8/3/22

La única califa de la historia manda en Senegal... La ciudad de Thiés acoge un caso excepcional de dinastía califal femenina. Sus prácticas religiosas fusionan el islam moderado y las creencias ancestrales

 "Sokhna Saibata recibe tumbada de costado, con sencilla dignidad, apoyando la cabeza en su nudosa mano de dedos larguísimos. Viste un pulcro traje blanco nuclear que acompaña con accesorios chic: enormes gafas de sol hexagonales, reloj de piel, robustos anillos dorados. Su trono se alza apenas unos centimetros sobre el resto de la estancia, el porche de su vivienda en Keur Iyakhine (Thiés, Senegal). Un puñado de calles con urbanismo irregular. Polvoriento y colorista. Donde niños y animales circulan a su antojo. Similar a tantos barrios populares del país.

La visita se interrumpe por la llegada repentina de dos jóvenes forasteros. “Estamos de paso y nos han dicho que aquí vive una mujer que resuelve cualquier problema”, cuenta uno de ellos. Al otro ya le atiende Saibata con su heterodoxo arsenal curativo. Rezos y plegarias. Un tasbih, equivalente al rosario cristiano. Tejidos con supuestas propiedades espirituales. Versículos del Corán plastificados. Un portátil que reproduce vídeos del Gran Magal, la peregrinación a la ciudad santa de Touba, hito anual del muridismo, la cofradía sufí a la que pertenece Saibata.

El ritual sanador concluye con la ingesta de un brebaje marrón y grumoso. El enfermo bebe de un trago dos vasos, convulsiona levemente y vomita sobre una túnica fucsia eléctrico. Por exceso de fruición o como parte del proceso purificador. Mor Ba, secretario personal de Saibata, muestra reserva ante la duda y se limita a explicar que su jefa tiene soluciones para cualquier “dolencia de cuerpo y alma”. ¿Ingredientes del mejunje? “Receta mística de composición secreta”, responde Ba con sonrisa pícara.

Desde 2003, Saibata es la califa de Keur Iyakhine. Sucedió a su hermana, Sokhna Magat, fallecida ese año y que ostentó el cargo a partir de 1943, cuando murió el padre de ambas (aunque nacieron de madres diferentes, en una compleja genealogía poligámica). Antes de su muerte, Abdoulaye Yakhine, fundador del humilde califato, había predicho que ninguno de sus 14 hijos varones le sobreviviría. La visión, iluminada desde las alturas, se cumplió a rajatabla, asegura Ba. Saibata tiene dos hermanas menores que, en su momento, habrán de sucederla. Cuando estas fallezcan, nadie sabe con certeza quién tomará las riendas de esta peculiar dinastía califal femenina.

 Todo apunta a que Saibata es –amén de su hermana– la única califa que ha conocido el mundo musulmán. Cinco profesores de estudios islámicos consultados para este reportaje aseguran no conocer casos similares, presentes o pasados. Aunque ofrecen otros ejemplos de mujeres que lograron quebrar el monopolio de poder masculino en el islam. Son historias medievales que conjugan azar, conflictos sucesorios, carisma y bravura.

Desde la Universidad McGill (Montreal, Canadá), Rula J. Abisaab resalta la figura de Sayyida Hurra, reina de Yemen en el siglo XII. Abdel Haleem, director del Centro de Estudios Islámicos en la Universidad de Londres, pone en valor a Shajar al-Durr, sultana de Egipto durante tres meses cruciales en 1250, tiempo suficiente para expulsar del país a las tropas francesas en la Séptima Cruzada del rey Luis IX. También en el siglo XII, otra sultana, Razia o Radiyya, gobernó en Delhi (India) por un período de cuatro años, apunta desde la Universidad de Alicante el profesor Hany El Erian. Y Nadia Hindi, de la Universidad de Granada, recuerda que en la Edad Media abundaban las alimat (femenino de ulema). Eruditas que, señala Hindi, “recibían discípulos de todo el mundo islámico, tanto hombres como mujeres”.

