21/12/15

El Estado puede estar cambiando, pero no por ello las personas dejan de sentirse identificadas con una nación

"(...) El profesor Michael Billig defiende en su libro “Nacionalismo banal” que no solamente en los lugares en pugna por crear un estado-nación, sino también “en las naciones consolidadas, la nacionalidad se “enarbola” o recuerda de forma continua. 

Las naciones consolidadas son aquellos Estados que tienen confianza en su propia continuidad y que, concretamente, forman parte de lo que convencionalmente se califica como ‘Occidente’”. Si estos estados ya se han consolidado como estados-nación, ¿por qué insisten en visibilizar los símbolos de esa nación que aparentemente no corre peligro y que cuenta con un apoyo y una legitimación mayoritaria? 

Según Billig, esto es así porque “la nacionalidad suministra un telón de fondo continuo a sus discursos políticos, a sus productos nacionales e, incluso, a la estructuración de los periódicos. De sutiles e innumerables formas se recuerda diariamente a la ciudadanía cuál es su lugar nacional en el mundo de las naciones. Sin embargo, la forma de recordarlo resulta tan familiar, tan constante, que no se registra de manera consciente como un recordatorio.

 La imagen metonímica del nacionalismo banal no es la de una bandera agitada conscientemente con ferviente pasión, es la de la bandera que vemos colgada en un edificio público y pasa desapercibida”. Es decir, a diferencia de aquellos lugares en los que el estado-nación se encuentra en plena construcción o todavía en lucha por nacer, en los estados-nación consolidados no es necesario un despliegue agresivo de nacionalismo. Debe ser sutil. 

De hecho, aparece en nuestras rutinas prácticamente sin darnos cuenta. Como explica Billig, “la identidad nacional se encuentra en las costumbres encarnadas en la vida social. Entre ese tipo de costumbres se encuentran las del pensamiento y las de la utilización del lenguaje. Tener una identidad nacional es poseer formas de hablar de la nacionalidad”. 

Billig quiere decir que “las nociones de nacionalidad están profundamente arraigadas en las formas de pensar contemporáneas”, que se trata de “una ideología que es tan familiar que apenas parece perceptible”. Por ejemplo, sin darnos cuenta identificamos a las personas que provienen de un lugar geográfico diferente al nuestro en primer lugar por su nacionalidad antes que por cualquier otro rasgo personal. 

También tendemos a identificar otros elementos cotidianos, como por ejemplo la comida (tortilla española), los coches (alemán, japonés), etc., por su ‘nacionalidad’. Ocurre porque, afirma Billig, “la nacionalidad no es algo remoto en la vida contemporánea, sino que está presente en ‘nuestras’ pequeñas palabras, en los discursos familiares que damos por sentados”.

 Casi nadie pone en duda la nacionalidad como elemento de identidad propio y hacia los demás, a pesar de que se trata de un fenómeno de apenas dos siglos de antigüedad. ¿La globalización significa el fin de la nación? Por otro lado, en los últimos años se multiplican los análisis que prevén la desaparición del estado-nación y la subsiguiente muerte de la nación como principal elemento de de identidad y de identificación de las personas. 

La causa sería la globalización y el impresionante fortalecimiento de la interdependencia e interconexión entre las personas independientemente de sus naciones, y que amenazan con convertir las fronteras en vestigios del pasado: “El resultado es que la soberanía del estado-nación se desmorona bajo la presión de fuerzas globales y locales. Las necesidades económicas obligan a los estados a ceder parte de su soberanía a organizaciones supranacionales”. “Las tesis posmodernas sugieren que la vida en el mundo contemporáneo viene marcada por una globalización banal. 

A diario se enarbola la ‘aldea global’ y la globalización banal está suplantando las condiciones del nacionalismo banal”, explica Billig que, sin embargo, enseguida puntualiza que la globalización no significa la creación de una nueva identidad global: “Las fuerzas de la globalización no están produciendo homogeneidad cultural absoluta. Tal vez estén erosionando diferencias entre culturas nacionales, pero también están multiplicando las diferencias en el interior de las naciones”.

 Es decir, según el profesor Billig, la globalización efectivamente está erosionando al estado-nación clásico, pero no por ello está poniendo en peligro a la nación como identidad: “La percepción de la importancia de una patria con fronteras y la distinción entre ‘nosotros’ y ‘los extranjeros’ no han desaparecido. Es más, esos hábitos de pensamiento persisten no como vestigios de una era pasada que haya sobrevivido a su función, sino que hunden sus raíces en formas de vida en una era en la que el Estado tal vez esté cambiando, pero todavía no ha desaparecido”.

 Así pues, Billig afirma que el Estado puede estar cambiando, pero no por ello las personas dejan de sentirse identificadas con una nación, ya sea una consolidada en forma de Estado o en búsqueda de uno nuevo, como son los casos escocés o catalán en Europa.

 Muchos escoceses rechazan ser británicos y muchos catalanes rechazan ser españoles, pero no por ello dejan de identificarse con una nación que, según sus aspiraciones, debería ser también un Estado. Pero no son los únicos que apuestan por la nación. En el conjunto de la Unión Europea, prácticamente todos sus ciudadanos se identifican en primer lugar con su nación antes que con ‘Europa’ u otros conceptos supranacionales.

 Pero no son las mismas naciones que las que conocieron nuestros abuelos. Las mezclas culturales y étnicas tras años de oleadas de inmigración han hecho pedazos el aspecto más homogéneo que presentaban esas naciones en el pasado. Ahora la mayoría de los estados-nación europeos presentan una gran diversidad, lo que está produciendo en muchos casos conflictos de integración. 

Pero no se trata de conflictos porque los nuevos europeos quieran crear una nueva identidad o una nueva nación en el seno de las antiguas. Su objetivo es participar e integrarse en sus lugares de acogida y convertirlos en sus propias identidades, aspiración que provoca rechazo entre algunos de los ‘viejos’ nacionales. 

 En este sentido, Billig afirma que “aunque el multiculturalismo podría poner en peligro viejas hegemonías que afirmaban hablar por la totalidad de la nación, y aunque podría prometer una igualdad de identidades, sigue estando ordinariamente constreñido en el seno de la noción de nacionalidad. (…) acepta el mundo de naciones en el que la nacionalidad es algo aceptado como algo importante y digno de definirse”. 

 Por ello, la conclusión a la que llega Michael Billig es que, a pesar de la globalización, la nación sigue siendo la identidad más importante para la mayoría de las personas, aunque eso no signifique que sean unos nacionalistas furibundos y agresivos. El hecho de que la mayoría sigamos pensando en términos de nacionalidad se debe a las influencias diarias a las que estamos sometidos por el nacionalismo banal y su “bajo y discreto tono”.

 “En las prácticas rutinarias y los discursos cotidianos, en especial los de los medios de comunicación, se enarbola de forma habitual la idea de nacionalidad. Hasta el pronóstico diario del tiempo lo hace. Mediante este tipo de enarbolamientos, las naciones consolidadas se reproducen como naciones, donde se recuerda sin alharacas a la ciudadanía cuál es su identidad nacional”.         (Michael Neudecker  , Ssociólogos)

No hay comentarios: