"Hermano, hermano”, me llamó un joven mientras yo partía
apresuradamente de una sala de conferencias en un centro comunitario en
Durban, Sudáfrica. Esto sucedió durante el punto álgido de las guerras
de Afganistán e Irak, cuando fallaron terriblemente todos los esfuerzos
por detener los feroces ataques militares de EE.UU. y Occidente contra
esos dos países.
El joven iba vestido de atavío tradicional
afgano pastún, y acompañado por un amigo. Con evidente nerviosismo
formuló una pregunta que parecía completamente ajena a mi conferencia
sobre el uso de la historia de los pueblos para comprender prolongados
fenómenos históricos utilizando Palestina como modelo.
“Hermano, ¿crees que existen esperanzas para la Umma musulmana?”.
Preguntó por el futuro de una nación a la cual creía que ambos
pertenecíamos indisputablemente, y esperaba ansiosamente cómo si mi
respuesta tuviera algún peso, y pudiera calmar sus evidentes
preocupaciones.
Tal vez más asombroso que su pregunta es
que no me haya sorprendido en absoluto. La suya es una pregunta
intra-generacional que jóvenes musulmanes han estado formulando incluso
antes de la decadencia y colapso final del Imperio Otomano, el último
Califato existente, con el fin de la Primera Guerra Mundial.
A pesar de importantes tumultos históricos, el Califato había existido
consistentemente desde los califas Rashidun (los califas ‘bien guiados’)
comenzando con Abu Bakr en 632 d.C., después de la muerte del Profeta
Muhammad.
Las preguntas del joven invocaron tanta historia y
una multitud de significados. Pocos historiadores y ‘expertos’
occidentales (especialmente los que intentaron comprender el Islam a fin
de aplicar su conocimiento para propósitos políticos y militares)
pueden posiblemente comprender el peso emocional de esa pregunta.
“Umma” en la pregunta del joven, no significa exactamente ‘nación’ en
el sentido nacionalista relativamente moderno. Los musulmanes no son una
raza, pero existen en todas las razas; no comparten un color de piel, o
un estilo de vida per se, o un lenguaje común, incluso si el árabe es
el lenguaje original del Sagrado Corán.
Umma es una ‘nación’ que se basa
en un conjunto de valores morales eternos, originados en el Corán,
encarnados en las enseñanzas y el modo de vida (Sunnah) del Profeta
Muhammad, y guiados por la Ijtihad ‘diligencia’ –explicada como el
razonamiento independiente– de eruditos musulmanes (ulama) basados en el
Corán y Sunnah.
Naturalmente, el fracaso del Califato creó
una crisis que demasiadas dimensiones. Tuvo lugar la descomposición
geográfica de la Umma musulmana, que a pesar de la singularidad cultural
y lingüística de los diversos grupos de esa “nación”, la Umma siempre
poseyó fundamentales marcos valóricos políticos y sociales.
Sobre la
base de ese legado antiguo, pero constantemente reanimado legado (de ahí
‘Ijtihad’), los musulmanes poseyeron su propia equivalencia de la
Declaración Universal de Derechos Humanos, las Convenciones de Ginebra,
códigos civiles y mucho más a partir de hace casi 14 siglos.
Lo que fue más crítico que la descomposición geográfica de la Umma fue
el colapso del tejido mismo de la sociedad, la desintegración de las
leyes que regían cada relación individual o colectiva, toda transacción
comercial, reglas respecto al medioambiente, la beneficencia, la ley de
la guerra, etc.
Tuvo lugar otra disolución: la de los valores morales
auténticos y orgánicos que permitieron que la Umma persistiera mientras
tantos imperios fracasaban, y floreciera donde otros decaían. El sistema
orgánico autopropulsado fue reemplazado por alternativas que se han
deteriorado todas hasta la última.
Y ahí es donde comenzaron las raíces del ‘musulmán indignado’.
La Umma sigue viviendo como un ideal que transciende el tiempo y el
lugar. Persiste a pesar del hecho que el último siglo había afectado
increíblemente a todas las naciones musulmanas, sin excepción. Incluso
el éxito de numerosas naciones en la obtención de su independencia de
los poderes coloniales que destruyeron el Califato no enfrentó de
ninguna manera la crisis original de la otrora predominante, integral,
Umma musulmana.
Las sociedades musulmanas colonizadas terminaron por
adoptar las reglas y leyes de sus antiguos colonizadores, y siguieron
oscilando dentro de su esfera de influencia.
Las naciones
musulmanas posteriores a la independencia fueron una abominable mezcla
de tribalismo y nepotismo, con una interpretación interesada del Islam y
de leyes y códigos civiles occidentales que estaban todos adaptados con
tanto cuidado para asegurar la supervivencia de un status quo
totalmente corrupto; donde gobernantes locales aseguran la supremacía
sobre colectivos derrotados, desorientados, y potencias occidentales
sustentan sus intereses por todos los medios necesarios.
Como era de esperar, un status quo semejante no podía posiblemente ser
sustentado. Una sociedad civil fuerte y coherente no tenía ninguna
probabilidad de supervivencia bajo regímenes opresores, y con la falta
de educación u oportunidad, o las dos cosas, generaciones de musulmanes
padecieron extrema desesperación.
Como escape de sus
infortunios inmediatos, numerosos musulmanes buscaron inspiración en
otros sitios. Vieron en Palestina una bandera de lucha, porque la
continua resistencia a la ocupación extranjera era una indicación
simbólica de un pulso colectivo.
El amplio apoyo que Hizbulá (un grupo
chií) recibió entre musulmanes suníes por su resistencia contra Israel
fue una indicación de que las divisiones sectarias empequeñecían al ser
comparadas con la necesidad de que la Umma musulmana se reagrupara
alrededor de principios como la justicia, reivindicando aunque sea un
ápice de su pasada gloria.
Pero fueron las invasiones
occidentales dirigidas por EE.UU. de Afganistán e Irak, las que marcaron
la línea de lucha como nunca antes. Cuando Bagdad cayó en abril de
2003, y mientras soldados estadounidenses sumergían tan vanidosamente
con sus banderas la antigua capital del Califato Abásida, muchos
musulmanes sintieron que su Umma había alcanzado la más abismal
humillación. (...)
Sin embargo, los jóvenes musulmanes ‘indignados’, alienados, constituyen
difícilmente un misterio, sino una inevitabilidad histórica totalmente
comprensible. Para muchos de ellos, aunque insistan en algo diferente,
la Umma y el Califato tienen más que ver con espacios incorpóreos que
con verdaderas fronteras geográficas.
Es un escape hacia la historia, de
la pobreza, la alienación, la opresión y ocupaciones extranjeras.
Entender esto es encarar verdaderamente las raíces de la violencia.
Ignorarlo no puede posiblemente ser una opción." (Ramzy Baroud, CounterPunch, en Rebelión, 30/06/2014)
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