"Después de haber sido presentada durante mucho tiempo como “deuda de los
Estados”, la crisis de los bancos europeos y del euro se desarrolló con
rapidez creciente a partir de octubre de 2011. Su marco es la crisis
económica y financiera mundial en curso desde hace más de cuatro años y
constituye un momento de la misma en el terreno específicamente
financiero.
En las primeras fases de la crisis, el epicentro de la misma
estuvo en Wall Street y la City. La dimensión y alcance del shadow
banking system y la debilidad de las medidas de seguridad introducidas
después de las declaraciones del G20 de Londres en mayo 2009 hacen que
estos dos centros neurálgicos de las finanzas, tarde o temprano,
marcharán hacia nuevas convulsiones financieras.
Por el momento, el
escenario está en Europa y la zona del euro. Desde mediados de octubre,
para seguir la crisis harían falta un artículo o más por semana. (...)
La crisis financiera europea es la manifestación, en la esfera de las
finanzas, de la situación de semiparálisis en que se encuentra la
economía mundial. (...)
Hoy, tras la reintegración de China y la plena incorporación de la
India en la economía capitalista mundial, la densidad de las relaciones
de interconexión y la velocidad de interacciones en el mercado mundial
alcanzan un nivel jamás visto anteriormente.
Este es el marco en el que
deben ser abordadas las cuestiones esenciales: la sobreacumulación y
superproducción, los superpoderes de las instituciones financieras y la
competencia intercapitalista. (...)
En el usual lenguaje económico de inspiración keynesiana, el termino
“salida de la crisis” indica el momento en que la inversión y el empleo
se recuperan. En términos marxistas, es el momento en que la producción
de valor y plusvalor (tomando y haciendo trabajar a los asalariados y
vendiendo las mercancías a fin de realizar su apropiación por el
capital) está basada en la acumulación de nuevos equipos y la creación
de nuevas capacidades de producción. (...)
A esto se debe el alcance del atolladero registrado durante el último
G20. A más de cuatro años del comienzo de la crisis (agosto 2007) y tres
desde las convulsiones provocadas por la quiebra del banco Lehman
Brothers (septiembre 2008), el conjunto de la situación está marcado por
la incapacidad, al menos por el momento, del “capital” –los gobiernos,
los bancos centrales, el FMI y los grupos privados de centralización y
poder del capital colectivamente considerados– para encontrar medios que
permitan crear una dinámica como la indicada a nivel de la economía
mundial o, como mínimo, en muy grandes sectores de la misma.
La crisis
de la zona euro y sus impactos sobre un sistema financiero opaco y
vulnerable son una expresión de esto. Pero esa incapacidad no implica
pasividad política. Lo que ocurre simplemente es que la acción de la
burguesía está cada vez mas movida exclusivamente por la voluntad de
preservar la dominación de clase, en toda su desnudez.
En lo que hace de
manera inmediata y directa a los trabajadores de Europa, los centros de
decisión capitalista buscan activamente soluciones capaces de proteger
los bancos y evitar el inmenso choque financiero que significaría el
default de pago de Italia o España, haciendo caer más que nunca todo el
peso de la crisis sobre las clases populares.
Un testimonio de esto es
el desembarco (con pocos días de intervalo), en la cúpula de los
gobiernos griego e italiano, de comisionados del capital financiero que
fueron designados directamente por este, “evadiendo los procedimientos
democráticos”. (...)
La crisis que está en curso estalló al término de una fase muy larga
(más de cincuenta años) de acumulación casi ininterrumpida: la única
fase de esta duración en toda la historia del capitalismo. Precisamente,
la crisis puede durar muchos años, hasta una década, porque tiene como
sustrato una sobreacumulación de capacidades de producción especialmente
elevada y, como excrecencia, una acumulación de capital ficticio de un
monto también sin precedente.
Por otro lado, la muy difícil situación de
los trabajadores en cualquier parte del mundo –por diferenciada que sea
la misma de continente a continente e, incluso, de país a país, debido a
sus anteriores trayectorias históricas– resulta de la posición de
fuerza ganada por el capital, gracias a la mundialización del ejército
industrial de reserva con la extensión de la liberación de los
intercambios y de la inversión directa en China.
Si en un horizonte temporal previsible no hay “salida de la crisis” para
el capital, de manera complementaria y antagónica, el futuro de los
trabajadores y de los jóvenes depende, en gran medida, si no
enteramente, de la capacidad para abrirse espacios y darse “tiempos de
respiración” políticos propios, a partir de dinámicas que, hoy, solo
ellos pueden movilizar. (...)
