"Actualidad del anarquismo: transformar la sociedad sin tomar el poder
¿Qué puede aportar el anarquismo a los movimientos actuales?
Tomás Ibáñez. Una
de las claves más interesantes que puede aportar a mi juicio es la
relevancia de “lo prefigurativo” frente a la escisión entre medios y
fines típica de la política clásica.
Es un principio básico del
anarquismo: no sacrificar ni supeditar los valores que se defienden en
el presente a unas promesas que, por definición, siempre apuntan al
futuro. En cualquier caso, ese futuro que se anhela debe estar “ya
presente” en los pasos que se dan para construirlo, lo “prefigurativo”
no significa otra cosa que esa necesaria presencia.
El anarquismo
siempre ha propuesto una “revolución en el presente” que remite a la
desconfianza hacia cualquier discurso que base su fuerza persuasiva en
las promesas que ofrece y a la prevención hacia cualquier práctica que
sólo se oriente a preparar el futuro.
Su ética está atravesada de cabo a
rabo por la exigencia de reducir al máximo la distancia entre lo que se
dice y lo que se hace, o entre lo que se quiere ser y lo que se es.
Otra clave sería sustituir la idea de “toma del poder” por la de
"transformación de la sociedad”. ¿Te parecen dos términos dicotómicos,
vasos comunicantes?
Tomás Ibáñez. Una vieja idea
anarquista dice que nunca se toma el poder, que el poder siempre te toma
a ti tan pronto como crees haberlo tomado. Agustín García Calvo lo
sintetizaba muy bien cuando declaraba que “el enemigo está inscrito en
la forma misma de sus armas”, tomar sus armas es transformarse ya en el
enemigo.
Una de las lecciones básicas del anarquismo pasa por asentar la
convicción de que quizás no haya camino, pero que, en cualquier caso,
el camino del poder nunca puede ser el camino.
La idea de
transformar la sociedad sin tomar el poder, que goza hoy de cierta
popularidad, siempre ha inspirado al anarquismo y, claro, le ha puesto
en la delicada situación de tener que conciliar el sensato posibilismo
que exige mejorar lo mejorable o, también impedir lo peor, y el
indispensable radicalismo que apunta hacia la incongruencia de
comprometerse con aquello mismo que se cuestiona.
La solución más
satisfactoria siempre ha sido de tipo “indexical”, es decir, hacer una
valoración en función de cada contexto particular, o, dicho de otra
forma, no “escindir” radicalmente los valores de las situaciones en las
que intervienen, lo que no significa, por supuesto, “supeditarlos” a las
situaciones, cosa que nos haría vulnerables a la seducción ejercida por
“los atajos del poder”.
Para terminar, Tomás, ¿no crees que
muchas veces el anarquismo (como movimiento organizado, como ideología o
como identidad) es el principal enemigo de las ideas/prácticas
anarquistas?
Tomás Ibáñez. Yo no diría que “el
principal enemigo”, hay muchos otros y mucho más letales, empezando por
la represión, pero sí que el hecho que el anarquismo constituya unas
organizaciones que reproducen inevitablemente las características, más o
menos acentuadas según los casos, de todas las organizaciones
(estructuras, luchas y apetencias de poder, tendencia a convertir la
organización en un fin en sí mismo, patriotismo de organización, etc.),
el hecho de que el discurso anarquista se petrifique en ideología y que
el peso de la historia construya una identidad anarquista enquistada en
un patrón fijo e inamovible, no sólo limita la proliferación del
anarquismo encerrándolo en un gueto, sino que representa, además, cierto
cuestionamiento de sus propias premisas.
Por eso es necesario
actuar constantemente para que el anarquismo sea movimiento, para que
sus aguas se mantengan siempre turbulentas y para que no se aparte nunca
de una sensibilidad crítica dirigida, incluso, hacia sí mismo.
Si de
una cosa estoy seguro, y puede que sea la única, es que no hay
anarquismo más genuino que aquel que está dispuesto a poner
constantemente en peligro sus propios fundamentos volviendo hacia sí
mismo la más irreverente de las miradas críticas." (Entrevista a Tomás Ibáñez, Amador Fernández-Savater, eldiario.es, en Rebelión, 13/05/2014)
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