"El análisis coste-beneficio ha sido una
innovación de análisis económico de una importancia terrible -el término
“terrible” está usado aquí con toda la intención- en el ámbito de
infinitud de disciplinas y pautas sociales. Construir un hospital o no
hacerlo depende del análisis coste-beneficio, al igual que edificar una
autovía dentro de un parque natural.
Todo se reduce a una especie de problema económico-matemático donde se le pone precio a todo. Hemos, gracias al análisis coste-beneficio, creado una especie de mercados para todo con derechos de propiedad sobre todo.
Y como todo es ya mercancía y susceptible de ser convertido en precio, poner dinero sobre la mesa a cambio de una mercancía se ha convertido en algo normalizado, prácticamente connatural al ser humano y aceptado por éste.
Todo se reduce a una especie de problema económico-matemático donde se le pone precio a todo. Hemos, gracias al análisis coste-beneficio, creado una especie de mercados para todo con derechos de propiedad sobre todo.
Y como todo es ya mercancía y susceptible de ser convertido en precio, poner dinero sobre la mesa a cambio de una mercancía se ha convertido en algo normalizado, prácticamente connatural al ser humano y aceptado por éste.
El mecanismo
es simple: se investiga una determinada enfermedad sí y sólo sí su
demanda es capaz de colmar la oferta, es decir si los posibles
beneficios superan a sus costes.
La salud, que es un bien público, se ha
convertido de la noche a la mañana en un bien sujeto a leyes de
carácter privado, es decir, en la búsqueda y obtención de rentabilidad o
bien en la minimización del coste a costa de la propia salud, tómese
por ejemplo el aumento descontrolado de cesáreas en contraposición a los
partos naturales o seminaturales que son mucho más caros y más lentos
pero infinitamente menos peligrosos.(...)
Todo es convertible en mercancía, todo es reducible a dinero y todo es transformado en negocio.
Pero el análisis coste-beneficio está
conociendo unas cotas de irracionalidad que apabullan. La sociedad ha
asimilado tan profundamente ese sistema donde todo aquello cuyos
“beneficios” (generalmente sobrevalorados) superen a sus costes
(generalmente infravalorados) que desmontar esa construcción intelectual
se ha convertido en una tarea ardua.
Tanto es así que tenemos ilustres Premios Nobel de Economía que se han dedicado a extrapolar el análisis coste-beneficio a todo lo humano: el amor, por ejemplo, está -para Gary Becker- sujeto a las pautas del coste-beneficio. Así un individuo decidirá enamorarse de otro si las rentas obtenidas -y ahí entra todo, desde los hijos hasta el pago conjunto de la vivienda- supera a los costes -el coste, por ejemplo, de no poder romper el monopolio bilateral de las relaciones sexuales, esto es, la imposibilidad de ser infiel; o el coste de soportar a los suegros, etc.-
Todo es mercancia, todo es convertible a moneda y mesurable; y, lo lógico para los amantes del coste-beneficio, es que los seres humanos asuman e interioricen eso. Además, el analisis coste-beneficio es del todo parcial y, como decíamos un poco más arriba, deshumanizado. De este modo, y según Becker, un individuo delinquirá si los rendimientos esperados de su delito son superiores a la pena que pudiera sufrir sujeta a la probabilidad de ser capturado. Y ese es todo el análisis.
Quedan fuera de la ecuación las condiciones sociales, la educación, el tiempo histórico o, por ejemplo, la legitimidad de las autoridades que señalan el delito e imponen la pena. Ese es el corazón del coste-beneficio: simplificar la realidad e interacción social a una simple transacción, como el que va al mercado a por fruta, dejando profundas cuestiones al margen del análisis.
Tanto es así que tenemos ilustres Premios Nobel de Economía que se han dedicado a extrapolar el análisis coste-beneficio a todo lo humano: el amor, por ejemplo, está -para Gary Becker- sujeto a las pautas del coste-beneficio. Así un individuo decidirá enamorarse de otro si las rentas obtenidas -y ahí entra todo, desde los hijos hasta el pago conjunto de la vivienda- supera a los costes -el coste, por ejemplo, de no poder romper el monopolio bilateral de las relaciones sexuales, esto es, la imposibilidad de ser infiel; o el coste de soportar a los suegros, etc.-
Todo es mercancia, todo es convertible a moneda y mesurable; y, lo lógico para los amantes del coste-beneficio, es que los seres humanos asuman e interioricen eso. Además, el analisis coste-beneficio es del todo parcial y, como decíamos un poco más arriba, deshumanizado. De este modo, y según Becker, un individuo delinquirá si los rendimientos esperados de su delito son superiores a la pena que pudiera sufrir sujeta a la probabilidad de ser capturado. Y ese es todo el análisis.
