"Annie Ernaux, galardonada con el Premio Nobel de Literatura el pasado jueves, no estaba al otro lado del teléfono cuando el comité llamó para dar la noticia. El año pasado recibió un mensaje de broma en el que se le comunicaba que había ganado el ilustre galardón, lo que podría ser una de las razones por las que su primera respuesta cuando el comité se puso en contacto con ella fue de incredulidad: «¿Están seguros?».
A diferencia de Philip Roth, que se mantuvo en vilo esperando una llamada que nunca llegó, Ernaux, a sus ochenta y dos años, nunca se preocupó demasiado por los premios. Desde luego, no los esperaba con ansia. Cuando no ganó el Man Booker International en 2019, fue a ver la exposición de Dorothea Tanning en la Tate Modern en su lugar, almorzó con vistas a la Catedral de San Pablo y bebió en un pub frecuentado por Amy Winehouse. Prefería su propia compañía al pesado y poco encantador mundo de la cultura de los premios. Al recibir el Nobel, Ernaux, sin embargo, reconoció la responsabilidad que conlleva: seguir luchando «contra todo lo que es una forma de injusticia contra las mujeres».
Jean-Luc Mélenchon felicitó a Ernaux en un tuit: «Annie Ernaux, novelista literaria. Se nos saltan las lágrimas de felicidad. Las letras francófonas hablan al mundo en un lenguaje delicado que no es el del dinero». En otros rincones de Internet, los aficionados respondieron celebrando la victoria de las «nenas» y las «chicas guapas», como si el tema de la prosa de Ernaux —la vida de las mujeres— no fuera el más serio y universal de todos. La suya es una victoria inequívoca de la clase trabajadora, para la que la cultura de los premios nunca ha sido especialmente favorable.
Ernaux, que ha escrito veintitrés libros a lo largo de cincuenta años, creció siendo católica y de clase trabajadora en la pequeña ciudad de Yvetot, en Normandía. Sus padres eran obreros. Hijos de agricultores, cuando Ernaux era joven habían ahorrado y comprado un pequeño almacén, encima del cual la familia vivía y dirigía una tienda de comestibles y un café. Al principio, esta empresa fue auspiciosa, pero pronto la necesidad de vender a crédito y, más tarde, la invasión de los supermercados, hicieron del pequeño negocio familiar poco más favorable que el trabajo en la fábrica. Su padre, que a menudo tenía que aceptar otro trabajo y no formaba parte de un sindicato, «era a la vez obrero y tendero», escribe Ernaux, «y, como tal, estaba condenado a una vida de soledad y desconfianza».
Ascenso social
Al escribir sobre su padre en su cuarto libro, El lugar (1983), Ernaux abandonó el andamiaje convencional de la ficción, que consideraba que traicionaba la realidad de su vida, e ideó el estilo de escritura por el que ahora es conocida. «Para contar la historia de una vida regida por la necesidad», advierte ella misma en retrospectiva, «no tengo derecho a adoptar un enfoque artístico». Evitando las «reminiscencias líricas» y las «muestras triunfantes de ironía», Ernaux evita los ejes de la narrativa de la clase media, ofreciendo en su lugar una representación crudamente honesta de la violenta resistencia de una vida ordinaria y trabajadora, que es también una de las exploraciones más devastadoras del dolor. Al escribir sobre las bendiciones mixtas de su ascenso de clase, observó que la «gran satisfacción de su padre, posiblemente incluso la razón de ser de su existencia, era el hecho de que [ella] perteneciera al mundo que le había despreciado».
Mientras sus padres pasaban de ser trabajadores manuales a propietarios de pequeños negocios, Ernaux pudo seguir asistiendo a la escuela y más tarde a la universidad en Rouen y convertirse en profesora. La época de la posguerra fue de bienestar y progreso social. En el mundo subvencionado de la socialdemocracia francesa, Ernaux se hizo un hueco que salvaguardaba a la joven escritora del miedo a caer de sus padres. Fue en este espacio donde conoció a su antiguo marido Philippe, que pertenecía, inequívocamente, al mundo de la clase media. Él la introdujo en las irónicas ocurrencias de esa clase, que perduran en el apretado aire de las cenas familiares, y en la idea de Europa como sede de una cultura sofisticada a la que la educación le otorgaba pertenencia. La pareja se instaló en Cergy-Pontoise, un suburbio a cuarenta kilómetros al norte de París, y formó allí una familia a finales de los años 60, un lugar, como escribe en Diario del afuera / La vida exterior (1993), que, al igual que muchas ciudades suburbanas dibujadas a partir de un mapa en blanco, «surgió de la nada» para atender a una clase media emergente, desplazada y cosmopolita.
