"El sistema alimentario industrial, desde las semillas a los
supermercados, es una máquina de enfermar a la gente y al planeta. Está
vinculado a las principales enfermedades de la gente y de los animales
de cría, es el mayor factor singular de cambio climático y uno de los
principales causantes de factores de colapso ambiental global, como la
contaminación química y la erosión de suelos, agua y biodiversidad, la
disrupción de los ciclos del nitrógeno y del fósforo, vitales para la
sobrevivencia de todos los seres vivos.
Según la
Organización Mundial de la Salud, 68 por ciento de las causas de muerte
en el mundo se debe a enfermedades no trasmisibles. Las principales
enfermedades de este tipo, como cardiovasculares, hipertensión,
diabetes, obesidad y cáncer de aparato digestivo y órganos asociados,
están relacionadas al consumo de comida industrial.
La producción
agrícola industrial y el uso de agrotóxicos que implica (herbicidas,
plaguicidas y otros biocidas) es además causa de las enfermedades más
frecuentes de trabajadores rurales, sus familias y habitantes de
poblaciones cercanas a zonas de siembra industrial, entre ellas
insuficiencia renal crónica, intoxicación y envenenamiento por químicos y
residuos químicos en el agua, enfermedades de la piel, respiratorias y
varios tipos de cáncer.
Según un informe del Panel
Internacional de Expertos sobre Sistemas Alimentarios Sustentables (IPES
Food) de 2016, de los 7 000 millones de habitantes del mundo, 795
millones sufren hambre, 1900 millones son obesos y 2000 millones sufren
deficiencias nutricionales (falta de vitaminas, minerales y otros
nutrientes). Aunque el informe aclara que en algunos casos las cifras se
superponen, de todos modos significa que alrededor del 60 por ciento
del planeta tiene hambre o está mal alimentado.
Una cifra
absurda e inaceptable, que remite a la injusticia global, más aún por el
hecho de que la obesidad, que antiguamente era símbolo de riqueza, es
ahora una epidemia entre los pobres. Estamos invadidos de “comida” que
ha perdido importantes porcentajes de contenido alimentario por
refinación y procesamiento, de vegetales que debido a la siembra
industrial han disminuido su contenido nutricional por el “efecto
dilución” que implica que a mayor volumen de cosecha en la misma
superficie se diluyen los nutrientes (http://goo.gl/AIZJjF);
de alimentos con cada vez más residuos de agrotóxicos y que contienen
muchos otros químicos como conservadores, saborizantes, texturizantes,
colorantes y otros aditivos.
Sustancias que al igual que pasó con las
llamadas “grasas trans” que hace algunas décadas se presentaban como
saludables y ahora se saben son altamente dañinas, se va develando poco a
poco que tienen impactos negativos en la salud.
Al
contrario del mito generado por la industria y sus aliados –que mucha
gente cree por falta de información– no tenemos porqué tolerar esta
situación: el sistema industrial no es necesario para alimentarnos, ni
ahora ni en el futuro.
Actualmente sólo llega al equivalente de 30 por
ciento de la población mundial, aunque usa más del 70 por ciento de la
tierra, agua y combustibles que se usan en agricultura (Ver Grupo ETC http://goo.gl/V2r2GN).
El
mito se sustenta en los grandes volúmenes de producción por hectárea de
los granos producidos industrialmente. Pero aunque resulten grandes
cantidades, la cadena industrial de alimentos desperdicia 33 a 40 por
ciento de lo que produce.
Según FAO, se desperdician 223 kilogramos de
comida por persona por año, equivalentes a 1400 millones de hectáreas de
tierra, 28 por ciento de la tierra agrícola del planeta. Al
desperdicio en el campo se suma el de procesamiento, empaques,
transportes, venta en supermercados y finalmente, la comida que se tira
en hogares, sobre todo los urbanos y del norte global.
Este
proceso de industrialización, uniformización y quimicalización de la
agricultura tiene pocas décadas. Su principal impulso fue la llamada
“Revolución Verde” –el uso de semillas híbridas, fertilizantes
sintéticos, agrotóxicos y maquinaria– que promovió la Fundación
Rockefeller de Estados Unidos, empezando con la hibridación del maíz en
México y el arroz en Filipinas, a través de los centros que luego serían
el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) y el
Instituto Internacional de Investigación en Arroz (IRRI). Este paradigma
tiene su máxima expresión en los transgénicos.
No fue
sólo un cambio tecnológico, fue la herramienta clave para que se pasara
de campos descentralizados y diversos, basados fundamentalmente en
trabajo campesino y familiar, investigación agronómica pública y sin
patentes, empresas pequeñas, medianas y nacionales, a un inmenso mercado
industrial mundial –desde 2009 el mayor mercado global– dominado por
empresas trasnacionales que devastan suelos y ríos, contaminan las
semillas y transportan comida por todo el planeta fuera de estación,
para lo cual químicos y combustibles fósiles son imprescindibles.
La
agresión no es solamente por el control de mercados e imposición de
tecnologías, contra la salud de la gente y la naturaleza. Toda
diversidad y acentos locales molestan para la industrialización, por lo
que también es un ataque continuo al ser y hacer colectivo y
comunitario, a las identidades que entrañan las semillas y comidas
locales y diversas, al acto profundamente enraizado en la historia de la
humanidad de qué y cómo comer.
Pese a ello, siguen siendo
las y los campesinos, pastores y pescadores artesanales, huertas
urbanas, las que alimentan a la mayoría de la población mundial.
Defenderlos y afirmar la diversidad, producción y alimentación local
campesina y agroecológica es también defender la salud y la vida de
todos y todo." (Silvia Ribeiro , Alainet, 11-07-16)
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