En Túnez, Grecia o Egipto, pero también en los Estados Unidos el
movimientos OWS, en el especial contexto nacional de la principal
potencia capitalista del mundo y un espacio geográfico continental, lo
mejor que los militantes pueden hacer es ayudar a que los actores de los
movimientos con esta potencialidad afronten los diversos y numerosos
obstáculos con que chocan, y defender la idea de que, en última
instancia, las cuestiones sociales decisivas son “quién controla la
producción social, con qué objetivo, según qué prioridades y cómo puede
ser construido políticamente ese control social”. Posiblemente sea este
el sentido de los procesos y consignas “transicionales” hoy en día. (...)
Antes de retomar la crisis iniciada en 2007, es preciso explicitar los resortes de la acumulación capitalista. (...)
Desde hace treinta años, la “riqueza abstracta” ha tomado cada vez más
la forma de masas de capital-dinero en busca de valorización colocadas
en las manos de instituciones –grandes bancos, sociedades de seguro,
fondos de pensión y Hedge Funds– cuyo “oficio” es el de valorizar sus
haberes de manera puramente financiera, sin salir de la esfera de los
mercados de títulos y de activos ficticios “derivados” de títulos, sin
pasar por la producción.
En tanto que las acciones y los títulos de
deuda –pública, de las empresas o los hogares– solo son “vales”,
derechos a apropiarse de una parte del valor y de la plusvalía,
concentraciones inmensas de dinero se vuelcan al “ciclo corto
Dinero-Dinero” que representa la suprema expresión de lo que Marx llama
el fetichismo del dinero.
Expresada mediante formas cada vez más
abstractas, ficticias, “nocionales” (término utilizado por los
economistas de las finanzas) de dinero, la indiferencia ante las
consecuencias de la valorización sin fin y sin límites del capital
impregna la economía y la política, incluso en “tiempos de paz”.
Los rasgos principales del capital a interés que fueron destacados por
Marx –mantenerse “al margen del proceso de producción” y presentar “el
interés como el verdadero fruto del capital, como lo originario, y con
la ganancia transfigurada ahora como ganancia de empresario, como simple
accesorio y aditamento añadido en el proceso de reproducción” (Ibíd.:
III, 374)– hoy enfrentan a los dirigentes capitalistas con toda la
sociedad, con el conjunto de la sociedad.
Lo que ocurre a nivel de la
distribución (el 1% frente al 99%, según dice la consigna de los
militantes de OWS) es solo la expresión más fácilmente perceptible de
procesos mucho más profundos. En la cúspide de los grandes grupos
financieros –tanto en los llamados “con predominio industrial” como en
los demás–, existe una fusión casi completa entre el “capital-propiedad”
y el “capital-función”, que Marx identificara para oponerlos
parcialmente.
“La era de los managers” dejó lugar a otra en la cual hay
una identidad de visión casi completa entre los accionistas y los
dirigentes. Para un capital en el que las finanzas están en el puesto de
mando, la búsqueda “desenfrenada y desmesurada” de la valorización debe
ser conducida mucho más implacablemente si el sistema está en crisis. (...)
La idea asociada a la expresión “los amos del mundo”, la de una sociedad
planetaria del tipo de Metrópolis de Fritz Lang, acaba de ser reforzada
por la difusión de un estudio estadístico muy importante sobre las
interconexiones financieras entre los más grandes bancos y empresas
transnacionales, publicado por el Instituto Federal Suizo de la
Tecnología de Zurich (Vitali et al.). (...)
Los procesos de liberalización y privatización fortalecieron muchísimo
los mecanismos de centralización y de concentración del capital, tanto a
nivel nacional como de manera transnacional. Son procesos que
alcanzaron tanto al “Sur” como al “Norte”. (...)
Lo que hoy prevalece en el arena mundial es lo que Marx llama “la
anarquía de la producción”, cuyo aguijón es la competencia, incluso si
el monopolio y el oligopolio son la forma absolutamente dominante de los
“múltiples capitales” que conjuga el capital considerado como
totalidad. Los Estados, o más exactamente, algunos Estados, los que
todavía tienen medios para ello, son cada vez más los agentes activos de
esta competencia.(...)
La razón por la cual las leyes coercitivas de la competencia deshacen
las tendencias que van en el sentido del acuerdo entre los oligopolios
mundiales, es que el capital, por centralizado que sea, no tiene, sin
embargo, el poder de liberarse de las contradicciones que le son
consustanciales, así como no puede bloquear el momento en que vuelve a
encontrarse con sus “límites inmanentes”. (...)
En 1973-1975, con la recesión, terminó el período llamado “los treinta
gloriosos” cuyo fundamento fue –nunca será superfluo repetirlo– la
inmensa destrucción de capital productivo y de medios de transporte y
comunicación provocada por el efecto sucesivo de la crisis de los años
1930 y de la Segunda Guerra Mundial. El capital se encontró nuevamente
confrontado con sus contradicciones internas, bajo la forma de lo que
algunos han llamado “crisis estructural del capitalismo”. (...)
