"El pasado 16 de diciembre de 2015 el diario británico The Independent
publicó un artículo en el que proponía al lector que cumplimentara un
sencillo test de 14 preguntas para conocer cuántos años aproximadamente
le quedaban de vida (http://ind.pn/1SNYWes).
Es una elaboración desarrollada a partir de los trabajos realizados por
investigadores de la Universidad de Pensilvania sobre una cohorte de
500.000 personas a la que se ha seguido durante más de 10 años.
Desde el punto de vista epidemiológico la naturaleza del cálculo es
intachable. Se fundamenta en la agregación de riesgos de mortalidad
conocidos, atribuibles a distintos factores determinantes de la salud.
Entre estos, y ahí radica la cierta originalidad del método, se sitúan
destacadamente no sólo algunos antecedentes clínicos comunes (como la
diabetes) o la concurrencia de algunos factores de riesgo ligados a los
estilos de vida (sedentarismo, tabaco, alcohol) sino también ciertas
condiciones “socioeconómicas”, como el grado escolar o la renta anual, y
de valoración subjetiva de la propia salud.
Estas últimas
circunstancias que tienen que ver con la posición social o la
autopercepción de la salud, y cuyo efecto en la supervivencia es muy
conocido a través de los análisis actuales de epidemiología social, no
siempre se trasladan a los cálculos del riesgo de morir.
Y aquí está la
primera sorpresa: aunque todos los estudios evidencian esta realidad,
choca que, en términos llanos, el poder adquisitivo de cada cuál sea tan
determinante de la supervivencia, sobre todo porque pensábamos que una
de las manifestaciones más elocuentes de la civilización era que la vida
y el bienestar se mantuvieran al margen de estas contingencias.
El otro aspecto digno de mención es el cierto vértigo que se traslada
al lector interesado cuando se le imputan individualmente algunos
rasgos (su supervivencia en años en este caso) que proceden del análisis
estadístico de un grupo amplio de personas.
Efectivamente eso es lo que
aquí se hace: asignar a quien tan alegremente y movido por la misma
curiosidad que mató al gato del refrán contesta el cuestionario, los
resultados medios de un grupo de personas con el que comparte ciertas
características demográficas o socioeconómicas o algunos riesgos para la
salud.
No conocemos en este caso la probabilidad que tiene este sistema de
acertar con cada uno de nosotros, pero previsiblemente la imprecisión
puede ser grande. No sólo porque no valora la aportación que sobre la
probabilidad de morir hacen otros factores no contemplados, tanto en
sentido positivo como negativo, sino porque tal y como se presenta,
personalizado, no permite acotar el margen estadístico de error, que
siempre se asume en este tipo de cálculos.
Porque aquí no se habla de un
grupo sino de una persona, que es lo inquietante pues, por ejemplo, no
es lo mismo referirnos a “los refugiados” que a “un refugiado”, y aún lo
sería menos aludir a uno concreto que tuviera el mismo nombre y
apellidos que usted. O sea, a usted mismo atravesando tan penosas
circunstancias.
Hechas estas advertencias quiero hacer algunas reflexiones sobre los
resultados y los comentarios que los acompañan.
No entraremos en señalar
mis datos personales, que a nadie interesan, pero sí al hecho de que el
sistema me devuelve la información de que viviré 8 años más que la
mayoría de quienes nacieron el mismo día y año que yo, advirtiéndome
además de que si eliminara algún factor de riesgo para mi salud, como el
hecho de tomar alcohol, o incrementara la frecuencia con que incurro en
algún factor “saludable”, como por ejemplo el ejercicio físico, podría
ver alargada mi expectativa vital, que el programa cifra en 95 años, en
un año y medio más.
Como en un conocido chiste, no hay más remedio que
concluir que si cumpliera esos consejos sin duda multiplicaría los
cifrados efectos de los mismos sobre mi salud, pues no sólo viviría más
años, sino que ese tiempo extra “se me haría extraordinariamente largo”
con tanto footing y tanta abstinencia.
Más sorprendente aún resulta una recomendación que se me formula al
final, sobre todo porque de ella se deduce que el sistema presupone que
vivo en un país subdesarrollado en servicios públicos de protección
social, donde, además, no se respetan algunos derechos elementales de
las personas, como el de una atención sanitaria de calidad con cobertura
universal. O sea, como si viviera en los Estados Unidos de América,
para cuyos habitantes parece estar pensado este test.
Lo digo porque,
junto a los años de supervivencia que se me predicen, me avisan de que
como se trata de una edad muy avanzada debo pensar en tener ahorrados
unos 100.000 dólares o “estar en posesión de una renta vitalicia” para
poder enfrentar los gatos médicos y de asistencia social que requiera al
final de mi vida.
Este consejo traslada uno de los aspectos más
lamentables de las desigualdades sociales en la salud: aquél que se
fundamenta en que la renta, los ingresos, el poder económico de cada
cual en suma, determina con claridad las posibilidades de ser atendido
por las enfermedades y dolencias que a cada uno le puedan surgir y, por
tanto, y en parte relacionado con ello, los años que se puede aspirar a
vivir.
Si no se tiene asegurada la debida atención de salud, se está
expuesto a no recibirla cuando se necesite y a sufrir las consecuencias
de ello, o a tener que conformarse con una de peor calidad si el país
donde eso ocurriera mantuviera al menos algunos dispositivos de
beneficencia, o si el enfermo tuviera la capacidad de endeudarse, o
arruinarse definitivamente por este penoso suceso.
En EEUU, por
continuar con el paradigma de país con esta precariedad social, entre 35
y 40 millones de personas carecen de cobertura sanitaria y muchos de
ellos pasan a nutrir esos 100 millones de personas que en todo el mundo,
según la Organización Mundial de la Salud (OMS), son empujadas cada año
a vivir por debajo del umbral de pobreza, como consecuencia de los
gastos sanitarios que se ven obligados a enfrentar.
Esto ocurre pese a
que sabemos que el derecho a la salud “incluye el acceso oportuno,
aceptable y asequible a servicios de atención de salud de calidad
suficiente”, según esa institución internacional. (...)" (Manuel Díaz Olalla · Sistema digital, 20 enero, 2016)
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