28/12/15

En el día de los inocentes, un monaguillo suplantaba al obispo y trastocaba la jerarquía

"(...) Unos magos llegan a Jerusalén preguntando por el recién nacido rey de los judíos, lo que pone de los nervios a Herodes, que ostenta el título de rey de Judea con el permiso de los romanos. 

Podría tratarse del Mesías, piensa, y los escribas a los que consulta le explican que, según las profecías, nacerá en Belén. Herodes pide a los magos que, en cuanto hallen al niño, se lo hagan saber, para que también él pueda adorarlo. Los magos lo encuentran, pero, advertidos por un ángel, regresan a su país por otra ruta. 

Consumido por la envidia, Herodes ordena matar a todos los niños de Belén menores de dos años. Jesús se salva por los pelos: un ángel ha recomendado a su padre que traslade la familia a Egipto. El episodio termina con una cita de Jeremías, que anticipó la matanza: “Raquel lloraba a sus hijos y no quería ser consolada porque ya estaban muertos”.

Cuesta entender por medio de qué extraña lógica un episodio tan cruel se convirtió en una jornada de burlas y diversión. En la Edad Media era frecuente, en el día de los inocentes, que un monaguillo suplantara al obispo y trastocaba la jerarquía: revestido con mitra y báculo el pequeño se sentaba en la cátedra más alta. 

La fiesta está relacionada con la del “Bisbetó” que todavía hoy se celebra en la escolanía de Montserrat el día de San Nicolás (Santa Claus). Según la leyenda, el santo hizo resucitar a unos niños que un hostelero había convertido en tocino. Por un día, los pequeños son los superiores.

Umberto Eco en su Historia de la feal dad (Lumen) explica que este tipo de farsas medievales –y otras como la carnavalesca fiesta del asno– guardan relación con las Saturnales romanas, en las que se permitía a los esclavos ocupar el lugar de los dueños, y también con las celebraciones militares en las que los soldados podían usar un lenguaje lascivo o insultante contra el caudillo que les había dirigido en la batalla. 

Eco sostiene que en la edad media “la risa era la única medicina del que vivía con pesimismo una vida miserable y difícil”.

No sé por qué ya prácticamente nadie gasta bromas el día 28 de diciembre. ¿Será porque ya cada día del año es carnaval? En mis años de infancia nos pasábamos el día por las calles intentando pegar un muñeco de papel en el abrigo de la gente mayor. 

Otras bromas eran toleradas aquel día: colocar un palillo en la ranura de un timbre para que sonara sin parar; o atar una moneda de 50 céntimos (de las que tenían un agujero en medio) con un cordel muy largo y delgado, dejarla en medio de la acera y tirar desde lejos del cordel, repentinamente, cada vez que alguien se inclinaba para cogerla. Eran más inocentes las bromas que las supuestas víctimas de la broma.

Bromas pesadas no recuerdo. En cambio, recuerdo que una de las primeras ­formas de iniciación de los niños a la lectura de diarios consistía en ir pasando las páginas del ejemplar del 28 de diciembre para detectar cuál era la noticia falsa del día. 

Los periódicos serios han aban­donado esta práctica para evitar que la ­frivolidad corrompa la veracidad. Ya solamente ­algunos diarios deportivos publican inocentadas: no es fácil distinguirlas de las informaciones, generalmente es­peculativas, que tienden a publicar habitualmente.

Un inocente era, en mi juventud, el que caía en la trampa de una broma. Ahora ­todo el mundo parece muy listo. Nadie se deja engañar por un bromista. De ahí, ­seguramente, la restricción del signifi­cado de la palabra inocencia: antónimo o contrario de culpable. Quien no ha sido encontrado culpable es inocente. 

Esta afirmación vale no solamente para eludir condenas judiciales, sino también para trampear los dilemas éticos a los que nos vemos confrontados; y para que nuestros ojos puedan acomodarse a los terribles males que nos rodean: a las matanzas de niños, por ejemplo. Que no son cosa del pasado. (...)"          (Los santos inocentes, de Antoni Puigverd,  La Vanguardia, en Caffe Reggio, 28/12/15)

No hay comentarios: