"Resulta que un exsocio de Mitt Romney
en Bain Capital dice, en un nuevo libro, lo que seguramente cree
Romney: que realmente deberíamos estarles agradecidos a los ricos por
todas las cosas generosas que hacen.
Y es que, verán, no se gastan toda su riqueza en caserones del tamaño
del Taj Mahal; parte de ella la invierten en innovación. "La mayoría de
los ciudadanos son consumidores, no inversores", decía Edward Conard,
autor de un libro de próxima aparición titulado Unintended Consequences: Why Everything You’ve Been Told About the Economy is Wrong [Consecuencias
imprevistas: por qué todo lo que se les ha dicho sobre la economía es
erróneo], al columnista Adam Davidson para un artículo publicado recientemente en The New York Times Magazine. "No reconocen las ventajas para los consumidores que se derivan de la inversión".
En realidad, esto representa una ruptura con la anterior defensa de
los ricos. Hasta ahora, la línea oficial ha sido que lo que necesitan
son incentivos, que los creadores de empleo no harán su trabajo a menos
que agitemos delante de sus narices la zanahoria de una inmensa riqueza.
Se podrían decir muchas cosas sobre esto, pero seguramente una de las
primeras es el grado de ignorancia histórica que requiere. Me refiero a
que este argumento podría tener alguna verosimilitud a primera vista si
la era en que Estados Unidos no tenía una plutocracia tan arrogante -las
décadas de los cincuenta y sesenta, cuando el 1% con los ingresos más
altos recibía aproximadamente una quinta parte de la proporción de la
renta que controla hoy en día- hubiera sido una época de estancamiento
económico y poca innovación.
De hecho, la generación de la posguerra
experimentó el mayor crecimiento económico –y el aumento de la
productividad más rápido- que cualquier otra época del siglo pasado.
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