A Isabel Romero, presidenta de la Junta Islámica en España, no le sorprende que el único califato femenino se haya dado en Senegal, donde “las cofradías funcionan con un alto grado de libertad y el islam, de por sí poco jerárquico, se ha fundido con las tradiciones autóctonas”, de fuerte raigambre matriarcal. “Hemos tropicalizado el Corán”, dice, tomando un café antes de la visita, Oumar Seye, un periodista local que ha colaborado estrechamente con Saibata y su entorno. “Me tiene especial aprecio: nada más conocerme, hace siete años, me nombró cheikh”. En Senegal, esta palabra designa simplemente a un sabio, aunque en otros países musulmanes se traduce por jeque.

 Romero añade que el propio término califa adquiere distintos significados según el contexto. Una definición genérica sería, según ella, “líder social y espiritual” de un territorio. Otra acepción se refiere a los sucesores del profeta Mahoma. Antiguamente, explica el profesor Haleem, los grandes califatos (Omeya, Abbasí, Otomano) aspiraban a dominar hasta el último confín musulmán. Hoy, el Estado Islámico –autoproclamado califato– reinterpreta el vocablo con ambición expansiva y muerte al infiel. En Keur Iyakhine, se decantan por la modestia geográfica y una retórica de paz.

Prueba de universalidad

El secretario Ba garantiza que el caso es absolutamente único. Vaticina incluso que el futuro confirmará la total exclusividad del califato que encabeza su maestra: “No habrá nunca, en ningún lugar del mundo, otras mujeres califa”. ¿Y si se repite, en Senegal u otros países, la ausencia de descendencia masculina? Ba duda unos instantes antes de aceptar tal posibilidad. “Lo especial de Keur Iyakhine no es tanto que el califa muriera sin hijos varones, sino su premonición de que serían sus hijas quienes continuarían el legado”, zanja.

La comunicación directa con Saibata topa con algunos obstáculos. Idiomáticos, ya que la anciana solo habla wolof (lengua mayoritaria en Senegal) y es Ba quien traduce al francés sus lacónicas respuestas. Con frecuencia, explayándose en detalles que no parecen haber salido de boca de la califa. Pero sobre todo porque, a sus 83 años, Saibata sigue con dificultad el hilo de la conversación. A veces cierra los ojos y se recuesta unos instantes sobre su lecho policromático. Otras se sumerge en ensoñaciones divinas y, en mitad de la charla, lanza al aire —con su voz quebrada de tono bajo— cánticos religiosos.

 Rodea a Saibata un grupo variopinto de talibés, discípulos que veneran y obedecen sin rechistar a un/a marabout/e (líder o lideresa) en las regiones con presencia musulmana del África occidental. Hay mujeres de sonrisa eterna que lucen llamativos estampados en sus boubous, vestido típico de Senegal. Hombres con raídas camisetas de equipos de fútbol europeos, en traje de chaqueta o peinados al estilo baye fall, rama del muridismo con estética parecida a los rastafaris. Algún chaval pulula con ojos curiosos. La califa da órdenes escuetas. Con un simple gesto, pide que la abaniquen o que alguien traiga unos refrescos para aliviar el seco calor saheliano. “Nadie en la familia murid osa poner en duda su estatus, la aceptación es plena”, continúa Ba.

Camino al santuario donde reposan los restos del padre y la hermana de Saibata, Saliou Mbayé, hombre fornido de unos 60 años, resume su historia laboral: gracias a la califa, afirma, nunca le ha faltado trabajo. “Muchos aquí pueden dar fe de milagros y proezas”, señala Ba. A las puertas del mausoleo (austero por fuera, pleno de arabescos y filigranas en su interior), Samba Niang, otro talibé, apunta el motivo por el que el recinto se halla justo en medio de la avenida principal del barrio, lo que obliga a desviar lígeramente el tráfico. “Abdoulaye Yakhine supo que descansaría, como prueba de su universalidad, en la confluencia de dos caminos, uno que viene del este y otro del oeste”. Ba pinta algunos trazos del califa original: “Nació en 1880 en Arabia Saudí y vino a Senegal tras escuchar el mandato de Alá; no era blanco ni negro, se metamorfoseaba”.