Se dieron tres respuestas sucesivas –que no se reemplazaron, sino que se
superpusieron unas a otras– que permitieron al capital prolongar la
acumulación de más de treinta años. Fue en primer lugar –tras un último
intento de “relanzamiento keynesiano” en 1975-77– la adopción, a partir
de 1978, de políticas neoconservadoras de liberalización y de
desreglamentación con que se tejió la mundializacion del capital. La
“tercera revolución industrial” de las Tecnologías de la Información y
la Comunicación estuvo estrechamente asociada con esto. (...)
Luego, el “régimen de crecimiento” antes descrito, en el cual el sostén
central de la acumulación pasaron a ser el endeudamiento privado y, en
menor medida, el endeudamiento público. Y la tercera respuesta fue la
incorporación, por etapas, de China en los mecanismos de la acumulación
mundial, coronada con su ingreso en la Organización Mundial del
Comercio.
Tomando como hilo conductor la idea de que el capital se encuentra con
que “vuelven a levantarse los mismos límites todavía con mayor fuerza”
y, partiendo de los tres factores que acabo de señalar, puede apreciarse
la magnitud y la probable duración de la gran crisis comenzada en
agosto de 2007. (...)
Más allá de los rasgos específicos de cada gran crisis, la razón primera
de todas ellas es la sobreacumulación de capital. La insaciable sed de
plusvalía del capital y el hecho que el capital “se paraliza, no donde
lo exige la satisfacción de las necesidades, sino allí donde lo impone
la producción y realización de la ganancia” (Marx, 1973: III, 276),
explican que las crisis siempre sean crisis de sobreacumulación de
medios de producción, cuyo corolario es la sobreproducción de
mercancías.
Esta sobreacumulación y sobreproducción son “relativas”, su
punto de referencia es la tasa mínima de ganancia con la cual los
capitalistas continúan invirtiendo y produciendo. La amplitud de la
sobreacumulación hoy se debe a que las condiciones específicas que
condujeron a la crisis y a su duración ocultaron durante mucho tiempo el
subyacente movimiento de caída de la ganancia. (...)
En el caso de los Estados Unidos y los países de la UE, hubo una
desactivación de los mecanismos de advertencia debido al endeudamiento
cada vez más elevado posibilitado por las “innovaciones financieras”. (...)
A partir del momento en que la crisis financiera comenzó, en 2007-2008, a
dificultar los mecanismos de endeudamiento y provocar la contracción
del crédito (el “credit crunch”), algunos sectores (el inmobiliario y la
construcción en los EEUU, Irlanda, España y el Reino Unido) y algunas
industrias (la automotriz en los EEUU y todos los países fabricantes en
Europa) evidencian estar con una muy fuerte sobrecapacidad. (...)
A fines de 2008 y el 2009 hubo una destrucción de “capital físico”, de
capacidades de producción en Europa y los EEUU. Los efectos de
saneamiento con vistas a una “recuperación” fueron contrarrestados por
la continuación de la acumulación en China. (...)
La destrucción de las capacidades de producción de la industria
manufacturera de muchos países de los que se habla poco (textil en
Marruecos, en Egipto y Túnez, por ejemplo), pero también en otros de los
que se habla más, en donde fue contrapartida de la exportación de
productos resultantes de las ramas tecnológicas de metales ferrosos y no
ferrosos y de la agroindustria (caso de Brasil), expresa el peso que la
superproducción china hace caer sobre el mercado mundial en su
conjunto. (...)
Efectivamente, el segundo rasgo específico de la crisis actual es que
estalló después de haber recurrido, como mínimo durante veinte años, al
endeudamiento como la gran forma de sostén de la demanda en los países
de la OCDE. Este proceso conllevó una creación extremadamente elevada de
títulos que tienen el carácter de “vales” sobre la producción presente y
futura. Estos “vales” tienen un fundamento cada vez más estrecho.
Al
lado de los dividendos sobre las acciones y de los intereses sobre
préstamos a los Estados, estuvo el crecimiento del crédito al consumo y
del crédito hipotecario, que son punciones directas sobre los salarios.
El peso del capital se ejerce sobre los asalariados, simultáneamente, en
el lugar de trabajo y como deudor ante los bancos.
Son, pues, “vales”
cada vez más frágiles los que sirvieron como base para una acumulación
(utilizo este palabra a falta de una mejor) de activos “ficticios a la
enésima potencia”. La crisis de los créditos hipotecarios subprime
destruyó momentáneamente una pequeña parte. Pero ni siquiera los bancos
centrales conocen realmente su astronómico monto, ni –en razón del
sistema financiero “en la penumbra”– los circuitos y tenedores exactos.
Apenas disponemos de muy vagas estimaciones. (...)
