El mundo no ha dejado de percibir que Israel mantiene territorios bajo ocupación y que los palestinos padecen una situación esencialmente injusta. Israel, en cambio, parece incapaz de ver eso. Perdida esa referencia esencial, se siente sometido a constantes agresiones y no se explica la incomprensión ajena. (...)
En Pascua de 1968, un grupo de familias religiosas judías alquiló por unos días un hotel de Hebrón, en el corazón de Cisjordania. Pasados los días, las familias se atrincheraron en el hotel y se negaron a marcharse: ¿cómo podía negarse el derecho de los judíos a vivir en la ciudad donde Abraham compró su primer pedazo de tierra? El Gobierno laborista cedió y envió soldados a proteger a aquellos primeros colonos. Fue el inicio de un proceso de colonización que se hizo imparable.
Para un cierto número de israelíes, incluyendo laicos, la gran victoria de 1967 había sido un milagro, un don de Dios. Costaba rechazar un regalo divino. Y costaba desprenderse del Israel histórico, prácticamente todo él en Cisjordania (lo que Israel llama Judea y Samaria), que incluía la adorada Jerusalén, evocada durante dos milenios de exilio.(...)El dilema ante el regalo provocó un terremoto político interno. El laborismo, que había aceptado (al menos como punto de partida) la partición de Palestina establecida por la ONU y había fundado el país, se derrumbó ante los revisionistas del Likud y las fuerzas ultrarreligiosas, que siempre habían reivindicado el Gran Israel, desde el Jordán hasta el mar.
Israel entró desde entonces en su segundo estado de autohipnosis. El primero fue el fundacional: el sionismo consistía en crear un país en un territorio supuestamente vacío ("un pueblo sin país para un país sin un pueblo"), obviando la existencia de los árabes palestinos. El segundo se refirió, y se refiere, a Cisjordania.
Ante la enorme cuestión existencial sobre si mantener o renunciar a la tierra del Israel bíblico, ante los tremendos desgarros internos que podía causar el simple hecho de plantear la cuestión (recuérdese el asesinato del primer ministro Rabin, que ofrecía a los palestinos una modesta autonomía dentro de una parte de Cisjordania), la clase política y la mayoría de los ciudadanos prefirieron obviar el asunto.
El caso es que eso se ve desde fuera. Pero también se ve lo otro, la tragedia humanitaria del bloqueo, el drama palestino. Y el uso que Israel hace de la amenaza terrorista (ya todo acto hostil es terrorismo) para sentirse víctima, y no potencia ocupante." (El País, Domingo, 06/06/2010, p. 4)
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