Al principio, sin embargo, Ernaux abandonó su título de profesora y se fue a vivir a Londres, en pleno apogeo de los años 60, «simplemente», escribe, «porque quería ser libre». Como joven de clase trabajadora, vivir de forma independiente y escribir literatura era moverse en un terreno inexplorado y arriesgado. Las novelas —La respuesta, de Rosamund Lehmand, Buenos días, Tristeza, de Françoise Sagan— proporcionaban modelos, pero esos libros estaban escritos por mujeres de clase media. En la primera carta, de abril de 1963, que figura en una edición recientemente publicada de la obra de Ernaux, ésta le escribe a su amiga, con la urgencia del deseo juvenil desbordado por la expectación, para que le preste su máquina de escribir a fin de poder redactar su primera novela.
Al escribir cuando el movimiento feminista cobraba impulso, Ernaux inventaría un lenguaje totalmente nuevo para hablar directamente de la vida y los deseos de las mujeres. Lejos de gran parte del feminismo francés de los años 70, que pretendía dar sentido a la experiencia de las mujeres apelando al lenguaje abstracto de la filosofía o a los giros de la llamada literatura culta, Ernaux mantuvo su lenguaje basado en lo cotidiano. En su obra posterior Los años (2008) reflexiona sobre el regreso a su dialecto local en las visitas a su ciudad natal: «La lengua que se pegaba al cuerpo, estaba ligada a las bofetadas en la cara, al olor a agua de jabón de las batas de trabajo, a las manzanas asadas durante todo el invierno, al sonido del pis en el cubo de la noche y a los ronquidos de los padres». No se trata simplemente de que busque material en su propia vida —¿qué escritor no lo hace?— sino de que radicaliza el género de las memorias al utilizarlas para vincular su propia experiencia individual con la de otros miembros de su clase, generación y sexo. Muestra cómo las memorias, como la expresión más directa de la subjetividad individual, son inextricables de las formaciones sociales históricas a las que dan lugar.
En Una mujer (1987), Ernaux escribe que su madre «se pasaba el día vendiendo leche y patatas para que yo pudiera sentarme en una sala de conferencias y aprender sobre Platón». En el libro, que se lee como un extraño espejo de Un lugar, Ernaux busca comprender a la mujer que la crio al margen de su existencia como cuidadora. Su objetivo es «capturar a la mujer real, la que existió independientemente de mí, nacida en las afueras de un pequeño pueblo de Normandía, y que murió en el geriátrico de un hospital en los suburbios de París». En No he salido de mi noche (1997), Ernaux vuelve a examinar la vida de su madre, con la culpa que supone escribir sobre alguien íntimo y la claridad de observar su vida en su conjunto; el título son las últimas palabras que pronunció su madre.
En Memoria de chica
(2016), Ernaux dirige su atención a su yo de dieciocho años —«la chica
del 58»—, a su floreciente deseo, a la violenta expectación del mundo
que la rodea, y a la primera noche que pasó con un hombre en un
campamento de verano: su primer viaje fuera de casa. Un momento que
podría haber sido un estimulante despertar sexual y emocional es
contenido por el poder del hombre mayor, un instructor jefe del
campamento. En el libro, el encuentro sexual se desarrolla en un retrato
rápidamente dibujado de la sensación de ser joven y vivir la novedad de
la historia de los años de la posguerra. Este, nos dice Ernaux, fue «el
verano del regreso de De Gaulle, el nuevo franco y la nueva República
(…) y la Historie d’un amour de
Dalida». También fue el verano en el que «miles de militares
abandonaron Francia para restablecer el orden en Argelia». Atrapada en
la vorágine de la historia y el deseo, «la chica del 58» se encuentra
abandonada y se queda «con lo real, por ejemplo un par de prendas
interiores manchadas».
El recuerdo, lo que queda
Ernaux trata de atraer a su lector al espacio psíquico de alguien poseído tanto por su propio deseo como por la violencia de sus consecuencias. A diferencia de la mayoría de las mujeres francesas de su generación, se ha declarado fervientemente del lado del #MeToo, de la generación de feministas contemporáneas que reconocen el histórico desequilibrio de poder entre hombres y mujeres que subyace en la inadecuación de las relaciones laborales y sexuales actuales. En sus escritos, Ernaux da rienda suelta al deseo, llevándolo a sus límites más lejanos, un deseo autodestructivo y extático que ella considera que no es incompatible con la necesidad del consentimiento; de hecho, es más bien su precondición. El deseo, un tema al que Ernaux vuelve a lo largo de su vida, y del que habla con una claridad desarmante al liberarse de sus prohibiciones históricas, es desgarrador, estimulante y transformador.
En Pura pasión (1991) relata la intensidad solipsista de sus sentimientos por un diplomático ruso, más joven y casado, al que conoció en Leningrado en 1988. Una década más tarde retomó el tema en forma de diario en Perderse (2001), que ofrece una versión más explícita y sin adulterar de la agonía de la pasión que eclipsó el resto de su vida durante un periodo de dieciocho meses. El amante es objeto, no sujeto, de la historia: un extraño cuya extrañeza no hace sino intensificarse con el tiempo. Ernaux no pretende contextualizar ni moralizar la aventura, sino que se limita a describirla. Las personas implicadas en la historia de la pasión, la más individualizadora de las experiencias, parecen meramente incidentales en su relato.
