"(...) La risa es un reflejo, pero de un tipo singular, porque no tiene
ninguna utilidad biológica aparente. Existe además una considerable
discrepancia entre la naturaleza del estímulo que la provoca y la
reacción.
Que una actividad mental compleja como el leer una historia de
Gibbon puede causar una contracción refleja de los músculos faciales es
un fenómeno que ha maravillado e intrigado a los filósofos desde
Platón. Así como no hay una manera segura de saber cuándo un
conferenciante ha convencido a su auditorio, si cuenta un chiste, en
cambio, la risa sirve como comprobación experimental de que ha
conseguido su propósito.
Esta respuesta es un indicador de la presencia
de esa cualidad fugaz que se llama humor. Según Harold Nicolson el humor
es una actitud mental, una manera de tomarse las cosas. No es una
reacción a un suceso, sino un modo o actitud que implica una captación
especial de relaciones.
Arthur Koestler escribió el artículo
“Humor” en la Enciclopedia Británica, donde, partiendo de una serie de
ejemplos, estableció su teoría. “Un masoquista es una persona a la que
le gusta la ducha fría por la mañana, de modo que se toma una caliente”,
o bien, un diálogo de una película de Claude Berri: “Señor, tengo el
honor de pedirle la mano de su hija. ¿Por qué no? ¡Ya se ha quedado con
todo el resto!”.
El mecanismo en este tipo de historias humorísticas es
el choque inesperado de dos códigos de reglas mutuamente incompatibles,
que nos obliga a percibir la situación desde dos marcos de referencia
consistentes pero incompatibles entre sí y de hacerlo al mismo tiempo.
Es un delicioso sobresalto mental que nos hace pasar de un plano o
contexto asociativo a otro.
El humor tiene diversas graduaciones,
la más simple sería el gag visual de una película cómica, donde las
propias acciones de los personajes, a través del gesto, provocan
hilaridad.
Luego viene el juego de palabras, como en aquel espléndido
chiste de Perich “el tiburón es un pescado mortal”; y en un nivel
superior, el juego de ideas como las anécdotas famosas de las grandes
tertulias. En otro ámbito se mueve la ironía, que es una demostración a
contrario, una reducción al absurdo, por la cual se toma una situación o
una idea y se lleva a su límite extremo de forma que se vuelve en su
contrario.
La risa, como el llanto, según los estudios de
fisiología, tiene un considerable efecto terapéutico; las contracciones y
descargas provocadas por la risa producen un relajamiento de la
tensión, una serenidad, un consumo de adrenalina que son de gran
utilidad para mantener el equilibrio mental y psicosomático.
Lo mismo
cabe decir del llanto: una emoción acumulada que consigue romper en
llanto se diluye de manera mucho más sana que una emoción contenida a la
cual no se da salida.
Por eso, costumbres como las plañideras,
velatorios, el luto y todo el ceremonial de los entierros que se realiza
en los países mediterráneos son de una gran sabiduría, ya que permiten
asimilar la emoción provocada por la muerte de manera más eficaz que en
aquellos países donde la muerte se minimiza y ritualiza de manera rápida
y sin mirarla a la cara.
En este país nuestro en que hemos sabido
canalizar sabiamente las emociones tristes, parece que no hemos sido
tan hábiles a la hora de dar rienda suelta a los reflejos humorísticos.
Nuestro humor es o bien negro o bien de grano grueso, como diría Pla, o
lo que es peor, teñido de una dosis de mala leche que lo convierte en
sarcasmo, que es el humor agriado por el mal humor. José Bergamín padre
era muy feo. Un día lo increparon en las Cortes: “Su señoría tiene dos
caras”. “¿Usted cree que si yo tuviera otra cara vendría con esta?”.
Es
una lástima que este sentido del humor no abunde en las formaciones
políticas y partidos españoles. Tendríamos entonces no sólo una lectura
más agradable de la prensa diaria, sino también una cierta dosis de
humanidad, incluso de bondad, que el humor introduce inevitablemente en
las relaciones humanas." ( Humor, por favor, de Luis Racionero en La Vanguardia, en Caffe Reggio, 07/05/2014)
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