18/1/17

El 'sueño americano'... se acabó. La globalización no sólo genera ganadores y perdedores a escala global, en los países desarrollados se genera un desdoblamiento entre una parte de la sociedad integrada y otra dislocada

"(...) Las expresiones “American Dream” y "American Way of Life" juegan en la cultura norteamericana el papel de ideas de consenso sobre el significado de la vida en sociedad. Son el equivalente americano a la idea europea del Estado del bienestar: las condiciones sociales que permiten que un individuo y su colectividad puedan llevar una vida plena desde el nacimiento hasta la tumba.

 En Europa ese marco de bienestar queda a cargo del Estado, que debe regular y atenuar las injusticias para garantizar una vida digna. En los Estados Unidos, por el contrario, se entiende que son la ausencia del Estado y las oportunidades del mercado lo que provee el bienestar para quien lo persigue. Este consenso genera dos ideas relacionadas:

El American Dream se refiere a la promesa de éxito social y una vida de riqueza para aquel que tenga la voluntad de perseguir su propio engrandecimiento y reúna los suficientes méritos individuales. El American Way of Life son las condiciones concretas que dan cuerpo al American Dream. La sociedad de consumo, la democracia, la libertad económica y de expresión, la cultura popular, los valores morales, etc. No importa que pensemos que estas ideas sean mitos. 

Lo importante es que rigen la mentalidad de la gente generando realidad social, aunque no siempre sea la realidad que imaginan y desean los actores que viven bajo el American Dream y el American Way.

El American Way & Dream  (como me referiré a ambos a partir de ahora) es, por lo tanto, a grandes rasgos, el contrato social de los estadounidenses.

Desde hace cincuenta años asistimos al desvanecimiento del modelo clásico del American Way & Dream, de una América blanca que progresa en una sociedad de consumo, con la promesa del éxito para el que se esfuerza y una vida en barrios residenciales.

La estampa nunca fue del todo real, aunque sí se corresponde con un momento de crecimiento sostenido y redistribución de la riqueza tras la Segunda Guerra Mundial, en lo que se llamó el consenso de Postguerra entre capital y trabajo. Estos años de crecimiento sostenido desde 1945 hasta 1973 marcaron a fuego en la mentalidad americana una imagen dorada de los Estados Unidos que no sólo se proclamaba como una realidad del momento, sino como una promesa para las generaciones venideras.

 Aun así, no todos formaban parte de ese relato de recompensa al éxito económico y valores tradicionales en barrios residenciales. Los afroamericanos sufrían la segregación, los latinos vivían una marginalidad crónica y las mujeres y minorías sexuales vivían subordinadas y ninguneadas bajo las figuras patriarcales del marido y hombre blanco heteronormativo. El American Way & Dream no sólo era homogéneo, sino que además era terriblemente excluyente.

Desde los años sesenta del siglo XX las minorías raciales y sexuales, las mujeres y muchos progresistas se han aliado en la lucha por los derechos civiles, que ha recuperado la tradición de la lucha contra la esclavitud para construir unos Estados Unidos más inclusivos. Sus reivindicaciones no tienen por objetivo acabar con el American Way & Dream, sino conseguir que se cumpla para toda la población su hipotético punto de partida: la igualdad de oportunidades, es decir, igualdad de acceso a la competición económica.

Con la firma del acta de derechos civiles del presidente Johnson en 1964 se terminaba de cimentar una lucha legal de largo recorrido, y se codificaba el esfuerzo de las protestas por los derechos civiles, saltando estos de las calles a la política institucional en el Partido Demócrata. 

Éste se convirtió desde ese momento en el partido de los derechos civiles y las minorías. En esa época muchos jóvenes entrarán en el partido atraídos por su mensaje moderno y por los vientos de cambio, incluso muchos republicanos, como Hillary Clinton a finales de los años sesenta.

Pero el American Way & Dream  no sólo se vería alterado por la paulatina (e incompleta) inclusión de los excluidos, sino que además se vería contestado por otro fenómeno distinto pero paralelo (temporalmente hablando) y es el fin de los Estados Unidos como la "Fábrica del Mundo".

