"Israel no tiene pozos de petróleo. No tiene minas de oro. ¿Qué tiene? El título de propiedad del Holocausto.
Es un activo de gran valor. Todo el que quiera
limpiarse la mancha necesita un certificado del Estado de Israel. El
precio de dicho documento es altísimo. Y cuanto mayor la culpa del
solicitante, mayor el precio de la dispensa.
¿A qué nos recuerda esto?
Durante siglos, la
Iglesia Católica se dedicó a la venta de “dispensas”. Las dispensas eran
documentos firmados por el Papa y la curia que eximían al beneficiario
del cumplimiento de determinadas obligaciones religiosas o bien le
permitían hacer ciertas cosas prohibidas por la Iglesia. (...)
Los líderes de Israel, con Binyamin Netanyahu a la cabeza, se comportan hoy en día como los papas de antaño: venden dispensas del Holocausto.
Netanyahu no ha sido el inventor del negocio. Lo ha
heredado de sus predecesores. Todo empezó cuando poco después de la II
Guerra Mundial, David Ben Gurión llegó a un acuerdo con el entonces
canciller alemán Konrad Adenauer. Ben Gurión sancionó la existencia de
una “nueva Alemania”, totalmente kosher, y a cambio los alemanes pagaron
tres mil millones de marcos al Estado de Israel en concepto de
compensaciones, así como pensiones individuales a los supervivientes del
Holocausto.
Yo mismo recibí una pequeña compensación por mi
“educación perdida” y a mis padres se les concedió una pensión mensual
con la que se mantuvieron el resto de su vida.
A ojos de Ben Gurión el asunto era puramente
económico. El recién nacido Estado de Israel no tenía dinero y las
compensaciones alemanas lo ayudaron a sobrevivir los primeros años.
No obstante, detrás del acuerdo se ocultaba una
decisión de otro tipo. Israel, es bien sabido, es un “Estado Judío”. El
gobierno de Israel ostenta dos coronas: por un lado, la del gobierno de
un Estado soberano y por otro, la de líder de la Diáspora judía mundial.
La premisa ideológica es que ambas son una sola y la misma.
Pero semejante premisa es una ficción. De vez en
cuando surge un problema que pone de manifiesto la discrepancia entre
los intereses de Israel y los de la Diáspora. En semejantes ocasiones
los intereses de Israel tienen prioridad.
Últimamente ha surgido una de tales situaciones.
Benjamín Netanyahu, rey de Israel y aspirante a
emperador del pueblo judío, ha firmado una declaración conjunta con el
gobierno polaco que absuelve al pueblo de Polonia de toda
responsabilidad por los sucesos del Holocausto y condena de un solo
plumazo el antisemitismo y el antipolonismo.
El documento ha desatado un huracán que se centra en
dos cuestiones: 1ª. La exactitud de dicha declaración. 2ª. Los motivos
que han llevado a Netanyahu a firmarla.
La segunda tiene una respuesta más fácil: Netanyahu
mantiene una profunda amistad con los regímenes de Europa Central, que
en la actualidad forman un nuevo bloque encabezado por Polonia que
incluye a Hungría, la república Checa y Eslovaquia.
Dichos regímenes son de extrema derecha, cuasi totalitarios y antirrefugiados. Se les podría calificar de fascistas light.
Todos ellos se oponen al liderazgo de la canciller
alemana Angela Merkel y a sus aliados, que son más o menos liberales,
aceptan a los refugiados y condenan la ocupación y los asentamientos
israelíes en territorio palestino. Netanyahu cree que su alianza con la
oposición europea frenará a los merkelistas.
A lo largo y ancho del mundo, las instituciones
judías ven todo el asunto bajo un prisma completamente distinto. No han
olvidado que esos partidos ultraderechistas no son más que los
descendientes de los partidos filonazis de la era de Hitler. Interpretan
el cinismo de Netanyahu como una traición a las víctimas judías del
Holocausto.
La exactitud de la declaración conjunta es una cuestión mucho más acuciante.
En Israel ha habido una amplia condena de la
absolución de Polonia por parte de Netanyahu. En Israel se odia a
Polonia mucho más de lo que se odia a Alemania. Es una historia larga y
compleja.
