"Eduardo Garzón es economista y asesor de economía del Ayuntamiento de
Madrid. Su nombre está estrechamente ligado al de su hermano, Alberto
Garzón, líder de Izquierda Unida. Presenta ahora su libro Desmontando los mitos económicos de la derecha (Ediciones Península), en el que busca acabar con la idea de que otra política económica no es posible. (...)
Entonces, ¿diría que es partidario
de un capitalismo pero reformado y más social o se definiría, como hace
su hermano Alberto Garzón, comunista?
No se
puede hacer una distinción clara entre capitalismo y no capitalismo. El
capitalismo es como los perros, es una especie animal pero cuando uno
mira un chihuahua sabe que no tiene nada que ver con un pastor alemán.
En cada país, a pesar de que todos se rigen por un sistema que en
esencia es el mismo, este se materializa de una forma diferente.
En
algunos hay mucho más de capitalismo que en otros. La pregunta sería
cuánto de capitalismo tendríamos que tener. En mi opinión tendríamos que
tener menos pero eso no significa que tengamos que romper con toda la
lógica del sistema capitalista, que haya que ir a un sistema radical y
muy diferente.
La idea es reducir los espacios que
hoy viven regidos por la lógica capitalista –si me sale rentable empiezo
una actividad económica y contrato a gente– eliminarla de los sectores
estratégicos y más importantes para la actividad económica.
La tendencia
es desgraciadamente la contraria: el neoliberalismo, que supone ampliar
todos esos espacios, reducir salarios para aumentar los beneficios del
capital, reducir los espacios públicos de la sanidad, la educación y las
pensiones para que el negocio privado pueda hincarle el diente. (...)
¿Debe cambiar la definición de paro y empleo en un mundo del trabajo que ha cambiado mucho en los últimos años?
En el libro lo resumo con una frase: que no haya empleo no significa
que no haya trabajo. Hoy día hay mucha gente que está realizando un
trabajo útil para nuestras sociedades y como no se ha remunerado, como
los cuidados, no se considera empleo.
Lo que hay que hacer es que todo
aquel trabajo, todo esfuerzo físico o intelectual que redunda en
beneficio de nuestros prójimos, tiene que ser considerado empleo.
¿Cómo?
Remunerándolo, dignificándolo y repartiéndolo de forma solidaria entre
hombres y mujeres. Desde mi punto de vista eso debe hacerse mediante el
trabajo garantizado: todas esas actividades trasladándolo en la medida
de lo posible al ámbito público, a un empleo remunerado y más
cualificado y profesionalizado.
¿Sería el Estado el que se haga cargo de esos empleos?
Exactamente, pero eso no quiere decir que sea una panda de burócratas
en Madrid la que decida lo que se va a hacer, por ejemplo, en Almería.
Se trata de que se articule a través de mecanismos de participación
democráticos, que la propia gente diga cuáles son las necesidades de su
ciudad, y a partir de ahí se diseñen los puestos de trabajo que sean
necesarios.
¿Es la renta básica una fórmula contra la precariedad o para afrontar el nuevo mundo del trabajo que se está creando?
La renta básica fue ideada por personas de derechas, era una forma de
calmar a la gente cabreada por sus trabajos o por la precariedad, para
darles lo suficiente para que sobrevivan y quizá algo más, y no poner en
cuestión los desequilibrios de poder y de renta y riqueza que existan.
Con esa perspectiva no estoy de acuerdo, tampoco nadie desde el ámbito
de la izquierda. Lo que se propone desde un sector de la izquierda es
diferente, es una renta para empoderar a la gente frente a los
empresarios.
¿Y cómo conseguir una cosa y no la otra, cómo empoderar sin que el efecto sea que los empresarios bajen salarios?
Es muy difícil, por eso soy muy crítico con la renta básica. Creo que
la renta básica no debería ser, al menos no toda, en dinero sino en
especie. Por ejemplo, la sanidad y la educación ya es renta básica en
especie. Tendríamos que hacer lo mismo con la alimentación, el
transporte, el alojamiento y podríamos pensar también en la energía o,
por qué no, las telecomunicaciones.
En lugar de dar dinero y que se
busquen las habichuelas en un mercado contaminado por desequilibrios de
poder, controlarlo y regularlo a través de decisiones democráticas,
transportes, participativas y atendiendo a criterios sociales,
ecológicos, de género...
A partir de ahí toda la persona que quiera
trabajar, que lo haga, que no tiene por qué ser ocho horas al día, puede
ser cuatro, tenemos los recursos para hacerlo. (...)" (Entrevista a Eduargo Garzón, Ana Requena Aguilar, eldiario.es, 19/04/17)
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