"Conforme van pasando los días, la autoestima se va hundiendo. Estar
en una situación de paro prologado, especialmente a partir de cierta
edad, acaba haciendo mella no solo en la salud física, como comprueban
los médicos de familia cada día, sino también en el plano psicológico.
Esto es algo que Josep Moya, fundador del Observatori de Salut Mental de
Catalunya, ha podido constatar en su larga trayectoria como psiquiatra.
Esa experiencia, y la evidencia empírica del estudio que dirigió sobre
el impacto de la crisis en la salud mental de la población, le llevaron a
impulsar una iniciativa que ha permitido demostrar que compartir, salir
del aislamiento y participar en la vida colectiva mejora la salud de
las personas en paro.
La experiencia ha hecho camino y de ella ha surgido un documental dirigido por Gustavo Vizoso. Se titula El Grup
y tiene como protagonistas a los parados del barrio de Sant Antoni de
Barcelona que acudieron a la llamada de los servicios sociales para
participar en la experiencia grupal impulsada por Josep Moya.
Tras las
cinco sesiones previstas, se establecieron tales vínculos entre ellos
que decidieron formar un grupo de ayuda mutua bajo el paraguas de la
asociación de vecinos. La semilla ha germinado y ahora existen
iniciativas parecidas en otros barrios.
Las sesiones del grupo recuerdan mucho aquellas experiencias
alfabetizadoras del pedagogo brasileño Paulo Freire, que al enseñar a
leer enseñaba también a pensar y a observar el mundo a partir de la
propia realidad. Basado en un método de discusión grupal, la pedagogía
del oprimido de Paulo Freire se convirtió en la pedagogía de la
esperanza, porque quienes aprendían con ella, no solo recuperaban la
dignidad sino la fuerza para transformar esa misma realidad.
El trabajo es mucho más que el medio para ganarse la vida. Es el
principal engarce con la colectividad. Del trabajo pende casi todo lo
demás. En este contexto, perder el empleo supone un pérdida que, como
explican quienes la sufren, deja heridas muy profundas.
Y no es solo por
las consecuencias materiales, sino por su devastador efecto que tiene
sobre la percepción de la propia valía. Al principio es relativamente
fácil mantener la esperanza, pero cuando pasan los meses, los años, sin
encontrar un nuevo trabajo, todo cambia de sentido.
Poco a poco, la falta de actividad o lo que es peor, la
hiperactividad inútil que consiste en deambular dejando currículos que
irán a la papelera, va haciendo mella. Se convierten en apatía o en
frustración. La sensación de inutilidad, de fracaso, se abre paso, hasta
acabar incubando un estado crónico de desesperanza.
Este es el círculo
vicioso que los protagonistas describen y que se va tragando las
relaciones sociales. Romper esa dinámica exige, en primer lugar, romper
el aislamiento. Ese fue el primer logro del grupo, a partir del cual
lograron fuerzas para abordar los demás.
Se reforzaron mutuamente,
algunos pudieron dejar los antidepresivos, otros proseguir los estudios y
algunos hasta encontrar trabajo. Precario, pero trabajo.
Recuperaron la esperanza. Al menos los que aparecen en el documental,
porque caer en el paro prolongado es como hundirse en una cisterna de
agua, de manera que cuanto más abajo se cae, más fuerza se necesita para
volver a la superficie.
Y no todos están en condiciones siguiera de
intentarlo, como explica la asistente social, cuya luminosa figura nos
hace caer en la cuenta del importante papel que tienen en la vida de los
demás esos profesionales que no se limitan a ejercer su trabajo de
forma rutinaria, sino que se comprometen a fondo con lo que hacen.
Explica que para formar el grupo de ayuda mutua se hizo una selección
previa. Algunos parados fueron descartados para esta experiencia porque
su situación mental era en ese momento tan devastadora, que ni siquiera
podían beneficiarse de la dinámica de grupo.
No es casualidad que durante la crisis se haya disparado la venta de
antidepresivos y ansiolíticos. El miedo a no tener un futuro se paga con
crisis de angustia y depresiones. La falta crónica de esperanza lleva
al aislamiento, la incapacidad para disfrutar y la pasividad. Compartir
el dolor es el primer paso para desprenderse del sentimiento de culpa y
recuperar la iniciativa.
Compartir con otros los miedos, las dudas, las
frustraciones, permite reforzarse mutuamente y mirar de otra manera la
realidad. En grupo es más fácil abordar el porqué de las cosas e
identificar mejor las causas y los verdaderos culpables de una crisis
que ha privado a tanta gente del derecho al trabajo." (Milagros Pérez Oliva, El País, 20/03/16)
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