Desde el inicio de la Segunda Guerra Mundial los Estados Unidos habían sido el principal productor global de bienes manufactureros orientados al mercado mundial, lo que creó veinte años de bonanza que permitieron cimentar el American Way & Dream como una sociedad industrial y de consumo con posibilidades económicas casi ilimitadas. 

Pero esto comenzó a cambiar con la recuperación económica de las zonas europeas devastadas por la guerra (el despegue alemán y la configuración de la Comunidad Económica Europea), así como por la industrialización de sociedades agrarias del tercer mundo, en especial las economías asiáticas, que comenzando por Japón, seguido por los Tigres Asiáticos y con la incorporación final de China han configurado un nuevo bloque mundial que ha desplazado el centro económico del océano Atlántico al Pacífico. 

Dichas sociedades pasaron de ser mercados estadounidenses a competidores económicos de manera simultánea. Si a esto le sumamos que la reforma monetaria de Nixon y la situación de estanflación del momento dispararon la crisis del petróleo de 1973 y la descompensación entre oferta de bienes producidos, muy superior a la capacidad de consumo interno norteamericano, tenemos que a principio de los años setenta se generaron las condiciones para que los Estados Unidos no pudieran sostener el ritmo de crecimiento económico necesario para mantener el American Way & Dream, y de esta manera surgió la necesidad de reformar la economía para sostener el modo de vida americano.

Nixon fue el primero en sentenciar el modelo económico de postguerra salido de la conferencia de Bretton Woods. Con sus políticas económicas iniciaría la Era Neoliberal a través de su reforma monetaria, con la abolición definitiva del patrón oro y su sustitución por el dólar como patrón de referencia para la convertibilidad global, y la apertura de los Estados Unidos a la economía china con su visita a Pekín, preparó la economía norteamericana para una globalización que ya estaba desde hace tiempo en marcha por la propia lógica capitalista.

A corto plazo fue un gran éxito porque recobró para los Estados Unidos el liderazgo económico. A largo plazo liquidó el factor nacional de la economía americana acentuando su dependencia del exterior.

Ronald Reagan profundizó el enfoque inaugurado por Nixon con su “Reaganomics” desviando recursos públicos desde el gasto en servicios sociales a los contratos de defensa, iniciando los programas de desregulación económica, así como implementando una bajada selectiva de impuestos que, en teoría, liberaría ingresos para el consumo.

A corto plazo consiguió un crecimiento macroeconómico palpable gracias al desvío de fondos públicos desde el Estado a ciertos sectores privados, así como por la desaparición de regulación laboral, económica y medioambiental que facilitó una mayor flexibilidad y dinamismo para los negocios. 

A largo plazo el precio que pagó la sociedad norteamericana fue el empobrecimiento de grandes sectores de su población, profundizar en su impacto medioambiental que agravaba el calentamiento global y el inicio de la decadencia de los grandes sectores industriales tradicionales por la desprotección laboral y la imposibilidad de competir con altos salarios en un mercado mundial con economías sin regulación laboral.

La brecha salarial de los años ochenta llevó al presidente George H. W. Bush a preparar el primer gran tratado de libre comercio para compensar parte de la caída del consumo interno. El NAFTA, que amplió el mercado para los productos americanos, abrió a su vez las fronteras a los productos canadienses y mexicanos e inició todo un proceso de deslocalización industrial a México.

Bill Clinton terminó de aplicar el NAFTA y aprobó la Gramm-Leach-Bliley-Act en 1999 que desregularizó el sector bancario, apuntalando la dinámica de financiarización de la economía. El proceso de globalización llegó a su cúspide durante su mandato y el de su sucesor, George W. Bush, bajo cuya presidencia un sector bancario con una regulación menor y distintos objetivos provocó una política crediticia desbocada y especulativa que hinchó la burbuja inmobiliaria. 

 Dicha burbuja explotaría al final de su mandato con la caída de Lehman Brothers y el inicio de la gran crisis global.

Obama, por su parte, ha intentado controlar parte de los efectos más perniciosos de la desregulación financiera mediante una política de rescate y subsidios a la zona industrial clásica de los Grandes Lagos. 

