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Con todo, el error más grave es otro: extraer conclusiones morales de lo que somos. Por supuesto, es importante conocer de qué barro estamos amasados. Aunque las razones para defender la igualdad son independientes de si somos o no iguales, pues no se distribuyen los derechos según seamos más o menos imbéciles, hermosos o rubios, para diseñar las instituciones que hagan posible la igualdad es de sumo interés saber si priman en nosotros disposiciones egoístas, que no parece, altruistas, que tampoco, o un modesto y prudencial sentimiento de reciprocidad, que parece que sí.
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Pero nunca hay que olvidar lo fundamental, lo de siempre: lo que somos nada nos dice acerca de lo que está bien que sea. Que los humanos nazcamos, todos, con un "instinto" no hace bueno al "instinto". La violencia doméstica no está justificada por más que ser agresivos o celosos resultara adaptativamente ventajoso. Que existan razones biológicas para que algunos colores o formas nos atraigan o para que ciertos cuerpos nos embelesen no resuelve "el problema de la belleza". Siempre nos quedarán por responder las preguntas "eso que queremos, ¿está bien?"; "eso que nos gusta, ¿es hermoso?". Al cabo, somos capaces de reconocer que cosas que hacemos o queremos no nos parecen bien. Sucede hasta con nuestras disposiciones gastronómicas. Nuestro gusto por los alimentos dulces, explicable porque, en las condiciones de escasez en las que transcurrió la mayor parte de nuestra existencia, los golosos se proveían con mayor eficacia de calorías, hoy, en la abundancia, es una inconveniencia y, porque nos parece mal, lo combatimos. Por cierto, que algo parecido podría pasar con la anorexia, que también en su día resultase la mar de conveniente. (FÉLIX OVEJERO LUCAS: Genes y nenúfares; El País, ed. Galicia, Opinión, 05/09/2007, pp. 15)
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