"Imagínese una reunión entre Pier Paolo Pasolini y algún directivo de Netflix. La multinacional le explica que para hacer un guión llamativo, este ha de ser, por fuerza, inclusivo. La fuerza del guión se basaría en esto y no al contrario ¿Se acerca esto a la realidad actual tanto en Occidente como en Asia? Probablemente Pasolini se levantase de un portazo dando la respuesta. En 2022 se cumplen 100 años del director Pier Paolo Pasolini: homosexual, comunista, y contrario a la mediocridad que el capitalismo ha dirigido durante el siglo XX.
Además, fue, y es elogiado por ciertos sectores de la Iglesia Católica. La acepción por parte de la potestad eclesiástica le fue concedida por ‘El evangelio según San Mateo’ (1964). Se decía que tuvo que venir un ateo a rodar la mejor película sobre la vida de Jesucristo. Probablemente la clave de que gustara tanto es que el director viera la historia de Jesucristo como un ejemplo -de modernización social- opuesto a la modernidad. Algo así como una versión antropológica fuera de los estigmas de poder narrados en el cine de Hollywood. Jesucristo ríe, se enoja y duda.
Es humano, a fin de cuentas. En definitiva, Pasolini recreaba entornos emocionales inclusivos sin ser este su foco de mira principal. Este modo de librepensamiento le hizo granjearse enemigos en todos los entornos que él consideraba dogmáticos en la sociedad italiana. Por encima de ello, caracterizó a la sociedad de consumo -entendida como entidad unificadora universal- como la más represiva de los totalitarismos.
Para el cine de corte social y realista, las condiciones materiales son cruciales para que la cinta funcione, es decir: retratar el momento preciso de la manera más concreta. Como en el ejemplo anterior, Pasolini viajó durante un año por los alrededores de Palestina e Israel para grabar El evangelio según San Mateo, y hasta contrató a un actor <virgen> -cinematográficamente hablando- (Enrique Irazoqui) delante de las cámaras para que la pureza del personaje fuera más real y evidente. Hasta cinco instituciones bancarias denegaron la financiación del proyecto por miedo a la censura.
El neorrealismo italiano supo retratar mejor que nadie la diferencia de clases y la crudeza de la pobreza que vivió Italia -especialmente en el sur- después de la segunda gran guerra. El cine italiano era impactante y demoledor, y también uno de los géneros más puros y cercanos a la realidad, donde todavía a día de hoy, no nos hemos acercado tanto a la realidad en términos de <reflejo social>. Pasolini quiso retratar especialmente la maniobra social y destructora que la sociedad de consumo -es decir, la producción de bienes en masa-, habría llevado a cabo transformando la sociedad con una envoltura de falso progresismo y tolerancia. Idea que, entre otros, desarrollaría Zizek en su obra En defensa de la intolerancia (1998). A lo largo de la historia, el concepto de tolerancia no ha actuado como idea positiva, donde Pasolini la cita exclusivamente con carácter nominal: es decir, como papel mojado. Sí lo ha hecho sin embargo la intolerancia (por ejemplo, podemos decir que los romanos no toleraban a los cristianos). Este carácter destructor de la sociedad lo sufren primeramente los jóvenes. ‘El poder […] ha destruido toda cultura anterior para crear una cultura propia, hecha de pura producción y consumo y, por consiguiente, de falsa felicidad.’ Continúa después: Vuestras pocas élites cultas -socialistas, o radicales, o católicas avanzadas- quedan ahogadas por una parte por el conformismo y de otra por la desesperación. Los únicos que todavía se baten por una cultura y en nombre de la cultura son los jóvenes comunistas.
Pasolini apuesta por una ruptura frontal y sin diálogo de convivencia con la sociedad de consumo. Sobre esta interpretación de la realidad, tanto el PSI como el PCI habrían caído en las mismas garras que la socialdemocracia cristiana: la aceptación de este desarrollo consumista con total identificación tanto en lo teórico como en lo práctico, y erráticos a la hora de interpretar la realidad. Quedarían siendo sin más sendos partidos en meros sustitutos de la socialdemocracia cristiana, donde no se podría hacer política, sino moral. Dentro de esta situación, la auto identificación con la etiqueta de <antifascista> estaría vacía, anulada de contenido.
Por otro lado, a Iglesia no sería más que una institución financiera y una potencia extranjera, ya que queda anulada -al disminuir drásticamente el activismo católico- a la hora de proporcionar los principios y valores cristianos entre un número mínimo de feligreses.
