"El momento más extraordinario del poder es el periodo entre el día de la victoria y la toma de posesión. Luego uno ve que las cosas no son tan fáciles, estás ante una carrera de obstáculos.
Yo tendría motivos de sobra para decir que a mí el poder me ha dado más alegrías que tristezas, porque pocas veces en la historia de Brasil sucedieron cosas tan importantes como durante mi gobierno, pero me iré lamentando lo que no he podido hacer, la reforma del Estado, por ejemplo. No hemos sido capaces de procurarle mayor agilidad; desde que tomamos una decisión hasta que se ejecuta nos topamos con quinientos obstáculos en nombre de la democracia.
Está el Congreso Nacional, con sus dos Cámaras, la Administración pública, los sindicatos, la justicia, las cuestiones ambientales, donde las ONG son muy activas... o sea, que pasan dos años y medio o tres antes de que un proyecto cristalice.
Hace falta un consenso que nos permita eliminar tantas dificultades y retrasos. No podemos renunciar a la fiscalización, pero tampoco es aceptable utilizarla como una manera de impedir que se hagan las cosas que Brasil necesita. (...)
Un jefe de Estado no es una persona, es una institución, no tiene voluntad propia todo el santo día, sino que tiene que llevar a cabo los acuerdos que sean posibles. He aprendido eso en el poder y creo que ha sido bueno para Brasil. No puede ser que me guste un presidente porque es de izquierdas y otro no, por ser derechista.
Me llevé bien con Aznar y me llevo bien con Zapatero; tengo que relacionarme con Piñera en Chile igual que lo hice con Bachelet. En el ejercicio del poder soy un ciudadano, ¿cómo diría...? multinacional, multiideológico, ¿no?". (El País, Domingo, 09/05/2010, p. 2/4)
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