Quedan fuera de la ecuación las condiciones sociales, la educación, el tiempo histórico o, por ejemplo, la legitimidad de las autoridades que señalan el delito e imponen la pena. Ese es el corazón del coste-beneficio: simplificar la realidad e interacción social a una simple transacción, como el que va al mercado a por fruta, dejando profundas cuestiones al margen del análisis.
Sin embargo, la última moda a la hora de
mercadear con todo es, sin duda, la convertibilidad del beneficio en
empleo como moneda de cambio y cuyo peso está, en el imaginario
colectivo, más que justificado.
De ahí que el título del presente
artículo sea tan escabroso. Imaginen por un momento que, en pleno
arrebato de lucidez, un grupo de economistas bien pagados, con sus
trajes caros y apurado afeitado, sacan a la luz un estudio según el
cual, si se instruye a cierto tipo de jóvenes en la delincuencia más
salvaje -con otros términos mucho más políticamente correctos, por
supuesto; no olviden que nuestro grupo de economistas son gente con
estudios, y muy caros por cierto- esto generará directa e indirectamente
más de 15.000 puestos de trabajo entre los médicos y enfermeros que
cuidarán a los heridos derivados de la violencia, policías para la
detención y la seguridad, personal de construcción para la ampliación de
cárceles, etcétera.
Todo ello perfectamente adornado con un sofisticado análisis econométrico cuya complejidad matemática le aporta un toque mucho más riguroso. ¿Qué gobierno, en la situación de destrucción de empleo en la que nos encontramos, rechazaría tan suculento plato?
Todo ello perfectamente adornado con un sofisticado análisis econométrico cuya complejidad matemática le aporta un toque mucho más riguroso. ¿Qué gobierno, en la situación de destrucción de empleo en la que nos encontramos, rechazaría tan suculento plato?
Lógicamente, como se puede comprobar es
un ejemplo de alejada (¿?) realidad. Podría haber usado otros aún más
increíbles, como que por ejemplo un par de grandes ciudades españolas
estuviesen subastando su soberanía mediante exenciones fiscales,
reducciones de control judicial o simplemente crear una especie de vacío
legal para convertir una zona de la ciudad en un lugar sin ley, o mejor
dicho, un lugar con una ley que permita hacer prácticamente lo que un
inversor que haya prometido la creación de más de 15.000 puestos de
trabajo directos en casinos, desee.
Como comprenderán, es un ejemplo tan irreal que apenas merece la pena desarrollar ni reflexionar sobre él. El análisis entre el coste (político, de cesión de soberanía; social, de prostitución, drogas, etc; y económico, de blanqueo de capitales -por seguir a Saviano-) y el beneficio generado es, bajo mi punto de vista, imposible.
Entrar en una ponderación de costes y beneficios acerca de estas cuestiones es entrar en un juego perverso en el que, por sí mismo, se acepta la convertibilidad en moneda común -dinero o empleos- de los heterogéneos costes contra los heterogéneos beneficios.
Como comprenderán, es un ejemplo tan irreal que apenas merece la pena desarrollar ni reflexionar sobre él. El análisis entre el coste (político, de cesión de soberanía; social, de prostitución, drogas, etc; y económico, de blanqueo de capitales -por seguir a Saviano-) y el beneficio generado es, bajo mi punto de vista, imposible.
Entrar en una ponderación de costes y beneficios acerca de estas cuestiones es entrar en un juego perverso en el que, por sí mismo, se acepta la convertibilidad en moneda común -dinero o empleos- de los heterogéneos costes contra los heterogéneos beneficios.
La cuestión que aquí se intenta
poner de relieve es simple, ¿de verdad estamos tan mal en la lucha
ideológica que los ciudadanos se han comenzado a comportar en homo
economicus, dándole -de paso- una alegría al cadáver de Pigou? ¿Ha
calado tan profundamente el individualismo que exporta el neoliberalismo
que los conceptos como derechos sociales o comunitarios y su naturaleza
misma no son ya más que papel mojado y convertibles en moneda de
cambio, como cualquier otro bien?
¿Deben las relaciones sociales, como el matrimonio o las quedadas con las amistades, ser objeto de un análisis tan superficial y economicistas? Es más, ¿Es sensato entregar un Premio Nobel a quien propone la deshumanización de toda acción humana convirtiendola en objeto de transacción, de mercado?" (Economía Crítica, 15/05/2012, de Alejandro Quesada Solana)
¿Deben las relaciones sociales, como el matrimonio o las quedadas con las amistades, ser objeto de un análisis tan superficial y economicistas? Es más, ¿Es sensato entregar un Premio Nobel a quien propone la deshumanización de toda acción humana convirtiendola en objeto de transacción, de mercado?" (Economía Crítica, 15/05/2012, de Alejandro Quesada Solana)
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