Las finanzas han dado a esta quimera, fruto del fetichismo del dinero,
respaldos político-institucionales muy fuertes. Consiguió hacer que el
“poder de las finanzas”, y las fetichistas creencias que el mismo
arrastra, se sustenten en un grado de mundialización especialmente
financiera inédito en la historia del capitalismo.
La pieza clave de este poder es la deuda pública del los países de la
OCDE. En un primer tiempo, a partir de 1980, el servicio de la deuda
produjo, por medio de los impuestos, una inmensa transferencia de valor y
plusvalor hacia los fondos de inversión y los bancos, con el canal de
la deuda del Tercer Mundo, por supuesto, pero a una escala mucho más
elevada por las de los países capitalistas avanzados.
Esta transferencia
es una de las causas de la profunda modificación en la distribución del
ingreso entre el capital y el trabajo. A medida que más reforzaba el
capital su poder social y político, en mejores condiciones estaban las
empresas, los tenedores de títulos y los mayores patrimonios de actuar
políticamente para liberarse de las cargas impositivas. La obligación de
que los gobiernos recurrieran a los préstamos creció continuamente. (...)
Los “mercados”, es decir, los bancos y los inversores financieros,
dictan la conducta de los gobiernos occidentales poniendo como eje –como
tan claramente pudo verse en Grecia– la defensa de los intereses
económicos y políticos de los acreedores, sean cuales fueren las
consecuencias en términos de sufrimiento social.
Pero en razón del monto
y de las condiciones de acumulación de activos ficticios, en cualquier
momento puede desencadenarse una gran crisis financiera, aunque no
puedan preverse ni el momento ni el lugar del sistema financiero en que
estalle. (...)
El capital sufre de una aguda falta de plusvalía, carencia que la
sobreexplotación de los trabajadores empleados (consecuencia del
ejército industrial de reserva), así como el pillaje de recursos del
planeta, compensan cada vez menos. Si la masa de capital puesto en la
extracción de plusvalía se estanca o retrotrae, llega un momento en que
ningún incremento de la tasa de explotación puede contrarrestar sus
efectos.
Es lo que ocurre cuando el poder de los bancos es casi
inconcebible y cuando existe, como nunca anteriormente, una masa muy
importante y muy vulnerable de “vales” sobre la producción, así como
productos derivados y otros activos “ficticios a la enésima potencia”. (...)
Finalmente, el último gran rasgo de la crisis es que la misma estalló y
se desarrolló después que las políticas de liberalización y
desreglamentación hubieran llegado a destruir las condiciones
geopolíticas y macrosociales en las que instrumentos anticíclicos de
cierta eficacia habían sido preparados precedentemente. Para el capital,
las políticas de liberalización han tenido su “lado bueno”, pero tienen
también su “lado malo”.
La liberalización puso a los trabajadores a
competir de país a país y de continente a continente como nunca antes.
Abrió la vía a la desreglamentación y a las privatizaciones. Las
posiciones del trabajo ante el capital fueron muy debilitadas,
eliminando hasta el presente “el miedo a las masas” como aguijón de las
conductas del capital.
El otro lado de la medalla está constituido por
esta carencia de instrumentos anticíclicos, debido a que no se ha
encontrado ningún sustituto a los del keynesianismo, así como a la
intensa rivalidad entre los grandes protagonistas de la economía
capitalista mundializada, en una fase en la que la potencia hegemónica
establecida ha perdido todos los medios de su hegemonía –con la
excepción de los medios militares de los que puede utilizar solo una
parte, y hasta el momento sin gran éxito–. (...)
Al igual que otros[5] he explicado la necesidad inevitable, absoluta, de
prepararse para la perspectiva de un gran crack financiero y para tomar
los bancos. Pero este artículo requiere de una conclusión más amplia. A
nivel mundial, no se avizora ninguna “salida de la crisis” en un
horizonte temporal previsible.
Para los grandes centros singulares de
valorización del capital, que son los grupos industriales europeos, es
tiempo de migrar hacia cielos más benevolentes, hacia economías que
combinen una taza de explotación alta y un mercado doméstico importante.
Las condiciones de la reproducción social de las clases populares están
amenazadas.
El ascenso de la pobreza y la pauperización rampante que
afecta a capas cada vez más importantes de asalariados lo demuestra. El
Reino Unido fue uno de los laboratorios, antes incluso del estallido de
la crisis.[6] Mientras más dure, más se alejará para los asalariados
cualquier otro futuro que no sea la precarización y la caída del nivel
de vida. (...)
Otro mundo es posible, seguramente, pero no podrá diseñarse sino en la
medida en que la acción abra camino al pensamiento que, más que nunca,
no puede sino ser colectivo." (Jaque al neoliberalismo, 08/07/2012, 'La lucha de clases en Europa y las raíces de la crisis económica mundial', François Chesnais, Sin Permiso)
No hay comentarios:
Publicar un comentario