Al Comité del Nobel no se le escapa que Ernaux ha escrito uno de los mejores relatos sobre el aborto en la literatura. El acontecimiento, publicada en 2000 en Francia y en Inglaterra al año siguiente, fue llevada al cine por Audrey Diwan a principios de este año. Es también uno de los mejores relatos de la escritura: de la transformación de una experiencia en escritura y de la escritura en experiencia. Fue el primer tema sobre el que Ernaux escribió en su novela de 1974, Los armarios vacíos, y al que siguió volviendo, a medida que el enfoque de sus escritos pasaba de la experiencia femenina ficticia, personal y clandestina a la historia. La narración, que se centra en su lucha por conseguir un aborto, gira en torno a la dificultad de abandonar una posición de clase y de hacer una vida por sí misma, como mujer, en 1963. Una década más tarde, las feministas francesas saldrían a la calle, dando a conocer sus propios abortos, formando una narrativa colectiva que allanó el camino para su legalización.
Los años, publicado en francés en 2008 y en inglés en 2017, que es ampliamente reconocido como la obra maestra de Ernaux, se abre con una imagen de una mujer en cuclillas, en Yvetot después de la guerra, y traza los sonidos, las vistas, los modismos, las letras y los sentimientos de las décadas centrales del siglo XX. Plantea la cuestión de lo que permanecerá, lo que seguirá adelante y lo que pasará a la historia. Muestra cómo la memoria vive a la vez dentro y fuera de nosotros, en cuyos intersticios se siente colectivamente la textura material de los sueños callados y reprimidos de la gente corriente.
Lo que se recuerda: un primer beso, el muro que divide Europa, la rotonda mágica, las compras del sábado, las facturas mensuales, el Dr. Spock, la revolución. Lo que queda: el cuerpo de una mujer, igual pero diferente, nada que ver con su representación en las revistas pornográficas y femeninas; los trabajadores que siguen realizando el trabajo que hace posible la escritura; una narración del progreso de la posguerra que tartamudea y se tambalea al acercarse al presente: «A mediados de febrero los trabajadores del acero (…) quemaban neumáticos en las vías del tren, mientras ella leía El orden de las cosas en su asiento del TGV inmovilizado». Esta capacidad de vincular su propia memoria personal y la historia colectiva es el aspecto más radical de la obra de Ernaux. A medida que Los años se acerca a su cierre, retoma una perspectiva en primera persona, sacándose a sí misma de la historia, cediendo espacio a la generación que viene.
En una reunión de la Unión Popular en apoyo de Mélenchon como candidato presidencial en enero de 2022, Clémentine Autain, miembro del partido político de izquierdas La France Insoumise, lanzado en 2016 por Mélenchon, leyó el libro de Ernaux de 2013 sobre su ciudad natal, Regreso a Yvetot. En él, Ernaux describe la vergüenza que vivió de joven cuando la hija de un óptico le detectó el olor del agua de Javel, que la señalaba como perteneciente a la clase trabajadora. Pasajes del libro de Ernaux estaban contenidos en una colección de extractos que también incluía palabras de Angela Davis, Pier Paolo Pasolini, Jean Jaurès y Lola Lafon. En conjunto, estas voces insurgentes pretendían articular lo que podría ser un nuevo movimiento dirigido a crear un mundo más justo. Ernaux declaró que apoyaba a Mélenchon «porque se avergüenza de ver cómo el neoliberalismo destruye a los individuos y su entorno, de escuchar mensajes de odio contra una parte de la población, de no decir nada, de no hacer nada».
A medida que el siglo XX llegaba a su
fin, muchas organizaciones de la clase trabajadora también se
fragmentaron, llevándose consigo las identidades y culturas que habían
mantenido unidas. En este contexto, la atención de Ernaux a la forma en
que los miembros de la clase trabajadora vivieron esos largos periodos
de decadencia tiene el efecto de devolver la capacidad de acción a los
que se vieron privados de ella. Al hablar de su abuelo, que trabajó en
una granja desde los ocho años, observa que «su mezquindad fue la fuerza
motriz que le ayudó a resistir la pobreza y a convencerse de que era un
hombre. Lo que realmente le enfurecía era ver a un miembro de la
familia leer un libro». Al mirar a su alrededor y dar espacio a «figuras
anónimas que se vislumbran en una esquina o en un autobús abarrotado,
que llevan involuntariamente el sello del éxito o del fracaso», Ernaux
esculpe un lenguaje para la colectividad en el corazón del yo, una
literatura que da forma a la transmisión de la memoria, a las opciones
imposibles a las que se enfrentan los individuos y los movimientos
políticos, y al deseo de revivir el sentimiento apagado de la revuelta." (Jess Cotton , JACOBINLAT, 13/10/22)
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