consumidores
de bolsas de plástico, con una media de 133 bolsas al año por persona. A
pesar de que su consumo se ha reducido en los últimos años, ni la mitad
de estas vuelven a ser reutilizadas.
Las bolsas de plástico, o fantasmas de los océanos, tardan siglos en
descomponerse y son trampas mortales para la fauna marina, entre las que
se encuentran aves y tortugas, especies estas esenciales para el
equilibrio de los ecosistemas marinos. La mayoría de las muertes se
producen por enredo o ingestión.
Algunos científicos han comprobado que
todos los tipos de bolsas de plástico, incluidas la biodegradables, una
vez ingeridas por las tortugas, no se descomponen lo suficientemente
rápido para evitar los daños que les provocan (por ejemplo, úlceras).
Según estadísticas de la Comunidad Europea, el 94% de los estómagos de
las aves en el Mar del Norte contienen plástico, el 54% de los mamíferos
marinos y el 56% de las aves marinas están afectados por el
enredamiento o ingestión de plástico. Y las últimas revisiones
científicas, apuntan que, de estas, al menos el 17% son especies
vulnerables, amenazadas o en peligro de extinción en la Lista Roja de la
UICN.
Si bien los efectos más preocupantes son las muertes de organismos
marinos que se producen por enredos con macroplásticos, la ingestión de
microplásticos genera una transferencia de contaminantes y tóxicos a los
organismos que los ingieren cuyas consecuencias por bioacumulación en
la cadena alimentaria están aún por determinar.
Además, durante el proceso de producción, al plástico se le añaden
una serie de aditivos químicos que le confieren diferentes
características (elasticidad, durabilidad, color, etc.). La gran mayoría
de estos aditivos permanecen hoy en día sin identificar debido a la
opacidad de las empresas de producción, a pesar de que numerosos
estudios científicos han comprobado que la exposición repetida a
determinados aditivos puede provocar efectos nocivos de diferente
gravedad en la salud y en el medio ambiente.
El plástico se ha convertido en un material omnipresente y
globalizado aunque su producción y consumo están lejos de ser inocuos
para la salud humana y para el medio ambiente. Actualmente en España, la
recuperación del plástico que se consume es ineficaz e ineficiente, con
un porcentaje de reciclaje de apenas un 10% según datos de la propia
Ecoembes [2].
El incremento de la generación de residuos plásticos es continuo,
mientras que la gran mayoría de los desechos plásticos en realidad son
depositados en vertederos, incinerados (generando gases tóxicos),
convertidos en productos no reciclables, exportados a países
empobrecidos o bien, como hemos visto, arrojados sin control a mares,
ríos y suelos.
Por razones técnicas y económicas el plástico es muy caro
y complicado de reciclar de verdad, es decir, cerrando el ciclo como se
hace con el metal o el cristal. Por tanto es una cuestión imperativa
apostar por la reducción, eliminar aquellos de carácter tóxico, y
concebir los residuos generados como recursos aprovechables [3].
La industria del plástico tiene gran parte de su tasa de negocio en
el envasado de bebidas, alimentos y otros objetos de un solo uso. A modo
de ejemplo, el consumo de agua embotellada –debido a procesos de
deterioro, privatización y mercantilización de este recurso– se ha
incrementado exponencialmente en los últimos años.
En España se consumen
120 litros por persona al año de agua embotellada que a su vez han
necesitado 9 litros de agua para completar el proceso industrial y 0,1 l
de petróleo. Solo en EE UU (5% de la población mundial) cada 5 minutos
se tiran 2 millones de botellas de plástico, suficientes para cubrir
ocho campos de fútbol. Cifras a las que habría que sumar otras botellas
de refrescos y envases variados de todo tipo.
Otra de las apuestas son los bioplásticos, que nacen como respuesta
de la industria a la crítica sobre la persistencia de los residuos
plásticos en el medio ambiente. Sin embargo, ¿es la sustitución por
bolsas hechas con maíz o patata la solución?
Es evidente que no. Para la
fabricación de 100 bolsas biodegradables a base de patata se requieren 4
kg del tubérculo, que a su vez consumen 2.000 litros de agua, suelo e
insecticidas, además de los aditivos químicos que se incorporan en su
fabricación. Un proceso de dudosa biodegradabilidad, con una huella de
carbono considerable para todo el ciclo de vida y entrando en
competencia con cultivos destinados a alimentación, ¡y todo ello para un
uso de no más de 12 minutos! [4].
Ante esta situación, lo sensato es reducir el uso de plásticos,
especialmente aquellos que están en contacto con alimentos y bebidas,
así como aquellos de “usar y tirar”. Las presiones ecologistas para
rechazar los plásticos están forzando a muchos países a promover cambios
legislativos con los que se han conseguido tímidos avances,
insuficientes ante la magnitud del problema.
Recientemente, se ha
aprobado una normativa europea [5]
cuyo objetivo global de reducción para 2020 ha sido fijado en un 10% de
los residuos generados en 2010. Además, para el año 2019 no se podrán
entregar gratuitamente bolsas de plástico ligeras y para 2020, el nivel
de consumo no deberá superar las 90 bolsas de plástico por persona al
año.
Como personas concienciadas podríamos reducir, con cierta facilidad,
hasta un 70% del plástico que consumimos eliminando lo más sencillo
(bolsas, botellas, envases, etc.). Sin embargo para avanzar hacia una
mayor disminución, los cambios deben de ser más ambiciosos, reduciendo
nuestras tasas de consumo sustituyendo los plásticos por otros
materiales más sostenibles (de producción limpia, naturales, duraderos,
etc.).
Aunque todas las medidas reflejadas en el cuadro pueden contribuir a
una disminución considerable en el uso del plástico, la total
eliminación de sus efectos perniciosos requiere transformaciones de
mayor calado.
El control de todo el ciclo de vida de los plásticos, la
aplicación del principio de precaución en la generación de nuevas
sustancias cuyos efectos se desconocen y una apuesta política decidida
que ponga el interés general y la salud de nuestro medio ambiente por
encima de las presiones de la industria del plástico, son elementos
fundamentales para afrontar el reto de un horizonte sin residuos
plásticos. (...)" (Ecologistas en Acción , en El salmón contracorriente, 27/10/2015)
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