2/2/16

Campesinos... los nuestros

"(...) Virgilio Peña desde su más tierna infancia tuvo que trabajar en el campo junto a sus padres y hermanos cumpliendo las agotadoras faenas de sol a sol. Y a golpe sudor y lágrimas comprendió cual iba a ser su destino: doblar el lomo y obedecer fielmente las órdenes del patrón, del señorito, del terrateniente, del amo, de “mi amo” como era usual referirse a tan importante personaje.

 Jamás podían dirigirse a ellos mirándolos a los ojos pues debían agachar la cabeza y callar. Sobre todo, callar. El respeto a la jerarquía por encima de todo así que “a mandar mi amo” ya que por algo lo había puesto allí Dios padre todopoderoso.

Nacido bajo el yugo de la servidumbre y la ignorancia en esa Andalucía profunda de los “catetos”; seres hoscos que hablan una jeringonza incomprensible para los finos oídos de los señoritos. Vicente Peña pertenece a la raza de los arrieros, de los gañanes, de los peones o jornaleros.

 Él se crio en un mundo arcaico y artesanal donde la materia básica es el adobe, la piedra, el esparto, la paja o la madera. Sin máquinas ni electricidad, utilizando la tracción animal para mover las ruedas de molino o las norias que regaban los campos mustios de la campiña cordobesa.

En ese entonces se contrataba a los peones en plena plaza del pueblo donde los amos o el capataz elegían los mejores ejemplares; o sea, a los más fuertes para sacar el mayor rendimiento en el tajo. Esa humillación pública de la que eran víctimas es algo que jamás podrá olvidar.  (...)

Por los años veinte y treinta del siglo pasado los campesinos, los jornaleros o los obreros del campo eran tratados como bestias de carga. Debían soportar una descarada explotación, despreciables condiciones de trabajo y salarios de hambre. En la Andalucía rural los señoritos de alta alcurnia ejercían el poder cuasi feudal protegidos por la iglesia, la Guardia Civil o los militares.

Para salir de la ignorancia atávica primero tenía que despojarse del complejo de inferioridad en una época en que más de la mitad de la población española era analfabeta.

¿Pero por qué tiene que aprender a leer o escribir un obrero o un campesino? si es que para empujar el arado o picar piedras no es necesario ser un bachiller. Además si la plebe abría los ojos podrían subvertir el orden establecido. Es preferible que continúen en la inopia y que se dediquen a rezar por la salvación de sus almas en el altar de la iglesia.

Virgilio Peña con el sombrero de paja, un raído vestido de tela basta medio remendado y las clásicas alpargatas de esparto cumplía su condena abriendo los surcos a la tierra áspera y avara.

Trabajar en la campiña cordobesa suponía muchas veces desplazarse entre 15 o 20 kilómetros hasta donde estaba el cortijo del señorito. Como a los gañanes les era imposible regresar al pueblo tenían que quedarse a dormir en los establos sobre sacas de paja junto a las recuas de ganado para darse calor. 

Ellos mismos se cocinaban la dieta básica de judías, garbanzos, arroz o lentejas, con algo de tocino de cerdo que les entregaba el amo a modo de dádiva. De desayuno untaban el pan en aceite de oliva y se bebían un tazón de chicoria antes de comenzar la faena.

No existía el tiempo libre, ni vacaciones pues el campo nunca descansa. Así que año tras año seguían cual autómatas la misma rutina heredada de sus mayores: labrar la tierra, sembrar y recoger las cosechas o arrear las recuas de burros, mulas o yeguas o caballos que era el medio de transporte y carga por excelencia. 

Solo en las fiestas de guardar la amargura se convertía en alegría al son de una guitarra o en el cante de los copleros. Ellos llevaban en la sangre la cultura popular que nace de las raíces de la tierra.

Disciplinadamente todos los días se levantaba al alba para hacer aún más rico al señorito mientras que ellos recibían a cambio nada más que unas sucias monedas.   (...)

El mayor genocidio que causó la guerra fue sin duda alguna el del mundo rural español. Porque se aniquiló la invaluable herencia genética de esos campesinos, de los jornaleros, pastores, pescadores. A causa del hambre y la miseria y la persecución generada por el conflicto bélico tuvieron que emigrar a las grandes urbes o al extranjero. 

Castrada la incontenible fuerza telúrica de los “hijos de la tierra” se transformaron en proletarios, en obreros, en la mano de obra barata que demandaba las fábricas y las industrias en pleno crecimiento. Un fenómeno que marcó la época del desarrollismo franquista allá por los años sesentas. 

En ese entonces la población rural procedente de las regiones más deprimidas de España tuvo que emigrar al País Vasco o Cataluña (los polos de desarrollo industrial y tecnológico). A Virgilio Peña se le puede considerar uno de los últimos mohicanos de esa raza brava de segadores, arrieros, pastores o gañanes. Así lo demuestran sus manos encallecidas y deformes de tanto empuñar la azada, el arado, la hoz o la honda de cabrero.

Los campesinos españoles fueron los primeros en enfrentar al fascismo y también fueron los principales damnificados tras su triunfo. Porque la “guerra civil” fue en sí misma una guerra por el dominio de la tierra.  (...)"               (Carlos de Urabá , Rebelión, 02/02/16)

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