1/2/16

Un sencillo test de 14 preguntas para conocer cuántos años aproximadamente te quedan de vida

"El pasado 16 de diciembre de 2015 el diario británico The Independent publicó un artículo en el que proponía al lector que cumplimentara un sencillo test de 14 preguntas para conocer cuántos años aproximadamente le quedaban de vida (http://ind.pn/1SNYWes).

 Es una elaboración desarrollada a partir de los trabajos realizados por investigadores de la Universidad de Pensilvania sobre una cohorte de 500.000 personas a la que se ha seguido durante más de 10 años.

Desde el punto de vista epidemiológico la naturaleza del cálculo es intachable. Se fundamenta en la agregación de riesgos de mortalidad conocidos, atribuibles a distintos factores determinantes de la salud.

 Entre estos, y ahí radica la cierta originalidad del método, se sitúan destacadamente no sólo algunos antecedentes clínicos comunes (como la diabetes) o la concurrencia de algunos factores de riesgo ligados a los estilos de vida (sedentarismo, tabaco, alcohol) sino también ciertas condiciones “socioeconómicas”, como el grado escolar o la renta anual, y de valoración subjetiva de la propia salud. 

Estas últimas circunstancias que tienen que ver con la posición social o la autopercepción de la salud, y cuyo efecto en la supervivencia es muy conocido a través de los análisis actuales de epidemiología social, no siempre se trasladan a los cálculos del riesgo de morir.

Y aquí está la primera sorpresa: aunque todos los estudios evidencian esta realidad, choca que, en términos llanos, el poder adquisitivo de cada cuál sea tan determinante de la supervivencia, sobre todo porque pensábamos que una de las manifestaciones más elocuentes de la civilización era que la vida y el bienestar se mantuvieran al margen de estas contingencias.

El otro aspecto digno de mención es el cierto vértigo que se traslada al lector interesado cuando se le imputan individualmente algunos rasgos (su supervivencia en años en este caso) que proceden del análisis estadístico de un grupo amplio de personas. 

Efectivamente eso es lo que aquí se hace: asignar a quien tan alegremente y movido por la misma curiosidad que mató al gato del refrán contesta el cuestionario, los resultados medios de un grupo de personas con el que comparte ciertas características demográficas o socioeconómicas o algunos riesgos para la salud.

No conocemos en este caso la probabilidad que tiene este sistema de acertar con cada uno de nosotros, pero previsiblemente la imprecisión puede ser grande. No sólo porque no valora la aportación que sobre la probabilidad de morir hacen otros factores no contemplados, tanto en sentido positivo como negativo, sino porque tal y como se presenta, personalizado, no permite acotar el margen estadístico de error, que siempre se asume en este tipo de cálculos.

 Porque aquí no se habla de un grupo sino de una persona, que es lo inquietante pues, por ejemplo, no es lo mismo referirnos a “los refugiados” que a “un refugiado”, y aún lo sería menos aludir a uno concreto que tuviera el mismo nombre y apellidos que usted. O sea, a usted mismo atravesando tan penosas circunstancias.

Hechas estas advertencias quiero hacer algunas reflexiones sobre los resultados y los comentarios que los acompañan. 

No entraremos en señalar mis datos personales, que a nadie interesan, pero sí al hecho de que el sistema me devuelve la información de que viviré 8 años más que la mayoría de quienes nacieron el mismo día y año que yo, advirtiéndome además de que si eliminara algún factor de riesgo para mi salud, como el hecho de tomar alcohol, o incrementara la frecuencia con que incurro en algún factor “saludable”, como por ejemplo el ejercicio físico, podría ver alargada mi expectativa vital, que el programa cifra en 95 años, en un año y medio más.

 Como en un conocido chiste, no hay más remedio que concluir que si cumpliera esos consejos sin duda multiplicaría los cifrados efectos de los mismos sobre mi salud, pues no sólo viviría más años, sino que ese tiempo extra “se me haría extraordinariamente largo” con tanto footing y tanta abstinencia.

Más sorprendente aún resulta una recomendación que se me formula al final, sobre todo porque de ella se deduce que el sistema presupone que vivo en un país subdesarrollado en servicios públicos de protección social, donde, además, no se respetan algunos derechos elementales de las personas, como el de una atención sanitaria de calidad con cobertura universal. O sea, como si viviera en los Estados Unidos de América, para cuyos habitantes parece estar pensado este test. 

Lo digo porque, junto a los años de supervivencia que se me predicen, me avisan de que como se trata de una edad muy avanzada debo pensar en tener ahorrados unos 100.000 dólares o “estar en posesión de una renta vitalicia” para poder enfrentar los gatos médicos y de asistencia social que requiera al final de mi vida. 

Este consejo traslada uno de los aspectos más lamentables de las desigualdades sociales en la salud: aquél que se fundamenta en que la renta, los ingresos, el poder económico de cada cual en suma, determina con claridad las posibilidades de ser atendido por las enfermedades y dolencias que a cada uno le puedan surgir y, por tanto, y en parte relacionado con ello, los años que se puede aspirar a vivir.

Si no se tiene asegurada la debida atención de salud, se está expuesto a no recibirla cuando se necesite y a sufrir las consecuencias de ello, o a tener que conformarse con una de peor calidad si el país donde eso ocurriera mantuviera al menos algunos dispositivos de beneficencia, o si el enfermo tuviera la capacidad de endeudarse, o arruinarse definitivamente por este penoso suceso. 

En EEUU, por continuar con el paradigma de país con esta precariedad social, entre 35 y 40 millones de personas carecen de cobertura sanitaria y muchos de ellos pasan a nutrir esos 100 millones de personas que en todo el mundo, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), son empujadas cada año a vivir por debajo del umbral de pobreza, como consecuencia de los gastos sanitarios que se ven obligados a enfrentar. 

Esto ocurre pese a que sabemos que el derecho a la salud “incluye el acceso oportuno, aceptable y asequible a servicios de atención de salud de calidad suficiente”, según esa institución internacional. (...)"               ( · Sistema digital, 20 enero, 2016)

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