"Técnicamente hablando, la expansión capitalista global reciente se ha
debido a tres factores interrelacionados de los que ninguno funciona
ahora.
Primero, la demanda ha inducido dos tercios del crecimiento del
PIB.
Segundo, esta demanda ha sido posible por crédito fácil de
instituciones financieras con escasa supervisión.
Tercero, la rápida
expansión de la demanda y el incremento salarial no han suscitado
presiones inflacionistas porque el aumento de la productividad es
resultante del cambio tecnológico y organizativo de la “nueva economía”.
El
potencial de innovación tecnológica aún existe, pero como se ha secado
el caudal de capital riesgo ya no se traduce en proyectos emprendedores y
por tanto los incrementos de productividad pasan por eliminar empleo en
lugar de resultar del aumento de eficiencia.
El crédito a particulares y
empresas ha caído en picado porque el sistema financiero global, en el
que estamos todos aunque sigamos proclamando las bondades de nuestro
propio sistema financiero, está en situación de quiebra. Sin la ayuda de
los gobiernos, las bancarrotas se producirían en cadena, en España
también, por la interpenetración entre nuestra banca y la banca
internacional (por ejemplo, a través de Morgan Stanley, de Citigroup o
de ING Barings).
Por consiguiente, las ayudas públicas se quedan
empantanadas en los bancos, que se protegen acumulando reservas, y sólo
llegan a los inversores y consumidores con cuentagotas. Unas gotas que
no bastan para crear empleo ni pagar salarios. Y por tanto, con un 20%
de paro y los salarios congelados no hay forma de sostener la demanda,
cae el consumo y se seca la principal fuente de crecimiento económico de
la última década.
Y como el mundo se ha hecho global, lo que
sumaba de un país a otro ahora resta de un país a otro. No es el fin del
mundo, pero es el fin del consumo. No habrá que apretarse el cinturón,
porque estaremos tan escuálidos que los cinturones que tenemos se nos
caerán de grandes. Esto no es una predicción, sino pura constatación de
los datos actuales. Estamos cambiando de modelo económico y por tanto
social.
No es que salgamos del capitalismo, sino de la forma de
capitalismo global que ha caracterizado el mundo en los últimos
veinticinco años. Un modelo triunfante, de idolatría de un mercado al
que se le suponía un automatismo benevolente de creación y reparto de
riqueza y, de paso, garante de la libertad individual, conectando países
a lo largo de su marcha triunfal en todo el planeta, obviando gobiernos
y desoyendo reguladores, propulsado por una revolución tecnológica
también teñida con tintes libertarios.
Vanidad y todo vanidad. Ha
bastado una crisis inmobiliaria vinculada a una crisis hipotecaria para
que todo el castillo de naipes construido a partir de derivados
financieros desintegrara el casino global en el que nos habíamos
montado. Y en unos meses, los más arrogantes banqueros, corredores de
bolsa y ejecutivos de multinacionales han suplicado a los gobiernos una
intervención de una magnitud sin precedentes, so pena de quebrar sus
empresas.
Incluso han pasado por todas las humillaciones necesarias para
salir del atolladero. Y esto no hace más que empezar, porque el agujero
financiero es de tal calado que serán necesarias nuevas inyecciones de
fondos en los próximos meses. No debería la izquierda regocijarse por
esta hecatombe potencial del capitalismo financiero.
La última
vez que se produjo una crisis de esta magnitud las consecuencias
políticas fueron el nazismo, el fascismo y una atroz guerra mundial. La
historia no se repite y todo depende de lo que hagan gobiernos, empresas
y ciudadanos en los próximos meses. Pero habrá que andar con mucho
cuidadito de no caer en la demagogia en la que han caído los
republicanos en Estados Unidos intentando bloquear el plan de Obama so
pretexto de que crea déficit.
Una verdadera desvergüenza después de que
la administración republicana, que heredó un país con superávit,
acumulara un billón de dólares de déficit en tan sólo ocho años…
Entonces, ¿qué hacer? Las medidas actuales son actuaciones de emergencia
para evitar el colapso.
Pero a partir de ahí habrá que ir configurando
otro futuro, más estable, fundado en otro estilo de capitalismo en el
que el sistema financiero ocupe un papel de apoyo y no de motor. Y en el
que el cálculo del crecimiento incluya una contabilidad ecológica y
social no sólo monetaria.
En donde la regulación de la economía esté en
manos de una administración transparente y participativa en la que los
ciudadanos puedan depositar la confianza que ahora han perdido en
relación con sus bancos. Esta semana el principal semanario de Estados
Unidos, Newsweek,titulaba su portada con un provocador “Ahora somos
todos socialistas”.
Tampoco es eso, porque el socialismo real fue
todavía más destructor e inestable y los socialistas pragmáticos en el
poder en Europa también se montaron alegremente en el desenfreno
financiero y en la creencia ideológica en un mercado milagrero. Eso sí,
con Estado de bienestar y redistribución de riqueza por vía fiscal.
Pero
ese modelo tampoco puede funcionar, porque no se acumula suficiente
capital para subvencionar un paro del 20% o más durante un periodo
indefinido. Y el endeudamiento público para financiar el colchón
anticrisis se hará insostenible. De hecho, la Comisión Europea ya está
expedientando a España por superar ampliamente los límites permisibles
de endeudamiento. De modo que sabemos de dónde salimos pero no adónde
vamos.
Lo único seguro es que su consumo de bienes y servicios bajará y
su tiempo para vivir aumentará. A condición de que no se haya olvidado
de vivir y no le atenace la angustia de cómo salir del entramado de
deuda en el que perdió sus mejores años. Después de la crisis económica,
la esperanza de una nueva cultura." (Manuel Castells, 21/02/2009, Espiritualidad y política)
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