16/2/11

El origen de la violencia... está en nuestro cerebro

"Dayu Lin, David Anderson y sus colegas del Instituto Tecnológico de California (CalTech) han identificado el circuito neuronal básico que subyace al comportamiento agresivo. Está situado en una subregión concreta del hipotálamo, una estructura alojada en la base del cerebro.

Sus experimentos, que se presentan hoy en Nature , están hechos en ratones, pero el hipotálamo y sus subdivisiones son universales en los mamíferos. El sexo y la violencia también lo son, y es muy probable que unos circuitos muy similares existan también en los humanos.

La forma más precisa de manipular circuitos cerebrales concretos es una técnica desarrollada en los últimos años llamada optogenética, porque usa tanto genes artificiales como moléculas activadas por la luz. (...)

Es así como Lin y sus colegas del CalTech han identificado con gran precisión los circuitos del hipotálamo que subyacen a los comportamientos agresivos.

La nomenclatura de la anatomía del cerebro puede resultar fastidiosa, pero en realidad es tan simple como consultar un mapa urbano. Si imaginamos el hipotálamo como un reloj, las zonas laterales ocuparían la posición de las tres y las nueve.

La ventral estaría a las seis. Y las zonas ventromediales (VMH, por ventro-medial hypothalamus), a las que se refiere este trabajo, están a las cinco y a las siete. Dentro de ellas, la zona ventrolateral (VHMvl) es la más próxima a la periferia del reloj. Ese es el locus cerebral de la agresividad.

La mitad de las neuronas del VMHv se activan por igual en presencia de un macho o de una hembra, pero muchas se mantienen activas solo en uno de los dos comportamientos. Por tanto, los dos comportamientos parecen compartir algunos tipos de input.

"La interacción entre el sexo y la violencia está profundamente enraizada en la arquitectura básica del cerebro", como dice el neurólogo Clifford Saper, de la Facultad de Medicina de Harvard.

Esta tecnología plantea la posibilidad de inhibir esos circuitos para refrenar el comportamiento agresivo. Los científicos han comprobado que la inactivación artificial de la región del hipotálamo VHMvl funciona bastante bien para reprimir los comportamientos agresivos: el 25% de los ratones se vuelven completamente pacíficos, y los demás muestran una agresividad más moderada de lo habitual.

Por desgracia para las naranjas mecánicas del futuro, este efecto solo dura ocho días. Pero esto es consecuencia de la técnica concreta que han usado Li y sus colegas para bloquear la actividad de esas redes neuronales, basada en unos virus especiales. (...)

Un dato alentador es que el amor suprime la agresividad. Cuando los investigadores hiperactivan los circuitos del VMHvl con sus técnicas optogenéticas, los ratones macho se vuelven anormalmente agresivos: atacan no solo a machos y hembras por igual, sino también a los objetos inanimados, como el mencionado guante inflado, que se interponen en su camino.

Pero esa misma hiperactivación optogenética no tiene el menor efecto si el ratón ya estaba inmerso en una actividad sexual. Es otra evidencia más de que el sexo y la violencia requieren parte de las mismas redes neuronales, y de que estas compiten entre sí hasta que uno u otro comportamiento se impone.

Hay formas de violencia en la naturaleza que cuentan con la avenencia de la mayoría, e incluso con la legitimación de la ciencia. Que los zorros maten conejos para comer (agresión predatoria) y que los insectos envenenen a los pájaros que se los comen (agresión antipredatoria) es justo lo que cabe esperar de la "naturaleza roja en diente y garra" con que Tennyson saludó a la selección natural darwiniana.

Pero casi tan ubicua como la anterior es la violencia contra los miembros de la propia especie. Las anémonas -las ortiguillas de los bares gaditanos-, que pese a parecer algas se cuentan entre los más primitivos animales del planeta, se azotan unas a otras con sus tentáculos venenosos. (...)

El grado de violencia de una sociedad tiene muy poco que ver con la genética. Los índices de violencia de un país se pueden multiplicar por 10 en cuestión de un par de décadas, sin que los genes de la población hayan tenido la menor oportunidad de cambiar de frecuencia. Las ideas del tipo naranja mecánica solo se refieren a un pequeño número de individuos, como los psicópatas, o personas incapaces de sentir culpa por hacer daño a un semejante.

Pero sí es obvio que hay formas de convertir en agresores a las personas del montón, y que estas podrán en el futuro superar la eficacia de una arenga. (...)

Roja en diente y garra

Los fundamentos neuronales del comportamiento agresivo y su relación con el sexo hunden sus raíces con profundidad en la evolución de los mamíferos, y alcanza en gran parte a la historia natural de los demás vertebrados y de otros animales más primitivos.

Uno de los aspectos ubicuos de este fenómeno es la relación íntima entre la agresión y la testosterona, la principal hormona sexual masculina.

En todos los vertebrados, las estructuras cerebrales implicadas en el comportamiento agresivo -como la región hipotalámica estudiada por los científicos de California- son muy ricas en receptores de las hormonas sexuales, y en particular de la testosterona.

Estos receptores son proteínas de las neuronas que reconocen específicamente a la testosterona que circula por la sangre, se pegan a ella y transmiten sus efectos al interior de la célula.

En cualquier especie de vertebrados en la que se haya examinado la cuestión, los científicos han podido establecer una correlación estrecha entre los niveles de agresividad de un macho y sus particulares niveles de testosterona circulante.

E incluso en un mismo individuo, las fases más o menos agresivas se correlacionan con las fluctuaciones temporales en sus niveles de esta hormona.

La búsqueda de una pareja sexual, y el nivel de actividad sexual en sí mismo, siguen esos mismos patrones de relación con la testosterona.

Esto se ha comprobado repetidamente en los hombres, pero incluso el deseo sexual de las mujeres viene muy afectado por sus niveles de esa hormona, que es principalmente, pero no exclusivamente, masculina.

La íntima relación entre la testosterona y el comportamiento agresivo tiene su explicación biológica en que, en las mayoría de las especies, los machos luchan entre sí por el acceso a las hembras.

Sexo y violencia son dos caras de la misma "naturaleza roja en diente y garra", dicen los científicos de CalTech." (El País, 10/02/2011, p. 30/1)

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