"¿Pero de qué sistema hablamos? Muchos dirían capitalismo, pero eso es
poco útil pues hay muchos capitalismos. Hay que partir de lo que se
vive como crisis para entender que no es una patología del sistema sino
el resultado de este capitalismo.
Es más, la crítica se extiende a la
gestión política. Y surge en el contexto de una Europa desequilibrada
por un sistema financiero destructivo que conduce a la crisis del euro y
suscita la desunión europea.
En las dos últimas décadas se ha constituido un tipo de capitalismo
global dominado por instituciones financieras (los bancos son sólo una
parte) que viven de producir deuda y cobrar por ella. Para aumentar sus
ganancias las financieras crean capital virtual mediante derivados y se
prestan las unas a las otras incrementando el capital circulante y por
tanto los intereses a percibir.
En promedio, en Europa y EE.UU. los
bancos disponen sólo de un 3% del capital que deben y son considerados
solventes si llegan al 5%. El otro 95% circula incesantemente y se
diluye en múltiples acreedores y deudores relacionados por un mercado
volátil escasamente regulado. Dícese que unas transacciones compensan
otras y el riesgo se reparte.
Para cubrirse se aseguran, pero las
aseguradoras también prestan el capital que deberían reservar.
Tranquilos porque se presupone que en último término el Estado (o sea
nosotros) enjuga las pérdidas a condición de que sean suficientemente
grandes.
El efecto perverso de este sistema, operado por redes
informáticas mediante modelos matemáticos sofisticados, es que es tanto
más rentable (para las financieras y sus financieros) cuanto más presta
aun sin garantías. Y aquí entra otro factor: el modelo consumista que
busca el sentido de la vida comprándola de prestado.
Como la mayor inversión de las personas es su propia casa, el mercado
hipotecario (cebado con intereses reales negativos) se hizo jauja y
estimuló una industria inmobiliaria especulativa y desmesurada,
depredadora del medio ambiente, que se alimentó de trabajadores
inmigrados y dinero prestado a coste cero.
Ante tal bonanza quedaron
pocos emprendedores para apostar por innovación. Incluso empresas
tecnológicas, grandes o pequeñas, usaron su negocio como base para su
revalorización en el mercado bursátil. No eran los beneficios de la
empresa sino su valor capitalizado lo que realmente contaba. Para muchos
innovadores ser comprados era la máxima aspiración.
La clave de esta
pirámide especulativa era la imbricación de toda esa deuda, de forma que
los pasivos se convertían en activos para garantizar otros préstamos.
Cuando los préstamos no se pudieron pagar y empezaron las bancarrotas de
empresas y personas, las quiebras se propagaron en cadena hasta llegar
al corazón del sistema, las grandes aseguradoras. Ante el peligro de
colapso de todo el sistema, los gobiernos salvaron a bancos y
financieras.
Cuando se secó el crédito a las empresas la crisis financiera se
convirtió en industrial y del empleo. Entonces los gobiernos asumieron
el costo de del desempleo y de la reactivación económica. Como subir
impuestos no da rédito político pidieron prestado a los mercados
financieros, incrementando su ya elevada deuda pública.
Cuanto más
especulativas eran las economías (Grecia, Irlanda, Portugal, Italia,
España) y cuanto más cortoplazistas los gobiernos, mayor gasto público y
mayor deuda. Como la deuda era en euros los mercados siguieron
prestando contando con la UE. El resultado fue la crisis fiscal de
varios países amenazados de suspensión de pagos.
La crisis fiscal se
convirtió en nueva crisis financiera al cuestionar el euro y al aumentar
la prima de riesgo a los países sospechosos de futura insolvencia. Y
como la deuda de los países estaba en manos de bancos alemanes y
franceses había que salvar a los países para salvar a los bancos. La
condición ha sido imponer la austeridad en gasto social y la reducción
en empresas y empleo del sector público, con pérdida de soberanía
económica de varios países, incluida España.
Y así se llega a los
despidos, aumento del paro, reducción salarial y recortes de servicios
sociales, coexistiendo con ganancias sin precedentes para el sector
financiero. Claro que hay unas cuantas cajas y bancos que hay que poner
en orden, pero se intervienen, se venden y a seguir.
Por eso no es
crisis para el sistema, porque el capital financiero sale ganador a
costa de imponer la crisis a personas y gobiernos. De paso se disciplina
a los sindicatos y a los ciudadanos. Y así la crisis se hace crisis
política.
Porque la otra característica clave del sistema no es económica sino
política. Se trata de la ruptura del vínculo entre ciudadanos y
gobernantes. "No nos representan", dicen muchos. Los partidos viven
entre ellos y para ellos.
La clase política es una casta con un común
interés en mantener el reparto de poder mediante un mercado
político-mediático cada cuatro años. Auto-absolviéndose de corruptelas y
abusos mediante la designación política de la cúpula del poder
judicial.
Así asegurado el poder político pactan con los otros dos poderes: el
financiero y el mediático, que están profundamente imbricados. Y
mientras la economía de la deuda marche y la comunicación se controle,
la gente hace su vida y pasa de ellos. Ese es el sistema. Y por eso se
creían invencibles. Hasta que la comunicación se hizo autónoma y la
gente se enredó, Y juntas perdieron el miedo y se indignaron." (Manuel Castells, La Vanguardia, 30/07/2011)
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