"Tengo en mi escritorio en este mismo momento dos libros; uno es del periodista Timothy Noah y se llama The
Great Divergence: America’s Growing Inequality Crisis and What We Can
Do about It [La gran divergencia: la crisis de la desigualdad creciente
en EE. UU. y lo que podemos hacer para resolverla]; el otro es el clásico de Milton y Rose Friedman, Free to Choose: A Personal Statement [Libertad de elegir].
Viéndolos juntos, no puedo sino pensar lo difícil que sería para los
Friedman volver a justificar y propugnar el libertarismo minarquista hoy
en comparación con cuando lo hicieron en 1979.
En aquel momento, los Friedman plantearon tres vigorosos postulados
fácticos respecto de cómo funciona el mundo; en ese momento, parecían
verdaderos, posiblemente verdaderos o al menos defendibles; pero hoy
parecen casi con certeza falsos.
El argumento de estos autores a favor
del libertarismo minarquista, que dependía en gran medida de esos
postulados, prácticamente se vino abajo, porque resultó que el mundo no
quiso funcionar como ellos suponían.
El primer postulado decía que la causa de los
problemas macroeconómicos no está en la inestabilidad del mercado
privado sino en el gobierno; o mejor dicho, que el tipo de regulación
macroeconómica que se necesita para producir estabilidad económica es
sencilla y fácil de implementar.
Los Friedman casi siempre usaban la primera presentación del postulado:
decían que el gobierno había “causado” la Gran Depresión. Pero basta
escarbar un poco en su argumento para ver que en realidad querían decir
lo segundo: que cuando la inestabilidad del mercado privado amenaza con
causar una depresión, lo único que tiene que hacer el gobierno para
evitarla o producir una rápida recuperación es, simplemente, comprar
suficientes bonos a cambio de efectivo para inundar de liquidez la
economía.
Dicho de otro modo, la intervención estatal estratégica que se necesita
para asegurar la estabilidad macroeconómica no solo es sencilla, sino
también mínima: lo único que deben hacer las autoridades es mantener
constante la tasa de crecimiento de la oferta monetaria.
La intervención
agresiva e integral que según los keynesianos se necesita para
administrar la demanda agregada y que según los discípulos de Minsky se
necesita para administrar el riesgo financiero está totalmente
injustificada.
Los libertarios auténticos nunca creyeron que los Friedman fueran, como
decían, partidarios de un régimen monetario “neutral” de libre mercado:
en un incidente famoso, Ludwig von Mises acusó a Milton Friedman y a sus
seguidores monetaristas de ser una panda de socialistas.
Pero
independientemente de cómo se la quiera presentar, la creencia en que
para que haya estabilidad macroeconómica solo hace falta una
intervención mínima del gobierno es, lisa y llanamente, errónea. En
Estados Unidos, Ben Bernanke (presidente de la Reserva Federal) siguió
fielmente el libreto de los Friedman durante la contracción actual, pero
no bastó ni para preservar ni para recuperar rápidamente el pleno
empleo.
El segundo postulado decía que las externalidades son relativamente
pequeñas, o al menos que se pueden resolver mejor a través del derecho
contractual e indemnizatorio que mediante la regulación estatal, porque
las desventajas de esta última superan el daño causado por aquellas
externalidades que el sistema legal no puede resolver adecuadamente.
Aquí tampoco la realidad parece estar de acuerdo con Free to Choose.
En Estados Unidos, esto se ve más que nada en el cambio de actitudes
respecto de los juicios por mala praxis médica: el sistema de justicia
ya no es el lugar preferido de los libertarios para tratar con los
riesgos y errores de la práctica médica.
El tercer postulado, el más importante, es el tema del libro de Noah, The Great Divergence.
En 1979, los Friedman podían afirmar con confianza que mientras no
hubiera formas de discriminación impuestas por el gobierno (por ejemplo,
las leyes segregacionistas sureñas llamadas “leyes de Jim Crow”), la
economía de mercado produciría una distribución del ingreso
suficientemente igualitaria.
Después de todo, es lo que aparentemente
había hecho (al menos para quienes no padecían por la discriminación
legal o sus consecuencias) durante todo el período posterior a la
Segunda Guerra Mundial.
De modo que los Friedman sostuvieron que los resultados más equitativos
posibles se lograrían con una red mínima de seguridad para aquellos a
quienes la mala suerte o la falta de prudencia privaran de medios de
subsistencia, y con la eliminación de cualquier impedimento legal contra
la igualdad de oportunidades.
En su búsqueda de lucro, los empleadores,
mediante el uso y la promoción del talento humano, nos llevarían tan
cerca de lograr una sociedad de productores asociados libre como es
posible en este mundo sublunar corrupto.
Aquí también la realidad defraudó las esperanzas de los Friedman. El
final de la supremacía educativa de Estados Unidos, el colapso de los
sindicatos del sector privado, la aparición de una economía de la era de
la información en la que el ganador se queda con todo y el regreso a la
edad de oro de las altas finanzas han hecho que la distribución del
ingreso antes de impuestos sea extraordinariamente desigual, lo cual
será un lastre para la próxima generación y convertirá lo de la igualdad
de oportunidades en una farsa.
Hubiera estado bueno que el programa político propuesto hace una generación en Free to Choose
resultara tal como pretendían los Friedman. Hubiera estado bueno que al
retirarse el gobierno de la economía y limitarse a proveer una red de
seguridad mínima, tribunales de justicia y una oferta monetaria en
crecimiento constante hubiera surgido una sociedad relativamente
igualitaria y próspera con pleno empleo e igualdad de oportunidades.
Pero, ¡ay!, no parece ser así el mundo en que vivimos." Brad DeLong, Project Syndicate (Jaque al neoliberalismo, 04/05/2012)
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