La ilegalidad provoca que estos ciudadanos nómadas sean objeto de chantaje y de explotación. No tienen ningún tipo de derecho, pero sus actividades y prestaciones son funcionalmente indispensables, por supuesto para la propia supervivencia y la de sus familiares que viven al otro lado de la frontera, pero también, ante todo, para la supervivencia de las sociedades del bienestar occidentales y de los países emergentes. Podemos y tenemos que indignarnos moralmente ante la situación desesperada de unas personas que lo único que quieren es hacer bien su trabajo para alimentar a sus familias y que, la mayoría de las veces, están obligados a vivir de manera hiperconformista en los países de Europa, porque a menudo han tenido que pasar desapercibidos durante décadas.
Pero esto no es lo más grave. Lo más grave de todo es que la arrogante humanidad de Occidente lleva en sí la ausencia de humanidad en el trato a los ilegales. Los ilegales son simplemente "necesarios para el sistema", como la gran banca o los tribunales que los condenan. Nos engañamos a nosotros mismos con la categoría de ilegales: no podemos olvidar que la criminalización de estas personas oculta el hecho de que no podemos renunciar a sus prestaciones funcionales.
El Gobierno de Berlusconi ha coronado la criminalización de los ilegales amenazando con multar a aquél o a aquellos que sepan de la existencia de inmigrantes ilegales si éstos no los denuncian a las autoridades. Hannah Arendt habló de los "apátridas", que adoptan el estatuto de los "proscritos" medievales en el mundo moderno.
Pero lo que ella no pudo prever es que el capitalismo moderno y la jerarquía global de la división del trabajo entre países ricos y pobres iba a restaurar un "mercado de trabajo de los desterrados" (la ilegalidad como explotación), incluso dentro de los Estados de derecho occidentales, y a institucionalizar este mercado por encima de las fronteras nacionales.
Ésta es una categoría de política interior mundial que rige tanto en el macrocosmos como en el microcosmos, es decir, en las familias o en los espacios de la felicidad íntima y de las promesas de igualdad. El compromiso de emancipación en los matrimonios con dos salarios que aspiran a la igualdad se sostiene implícitamente gracias a esta ilegalidad organizada: en el trabajo silencioso de sans-papiers, undocumented workers, clandestini e inmigrantes ilegales de las regiones pobres del mundo. También podríamos llamarlos "fuerzas pacificadoras" en la lucha de géneros.
¿Y quién cuida en sus países pobres de origen a los hijos, ancianos y enfermos de esas madres que hacen posible la tregua en la lucha de los géneros ("paz" sería demasiado decir) al ejercer de desterradas en nuestras sociedades? ("ULRICH BECK: ¿Qué hay detrás de los 'sin papeles'?. el País, opinión, 04/01/2010, p. 23)
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