 También ha favorecido a través de Ben Bernanke un enfoque monetario algo más heterodoxo del favorecido por Alan Greenspan en la reserva federal en las décadas precedentes. Pero estos tímidos cambios no rompieron con la dinámica expuesta anteriormente, (...)

Vemos pues que las últimas décadas han supuesto una dinámica constante de auge globalizador de un capitalismo desregularizado, con los Estados Unidos consiguiendo con cada reforma económica mantenerse a la cabeza de las economías mundiales, pero al precio de horadar las bases económicas nacionales que habían hecho posible el American Way & Dream. Esto, por supuesto, no es responsabilidad ni resultado exclusivo de la política norteamericana.

 Es una dinámica capitalista mundial, pero a la que los distintos presidentes norteamericanos han contribuido de manera decisiva.

Los resultados de esta dinámica son múltiples, pero para la victoria de Trump hay uno que se alza con gran importancia. La zona industrial tradicional de los Estados Unidos, la zona de los Grandes Lagos, la América del motor y de las grandes factorías automovilísticas, ha pasado de ser el centro económico estadounidense a una zona empobrecida y en decadencia.

El mercado ya no podía ofrecer una salida para la población de esa región ya que su estructura productiva no encajaba en la nueva economía globalizada. Las ayudas estatales y los servicios públicos desaparecieron por culpa de los recortes, pero no del todo. 

Como resultado de las políticas de discriminación positiva las minorías raciales tuvieron aún acceso a unos recursos que la clase trabajadora y parte de la clase media blanca empobrecida dejaron de percibir. El impulso de la lucha por los derechos de las mujeres consiguió que estas accedieran al mundo laboral, doblando el número de competidores en el mercado de trabajo. A lo que hay que añadir una mayor presencia de inmigrantes en zonas que generalmente habían sido blancas, así como el cierre de fábricas y negocios por la deslocalización industrial.

Si ni el Estado ni el mercado ofrecen los medios de reproducción vital, aparecen nuevos competidores para los pocos puestos de trabajo existentes, y los valores sociales y culturales de la época de bonanza se ven cuestionados por las élites culturales de zonas aún económicamente boyantes, el camino a la desunión queda pavimentado.

 La idea fundamental de toda esta explicación es que la globalización no sólo genera ganadores y perdedores en el tablero global, entre el centro y la periferia. Sino que dentro del centro, en los países desarrollados supuestamente ganadores, se genera un desdoblamiento entre una parte de la sociedad integrada en y otra dislocada ante la globalización.

Esta idea es muy importante para mi argumento, pues explica por qué dentro de zonas que debieran ser netamente ganadoras la globalización se comporta como un arma de doble filo, enriqueciendo y generando oportunidades para un segmento de la población y destruyendo las condiciones de vida para muchos otros.

 Ninguno de estos segmentos sociales está excluido de la globalización, todos forman parte de ella y sus vidas se insertan en la misma a través del trabajo, de su ausencia, y en todos los casos a través del consumo. 

Esta desigualdad en el disfrute o sufrimiento del proceso globalizador no se debe exclusivamente a que se resida en zonas ganadoras (centro) o perdedoras (periferia) dentro de un país, sino por el lugar que se ocupa o se ha dejado de ocupar en la estructura económica y productiva global.

Aquellos cuyos trabajos pueden insertarse con facilidad en el mercado global, o sus derechos laborales se mantienen con la protección de la época precedente, se encuentran integrados y su conflicto con la globalización es menor. 

Aquellos cuyos puestos de trabajo pueden ser deslocalizados, o aquellos trabajadores que acceden en una situación de vulnerabilidad al mercado  laboral se encuentran dislocados, porque su realidad es globalizada, pero no sacan ganancia de ello a pesar de estar en un espacio céntrico, y por lo tanto, teóricamente ganador.

Y es entre los dislocados entre los que el mensaje populista ha triunfado, pero para entender las consecuencias de esto antes tenemos que pensar otros problemas. (...)"     (Marcos reguera, CTXT, 14/01/17)

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