Utilizando términos como <conformidad> o <desesperación>, Pasolini circula entre la corriente existencialista característica de finales del XIX y principios del XX. Estas dos características citadas serían consecuencia de un cambio generacional más profundo que el que dio mundo en las épocas paleo industrial y preindustrial. Los valores preconsumistas: el honor, la confianza, la amistad, el homoerotismo, la virilidad o la dignidad, han sido sustituidos, las relaciones interpersonales completamente debilitadas, y la mujer, humillada.
La indistinción entre los conceptos de diversidad e igualdad que vemos hoy en día en las apelaciones a las políticas identitarias están presentes en el autor a través de la crítica de ambos: la diversidad, como culpa de ser diferente, y la igualdad, de por sí sola retratada en Italia. De nuevo cito al autor: lo que ha cambiado […] no es el lenguaje de las cosas: lo que ha cambiado son las cosas mismas. Y han cambiado de un modo radical. Es pues, conclusivamente, la sociedad de consumo donde ha de hacerse la crítica política para una transformación radical de la realidad.
En una sociedad donde impera la elección del consumidor a modo de elige-tu-propia-aventura, sobran las ideas y faltan ideólogos. El espectador elige cómo (además de cuánto) va a ser el impacto de su elección. Realmente esta libertad de elección debería ser magnificadora, pero lo cierto es que nos mueve lentamente a una realidad artificial y adulterada, más cerca de la ficción que de la propia realidad. Curioso que ya lo defendiera Oscar Wilde hablando en este caso de la literatura: Decir a las gentes lo que deben leer es generalmente inútil o perjudicial […] pero decir a las gentes lo que no deben leer es cosa muy distinta y me atrevo a recomendar este tema a la comisión del proyecto de extensión universitaria’.
Dentro de esta perspectiva, Bong Joo-Ho nos muestra en Parasite (estrenada en 2019) una Corea del Sur sumida en la diferencia de clases. Podríamos suponer que La lucha de clases es cuestionable o creíble, pero la diferencia de clases es innegable. Hay un elemento clave que hace que esta diferencia social de clases (actualmente sumergida en el posmodernismo) funcione: A la clase obrera lo que le preocupa constantemente es la falta de dinero; a la alta burguesía, el tiempo.
La violencia no solamente se muestra de manera física. Vemos una familia trabajando desde casa en una cadena de montaje preocupada por no tener una conexión wifi decente; otra, preocupada por no sacar adelante el ingenio artístico del portentoso hijo pequeño de la familia por medio de clases particulares privadas (mal llamado aburrimiento, algo, por otro lado, que la ‘clase media’ no ha llevado nunca muy bien).
Una clase retroalimenta a la otra: donde lo que importa para unos es el tiempo, concepto que es subjetivo y relativista, para otros, es el dinero, concepto más objetivo y materialista. En resumidas cuentas, lo que debería preocupar a uno lo tiene el otro, y viceversa. En esta mezcolanza de atributos, el capitalismo defendería que esta diferencia social es natural y además es solventada por el intercambio de bienes comunes y materiales.
Sin embargo, Bong Joo-Ho recurre a la resolución del conflicto por medio de la violencia, donde la burguesía y el proletariado (en ausencia de una clase media que parece desmantelada) son sujetos incapaces de entenderse entre sí. Resulta evidente que la familia pobre de la película parasita a la rica, pero la idea es darse cuenta totalmente de lo contrario. La edulcoración de estos opuestos hace cada vez menos visible las luchas simbióticas entre clases, y en resumen, que importe menos al espectador de clase media, quien se encuentra según su juicio ‘teóricamente’ igual de alejado de ambas clases, en un especie de centro no muy bien definido.
A medida que se discute sobre la lealtad del asunto de la lucha de clases, el tercer punto de la tríada en la industria audiovisual lo aporta de manera muy inteligente lo que anteriormente definía Pasolini como la sociedad de consumo. Pasolini pensaba que la sociedad de consumo llegaría al más extremo de los totalitarismos, pues lo tiene fácil: A diferencia de lo que ambas clases sociales aspiran a alcanzar, ésta lo tiene todo a su mano. Tanto el dinero como el tiempo. La sociedad de consumo: testifica a los espectadores (por ejemplo, cancelando series a destiempo), modifica la estética visual en aras de producir mayor ingresos en cuanto a merchandising (Star Wars vs Lego), alarga obras literarias cerradas añadiendo fantasía y excesiva duración a las adaptaciones (The Hobbit), hace que las plataformas digitales sean accesibles 24 horas, y pasados los años y las décadas, reanuda remakes y continuaciones sin sentido alguno.
Como el ángel seductor que recorre Teorema, tanto la burguesía como el proletariado serán perjudicadas por la sociedad de consumo, y las únicas entidades ganadoras dentro del posmodernismo audiovisual, serán las multinacionales y las grandes compañías." (Adolfo M. Rodríguez, El Papel)
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