"(...) Consumo Colaborativo
El Consumo Colaborativo, según Wikipedia,
es “el acceso a bienes y servicios sin detentar la propiedad de los
mismos, a través de plataformas digitales”[3].
Bajo esta denominación conviven iniciativas muy diferentes en su
concepción y objetivos, aunque el entorno tecnológico de utilización es
muy similar:
Desde plataformas que buscan compartir de forma gratuita y
altruista bienes escasos, fomentando adicionalmente la relación personal
(streetbank)[4], hasta plataformas con un claro modelo de negocio (uber)[5].
Incluso algunas que nacieron como plataformas colaborativas gratuitas, y
posteriormente han mutado en modelos de negocio (blablacar)[6].
Enfocado desde la vertiente económica: si
aplicamos en alguna red social nuestros activos infrautilizados (casa,
coches, objetos) haciendo líquido un beneficio latente, lo llamamos
consumo colaborativo. En los casos en que esta actividad se organiza
como un modelo de negocio, elimina ciertas “capas” de la producción que
son mochilas improductivas.
Desde el punto de vista de la economía
clásica, el consumo colaborativo (transaccional, no gratuito) altera el
statu quo de la definición de mercado.
Las plataformas colaborativas se
han acercado a las condiciones de libre mercado establecidas por los
economistas clásicos: los mercados colaborativos son más eficientes en
la asignación de precios y recursos, al poner en valor, además, recursos
infrautilizados.
El “alquiler compartido” de bienes hace posible su
“divisibilidad”, que el sistema “tradicional” de adquisición y consumo
no alentaba. Esto provoca que las plataformas colaborativas sustituyan
paulatinamente a otros mercados menos eficientes.
Algunos modelos, además, nos acercan a la
acepción más pertinente de consumir, que es la de agotar la utilización
de los objetos hasta su fin.
Lo que no queda alterado por el consumo
colaborativo es el paradigma mercantilista. Quizás en algunos casos lo
acentúa, al sustituir la benevolencia del consumo compartido por su
mercantilización: algunas relaciones y experiencias, antes realizadas
“gratis et amore” ahora pasan a ser relaciones mercantiles, como la
transformación del autoestopista gratuito en consumidor colaborativo.
El
“free-rider” se incorpora al sistema, tanto por el ajuste de la
tecnología, como por la escasez de los recursos. El free-rider, ahora se
ha refugiado en el sector financiero, que es el menos regulado[7].
Otra cuestión estriba en la propiedad y
explotación de las plataformas colaborativas: muchas de ellas son
propiedad (adquirida o ab initio) de grandes corporaciones, que de esta
manera amplían su modelo de negocio, como nuevos intermediarios de la
economía colaborativa, recogiendo parte del margen que percibían las
“capas obsoletas” de producción y distribución de las empresas tradicionales.
Estas grandes corporaciones se benefician de la inexistencia y/o
fragmentación de regulación (las regulaciones estatales) para extender
sus iniciativas, que constituyen negocios altamente beneficiosos. (...)" (Joaco Alegre, Economistas frente a la crisis, 13/12/2014)
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