"Susana Martínez-Conde, directora del laboratorio de Neurociencia Visual del Instituto Barrow (Phoenix, EEUU), muestra el que quizá sea el único vídeo
donde es posible ver feo a Brad Pitt. El actor estadounidense aparece
con el mismo rostro de siempre, junto a otros compañeros de profesión,
pero un pequeño detalle lo trastoca todo.
Una simple cruz en el centro
de la imagen, en la que el observador ha de fijarse mientras se suceden
las caras, cambia el punto de vista y las expectativas del que mira que
pasa a comparar unos rostros con otros convirtiendo en extremas las
diferencias entre sus rasgos.
La investigadora española utilizó este y otros ejemplos durante una
presentación en la Casa de América de Madrid para mostrar que aunque
“existe una realidad ahí fuera, nosotros no interactuamos con ella”. La
única realidad con la que convivimos de verdad es una simulación creada
por nuestro cerebro que a veces coincide con lo real y a veces no”,
añade.
En el mismo encuentro en torno a lo que se sabe sobre el cerebro,
compartió su conocimiento con otros dos investigadores iberoamericanos:
Facundo Manes, neurocientífico y rector de la Universidad Favaloro de Buenos Aires, y Raúl Rojas,
experto en inteligencia artificial de la Universidad Libre de Berlín.
Los tres trabajan para entender cómo nos acerca a la realidad ilimitada
nuestro cerebro limitado y, en el caso de Rojas, qué posibilidades
tenemos de inventar inteligencias mecánicas que nos echen una mano con
la vida.
“Muchas veces pensamos en la visión como una experiencia pasiva, pero
siempre es dinámica y activa”, continúa Martínez-Conde, que investiga
las bases neuronales de nuestra experiencia subjetiva. “El cerebro
siempre está buscando información y con los pocos aspectos que percibe
después completa la información”, continúa.
Manes recuerda también otra particularidad de nuestra manera de
acercarnos al mundo. Aunque nos gusta pensar que somos seres racionales,
las decisiones nunca se toman después de un análisis frío de los datos.
“Durante mucho tiempo se consideró que para tomar una decisión racional
debíamos dejar las emociones de lado. Hoy sabemos que las emociones y
la razón trabajan en tándem en la toma de decisiones”, señala el
científico argentino.
Esas emociones tienen una base biológica generada por millones de años de evolución.
Los ancestros humanos, en su lucha por la supervivencia, se
acostumbraron a clasificar el mundo entre nosotros y ellos, asignando
emociones contrapuestas a cada uno de los grupos. “Nosotros en Chile
hicimos un experimento con chilenos mapuches y no mapuches, poniéndoles
electrodos y mostrándoles fotos de ambos grupos sociales”, cuenta Manes.
“En cuestión de milisegundos el cerebro se da cuenta de si la foto
pertenece a su etnia o no y si pertenece lo asocia con algo positivo y
si no con algo negativo”, afirma. “Por este motivo va a ser difícil
solucionar el tema palestino y judío desde una oficina en Washington,
porque biológicamente en el cerebro ya tenemos prejuicios contra el que
es diferente a nosotros y justamente la clave de la armonía es buscar
puentes con el que piensa distinto”, señala.
“Entendiendo el mecanismo
de la empatía no solo vamos a poder ayudar a pacientes con problemas de
déficit de interacción social, como la esquizofrenia o el autismo.
También entenderemos fenómenos sociales como conflictos que escapan a la
lógica y tienen más que ver con impregnaciones biológicas de la
historia personal que pasa de generación en generación”, concluye.
Raúl Rojas considera que la neurociencia puede ser una inspiración
para la inteligencia artificial, aunque cree que su función no consiste
en recrear cerebros humanos. “En inteligencia artificial, entre los 50 y
los 90 el esfuerzo se dirigió a resolver problemas combinatorios
aplicando reglas una detrás de otra”, apunta. “El ejemplo típico es el
ajedrez.
Los humanos juegan reconociendo patrones, conociendo la
situación del juego y haciendo después los movimientos, pero una persona
no está calculando millones de movimientos en su cabeza”, explica. “La
computadora calcula esas alternativas de movimientos propios y
contrarios y como es muy buena haciéndolo las máquinas ya ganan a los
humanos al ajedrez con esa solución de fuerza bruta”.