En tiempos anteriores al Holocausto, Polonia
albergaba a la mayor comunidad judía del mundo. Son muy pocos los judíos
que se preguntan el porqué.
La sencilla y frecuentemente olvidada razón es que
Polonia fue durante siglos el país más progresista de Europa. Mientras
en la mayoría de los países europeos (Inglaterra, Francia y Alemania
incluidas) a los judíos se los perseguía, se los mataba y expulsaba, la
monarquía polaca los recibía con los brazos abiertos. Un rey tuvo una
amante judía; los nobles y terratenientes recurrían a los judíos para la
gestión de sus posesiones; los judíos se sentían protegidos.
Con el paso del tiempo, las cosas cambiaron por
completo. Entre los polacos surgió una profunda animadversión hacia la
enorme minoría que vivía entre ellos y tenía un aspecto distinto, se
vestía de manera diferente, hablaba otra lengua (el yidish)
y practicaba otra religión. La competición económica exacerbó el
resentimiento. Durante los largos períodos de ocupación rusa y de otros
vecinos, los polacos se volvieron ferozmente nacionalistas y su
nacionalismo excluía a los judíos. El antisemitismo se convirtió en una
fuerza tremenda.
Los judíos reaccionaron con un profundo odio a los polacos y todo lo que tuviera que ver con Polonia.
La invasión nazi de Polonia complicó más aún la
situación. Después de la guerra, para la mayoría de los judíos no cabía
duda de que los polacos habían cooperado en el exterminio. Se hizo
habitual hablar de “campos de concentración polacos”.
Esto siempre ha enfurecido a los polacos. Polonia ha
promulgado recientemente una ley que convierte en delito el uso de esa
expresión y otras similares.
Ese es el motivo de la oleada de rabia que ha
recorrido tanto Israel como el mundo judío tras la firma de Netanyahu de
la declaración que absuelve a los polacos de toda responsabilidad en el
exterminio de los judíos en Polonia.
Hará unos doce años visité Polonia por primera vez con el fin de recabar información para mi nuevo libro Lenin ya no vive aquí,
publicado en hebreo, en el que se describe la situación de Rusia y
varios otros países inmediatamente después de la caída del comunismo.
Ningún otro país me sorprendió tanto como Polonia.
Descubrí que durante la ocupación no hubo una sino dos organizaciones
clandestinas polacas que combatieron a los nazis. Millones de polacos
cristianos fueron ejecutados junto a los judíos.
(Cuando volvimos a Tel Aviv, mi esposa Rachel, que me
había acompañado en el viaje, oyó a una tendera hablando en polaco. Aún
impresionada por lo que nos habían contado, la interrumpió para
preguntarle: “Sabía usted que los alemanes mataron también a tres
millones de polacos cristianos?”. “¡Pues no fueron bastantes!”, replicó
la tendera).
Durante el Holocausto, las primeras informaciones
fiables acerca de los campos de exterminio que recibieron los aliados y
las instituciones judías procedían del gobierno polaco en el exilio, con
base en Londres. Una vez acabado el conflicto, Israel condecoró a miles
de polacos que habían ayudado a los judíos, a menudo poniendo en
peligro su propia vida y la de sus familias.
Es cierto que muchos otros polacos ayudaron a los
nazis a matar judíos, tal y como sucedió en todos los países ocupados.
Además, una vez terminada la ocupación nazi tuvo lugar al menos un
pogromo. Pero nunca hubo un político colaboracionista polaco al estilo
del noruego Vidkun Quisling. En comparación con otros países ocupados,
Polonia sale bastante bien parada.
¿Por qué estaban los campos de exterminio en Polonia?
Porque allí se encontraba el grueso de la población judía y porque lo
más sencillo era transportar hasta allí a los judíos de otros países.
Pero eso no los convertía en “campos de exterminio polacos”.
En la declaración Netanyahu-Polonia hay ciertas
exageraciones. Por ejemplo, en un párrafo se menciona el antisemitismo y
el antipolonismo, signifique lo que signifique ese término. A pesar de
todo, el vendaval que se ha desatado es excesivo.
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