"Dentro y fuera, opresora y oprimida, España ha sido siempre un istmo, a
caballos entre Europa y África, Oriente y Occidente, el Islam y la
cristiandad, el Mediterráneo y el Atlántico, la Europa Blanca y el
Magreb. La idea de “la reconquista” nos deformo para siempre la mirada y
nos “enseñó”, como ha mostrado Juan Goytisolo desde La reivindicación del Conde Don Julián
en adelante, a reprimir todas esas Españas que como en un palimpsesto
informan quiénes fuimos y, por lo tanto, quiénes somos todavía y, sobre
todo, quiénes podemos ser.
La entrada en la Unión Europea no ha hecho
más que exacerbar esa mirada impuesta por la Europa blanca y cristiana,
la misma que preconizaban los de la unidad de destino en lo universal y
el hispanismo castizo, la misma que “inventa” el racismo y, a la vez, se
pretende inmune a él dentro de sus fronteras.
Entrar en la Unión
Europea ha supuesto para España una lobotomía cultural según la cuál
nuestra misión en la división Europea del trabajo es vigilar las
fronteras de esa “fortaleza cultural europea”, asegurarnos de que sigan
llegando migrantes de África sin papeles para poder ser explotados
cuando hacen falta y deportarlos cuando no son necesarios como ahora.
Lampedusa en Italia, Ceuta y Melilla en España son las torres vigías de
esa política neocolonial de la fortaleza capitalista europea.
Por eso, preguntemos ahora no sólo si permanecer en el euro y en la
Unión Europea es viable y deseable, sino también si queremos pertenecer y
en qué condiciones a esa estructura cultural de la Europa del capital
neocolonial. No esperemos, preguntemos ahora que Europa central con
Alemania a la cabeza insiste en reactivar los mismos milenarios
estereotipos racistas sobre los pueblos del sur.
Desde el mismo acrónimo
(PIIGS, "cerdos" en inglés) pasando por los manidos lugares comunes de
la siesta española, la pereza griega, la sensualidad improductiva de los
pueblos del Mediterráneo o su carácter despilfarrador la cultura nunca
es inocente, la usura de los bancos alemanes no se justifica sola,
necesita de estas narrativas para naturalizar la imposición del ajuste
neoliberal y finiquitar las pocas, pero cruciales, conquistas sociales
que hemos heredado del largo y sangriento siglo XX: el derecho a la
educación y a la salud.
¿Queremos pertenecer a esa Europa? ¿Por
qué añorar la pertenencia a una Europa que o nos abandonó a nuestra
propia suerte con la pantomima de la no intervención o intervino
militarmente en apoyo al fascismo durante la guerra civil? ¿Queremos
vincularnos con la misma Francia que puso en campos de concentración a
los refugiados republicanos españoles en Argelés-sur-mer? ¿Por qué no
honrar la memoria del México de Cárdenas que apoyó con armas a la
República y dió techo y comida a miles de españoles cuando no teníamos
dónde caernos muertos? ¿Queremos pertenecer a la misma Alemania que
importó miles de trabajadores españoles en los años sesenta y los puso a
vivir, como se relata en el extraordinario documental El tren de la memoria, separados por sexos en los abandonados barracones de los campos de concentración nazis?
Me dirán que Europa también es la Revolución francesa, Rosa de
Luxemburgo, Bertolt Brecht, pero resulta que la Europa que nos tiene de
rodillas ante los mercados financieros, la Europa que nos ha obligado a
renunciar a nuestra soberanía para pagar a los acreedores de la deuda no
es precisamente la de sus tradiciones revolucionarias ni la de sus
culturas de resistencia.
En cualquier caso, creo que junto con la salida
ordenada del euro y la convocatoria de un proceso político
constituyente que nos libere de la dominación del capital financiero, es
necesario empezar a discutir, en lugar de asumir automáticamente,
cuáles son nuestras coordenadas culturales." (Rebelión, 27/06/2012, 'Argumentos culturales contra la integración monetaria',Luis Martín Cabrera)
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