Desde los 90, el interés está en los problemas que los humanos
resuelven de manera subconsciente. “Reconocer caras, traducir un idioma o
conducir un automóvil se hace sin conciencia. Yo puedo conducir, llegar
a mi casa y no sé cómo he llegado”, ejemplifica.
“Con estas ideas hemos
desarrollado robots futbolistas que juegan muy bien al fútbol. De
hecho, cuando empezamos a desarrollarlos uno podía tomar el joystick y
jugar contra los robots y ganarles, pero ahora juegan tan rápido y tan
bien que no hay manera”, explica.
Aunque los robots pueden ganar a los humanos en muchas cosas, aún
quedan espacios en los que los humanos tienen ventaja. Por ejemplo, la
mentira. “Lo más alto de la inteligencia es la mentira en el sentido de
que si yo le cuento mentiras a una persona tengo que saber qué sabe esa
persona, tengo que tener un modelo mental de la persona para que me crea
las mentiras”, explica Rojas.
“Por eso es tan difícil decir mentiras,
porque cuando lo agarran a uno por un lado con una información que no
cuadra, hay que cambiar la historia y rehacerla inmediatamente. El test
de Turing consiste en que la computadora cuente mentiras al humano para
parecer humana, pero para hacer eso tiene que tener un modelo mental de
la otra persona”, indica.
En este sentido Manes recuerda que “un grupo de investigadores de
Oxford encontró una correlación entre la capacidad de engaño táctico de
una especie y su capacidad cerebral”, algo que puede indicar que esa
capacidad fue un salto evolutivo más allá de lo social que nos hizo
humanos. Martínez-Conde discrepa de sus colegas sobre la mentira como
actividad humana por excelencia:
“Tenemos una capacidad más refinada de
engaño como una capacidad más refinada en muchas cosas, pero hay muchos
engaños en el mundo animal, desde el mimetismo o el camuflaje en
insectos a otros más sofisticados en algunos primates”.
“En mi
investigación me he interesado en por qué funcionan los trucos de magia
en el cerebro. Es fácil engañar a un animal y lo hacen entre ellos, pero
no creo que la magia funcione en un animal. Lo que es diferente para
una persona en un espectáculo de magia, esta capacidad de asombro y
maravilla es lo que nos hace humano”, afirma.
Rojas sin embargo
considera que sin un modelo mental del otro y un conocimiento de la
diferencia entre la verdad y la mentira, lo que se está haciendo es
simplemente despistar al rival, algo distinto del engaño.
El engaño, pero de uno mismo, es otro de los mecanismos de adaptación
humana para gestionar el mundo con un cerebro limitado. Muchas veces
tomamos una decisión y la justificamos aunque haya indicios de que ha
sido un error. “Existe una gran inercia a mantener la opinión una vez
que decidimos”, explica la investigadora.
“Es un mecanismo de atajo
mental, la disonancia cognitiva. Después de tomar una decisión no puedo
cuestionarla todo el rato porque no tienes los recursos neurales para
estar analizando de nuevo los datos una y otra vez”, añade.
Tras siglos de investigación, cree Martínez-Conde que será posible
conocer al detalle la biología cerebral y, si la tecnología del futuro
lo permite, construir una máquina con las capacidades del cerebro
humano. Rojas, sin embargo, no cree que eso vaya a suceder, por
cuestiones técnicas y por falta de interés.
“No creo que una
computadora, que puede ser muy rápida para tomar decisiones y mejores
que las personas al poder sopesar más información, vaya a tener una
inteligencia como nosotros. También porque las emociones juegan un papel
muy importante en la toma de decisiones humana, y no creo que una
computadora vaya a tener emociones”, explica.
Además, en opinión de
Rojas “no se puede reconstruir un cerebro con computadoras digitales
porque el cerebro es un sistema analógico y en sistemas analógicos el
mejor modelo con lo que sabemos actualmente es el sistema analógico
mismo”. “Para construir cerebros humanos la mejor manera que tenemos
ahora es tener hijos”, concluye." (Daniel Mediavilla, El País, 31/01/16)
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