Hace diez años, el actual presidente de Senegal, Macky Sall, visitó a Saibata durante su gira electoral por el país. Ba recuerda cómo la califa supo en seguida que, de 14 candidatos, él saldría elegido. El presidente no olvida la premonición, que fue acompañada por algunas oraciones de refuerzo. “Se refiere a ella como mi madre, mi maraboute”, dice con evidente orgullo el secretario personal.

Cada 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, Saibata aparece en los medios senegaleses como “modelo y ejemplo”, continúa Ba, quien parece debatirse en un tenso tira y afloja al reconocer la relevancia de la califa en la lucha feminista. Asegura que su figura ha contribuido “muy positivamente a la imagen de la mujer” en el país. Aunque al poco declara solemne que, en el Corán, no hay duda de que el “hombre es el maestro, con la mujer relegada a un segundo plano”. Y que así será –con la notable salvedad de la señora recostada a su vera– “hasta el fin de los tiempos”.

Guerra de sucesión

Autora de Revendications silencieuses (L´Harmattan) e investigadora del contexto sociorreligioso senegalés desde una perspectiva de género, Maimouna Eliane Thior confirma el respeto que inspira Saibata entre la comunidad murid. Admite que su plena aceptación se inscribe en un islam “tolerante y moderado”. Pero no piensa que la califa sirva como referente feminista, ya que su posición de poder llegó por herencia: “Simplemente estaba ahí”.

Quizá siguiendo la estela de Saibata y su hermana, otra mujer, Sokhna Aida Diallo, reclama desde hace dos años la sucesión del califato de los thiantacounes, dirigido por su marido, Béthio Thioune, hasta su muerte en 2019. La viuda –más joven que Saibata, muy mediática, siempre deslumbrante en sus apariciones públicas– insiste en un argumento de peso: su difunto esposo le reveló que ella sería su sucesora.

 El rechazo murid ha sido total, con repudio explícito del califa general de Touba (Serigne Mountakha Bassirou Mbacké), declaración de persona non grata en la ciudad santa e incluso asaltos violentos a su vivienda. En 2020, Aida Diallo visitó a Saibata en Thiés. Para Seye, que cubrió el acto, fue un claro ejemplo de “solidaridad entre mujeres”.

La cúpula de la cofradía recuerda que Aida Diallo no es descendiente directa del anterior califa, así que el cargo corresponde al primogénito, Serigne Saliou Thioune, cuya madre no es Aida Diallo, quinta esposa del anterior califa. Trama telenovelesca con herencia millonaria de por medio y la pugna por un califato mucho más poderoso que el de Keur Iyakhine. Seye opina que ser “joven y guapa” no ayuda a Aida Diallo. Y Eliane Thior coincide en que su imagen “no corresponde a una cierta idea de religiosidad”, por lo que las altas esferas del muridismo prefieren “invisibilizarla”.

Durante la despedida, Saibata regala otro momento de sincretismo religioso. Una breve ceremonia en la que se difuminan las fronteras entre islam y prácticas ancentrales. A su alrededor, en cuclillas, con actitud de ofrenda, las palmas de las manos formando un cuenco, nos reunimos Ba, Seye, una talibé y este periodista. La califa de Keur Iyakhine dispensa bendiciones y tararea melodías. Para terminar, escupe sucesivamente sobre nuestras manos, que a continuación nos restregamos por el rostro. Luego sonríe, agradece la visita y se reclina de nuevo, sosteniendo la cabeza en sus dedos infinitos."                          (Rodrigo Santodomingo, El País, 07/03/22)

 

 

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