"El teólogo José Antonio Pagola, llevado por la Conferencia Episcopal ante la Inquisición romana,
se alegra cuando le digo que también a Jesucristo lo harían preso si
osara volver. “Claro, el peligro no soy yo, sino Jesús. A quien tienen
miedo es a Jesús, no a Pagola”.
Le cito a Dostoievski y se entusiasma,
como si acabase de leer en Los hermanos Karamázov, la historia
del Gran Inquisidor. Ahí está la esencia de la inquina del poder
imperial del Vaticano contra la Ilustración, la libertad y la ciencia
moderna.
Dostoievski sitúa la acción en Sevilla, en los tiempos más pavorosos
de la Inquisición. Un día, el cardenal inquisidor, vestido como un
emperador romano, hace quemar a 100 herejes “a mayor gloria de Dios”.
Los sevillanos asisten en silencio, hasta que reconocen a Jesús entre
ellos. Lo rodean, entusiasmados. El viejo inquisidor no resiste la
escena. Ordena arrestar a Jesús y que se lo lleven al caserón del Santo
Oficio.
“¿Por qué has venido a estorbarnos?”, le dice cuando lo visita
de noche. Pagola: “Claro. Jesús estorba. La crítica más dura a la
Iglesia no llega de fuera. Llega desde las palabras de su fundador. Hoy
estaría con los que se están quedando sin nada. Un libro sobre el
auténtico Jesús es peligroso, sobre todo si se vende”. (...)
Nos hemos quedado colgados de la historia del Gran Inquisidor porque
resume lo que ha pasado “con nuestra Iglesia”, reflexiona Pagola, con
ese posesivo. “Nuestra Iglesia. Adoramos al crucificado ignorando a los
crucificados de hoy”. Jesús predica la libertad. El Inquisidor se lo
reprocha.
“Los hombres se alegran de verse otra vez conducidos como un
rebaño”, le dice. El Preso le da un beso en los labios. El viejo se
estremece. Se dirige a la puerta, la abre y dice: “¡Vete y no vuelvas
nunca, nunca!”.
Pagola publicó Jesús. Aproximación histórica en 2007 y todo iba bien hasta que el libro empezó a venderse.
“Se está vendiendo como rosquillas”, advirtió un obispo a la
Inquisición española. “Ese fue el detonante: ‘Que se vendía como
rosquillas”. (...)
“No creo que lleguen a decir tanto, cuando se pronuncie la Inquisición
romana, que ya lleva tomándose tiempo”. Se ha escrito que el cardenal
Rouco y el obispo de San Sebastián, Munilla, dicen no haber leído su Jesús.
“Si es verdad, malo; si mienten, peor”, le consuelo. “Déjelo estar”,
replica. La atracción del hereje también está en su resistente
paciencia." (El País, 19/10/2012)
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