Retrocedamos 50 años y caminemos por el Mercado de las Pulgas y Rue de Haute, en el centro de Bruselas,
a menos de un kilómetro de la Grand Place. Es 1964 y el sonido ambiente
de esa foto en blanco y negro es en castellano porque estamos en el
“barrio más antiguo de Bruselas, donde llegaron los españoles a partir
de los años 40”.
Lo explica Isabel, una belga que hizo el camino inverso
a los protagonistas de este reportaje. (...)
Los hijos, nietos e incluso bisnietos de esos pioneros,
como la pequeña Laia, hija de Raquel Becerril, belga de nacimiento pero
española de pasaporte, cuyos abuelos llegaron al despuntar los 60 a
Bélgica, se han difuminado por los barrios y localidades belgas. (...)
Hubo españoles que escogieron o se vieron forzados a viajar a los
vecinos europeos, a Francia, Luxemburgo o Bélgica. José Eloy fue uno de
ellos. Tras permanecer en 1939 en el campo de concentración de Argelès,
acabó en la década de los 40 en Le Havre, Normandía, donde fundó una
familia que mantiene vínculos con el país del ancestro. Su nieto, Nicolás Albert, vive en París pero habla perfectamente castellano. (...9
El historiador de la Universidad Libre de Bruselas, Ismael Rodríguez
Barrio, explica que entre 1945 y 1956 los trabajadores españoles en el
país eran pocos. Pero, “entre 1956 y 1965, tiene lugar el reclutamiento oficial para las minas.
En 1962, los permisos de trabajo se otorgan no sólo para las minas,
sino también para otros sectores diferentes como las canteras, la
metalurgia o el trabajo doméstico”. Empieza la gran explosión migratoria
al país gracias a la firma del Acuerdo Hispano-Belga de Emigración el
28 de noviembre de 1956.
Los españoles fueron parte de la carne de cañón de la bataille du carbón, la batalla del carbón,
que libró Bélgica tras la Segunda Guerra Mundial para incrementar a
pasos agigantados su producción y, así, atender la reconstrucción del
país. “Mi abuelo trabajó en la mina y nunca se quejó. Trabajó y se
adaptó, porque antes había empleo a punta pala”, dice Maximino.
Hablamos
de trabajadores con contratos de cinco años. “Eras legal,
legítimamente, venías con papeles, puestos de trabajo, menos casa traías todo”,
explica Facundo Hernández, que llegó a Bruselas en 1968. Pero sí, a
muchos incluso se les daba alojamiento, como al padre de Matilde López,
la madre de Raquel.
El desarrollo económico fomenta la emigración
masiva a Bélgica, un país que ha pasado desapercibido en favor de
destinos más populares como Suiza o Alemania. Pero Bélgica acogió a más de 100.000 españoles
que entraron a trabajar con contrato también en la metalurgia, la
industria pesada, la construcción y, ellas, las mujeres, en el servicio
doméstico.
En cuanto podían se traían a su familia. Así fue como
llegaron también Inocencio Becerril y su mujer, Matilde, cuando eran
niños.
El
Instituto Español de Emigración (IEE) cifró en un millón de personas la
emigración que entre 1959 y 1973 salió a Europa, el 70% de todos los
españoles que en un breve periodo de 15 años partieron con destino al
extranjero. El acuerdo entre España y Bélgica fue el primero de una serie de tratados similares con Alemania, Suiza, Holanda o Francia.
Crearon, como recoge el libro Mineros, sirvientas y militantes
de la historiadora Ana Fernández Asperilla, un éxodo hacia las
sociedades centroeuropeas, porque la investigadora suma las cifras de
irregulares y sus cálculos ascienden a dos millones.
Emigrantes españoles con destino a Holanda en los años 50 (por la ropa, me parecen de los 60)
Las leyes y organismos creados regularizaron un fenómeno que en los 50 era clandestino o irregular.
Así ocurrió en Suiza, adonde llegan españoles desde finales de esa
década y no será hasta 1961 cuando el IEE tome las riendas
paulatinamente.
Según sus cifras, más de 650.000 personas se desplazaron
a trabajar entre 1964 y 1971 con un contrato anual, que podía renovarse
cada año, o uno como temporeros por ocho meses. Alemania, por su parte,
recibió entre el 62 y el 77 a más de 350.000 trabajadores españoles,
aunque las autoridades germanas elevan la cifra a un millón de personas al incluir a quienes no formaban parte de esta 'emigración asistida'. (...)
Hasta el ducado centroeuropeo llegó Facundo antes de pasar por
Bélgica, un 15 de diciembre de 1964. Aunque en su caso fue sin los
'papeles' pactados por el franquismo, su hermano sí los obtuvo para
salir “en una expedición de emigrantes del Instituto de Emigración con
la que pasó a Francia y luego ya a Luxemburgo”.
La reagrupación familiar
no sólo se daba entre padres e hijos. En la localidad de acogida
esperaba una extensa comunidad de españoles para engañar al subconsciente con la falsa ilusión de una segunda patria.
En
Bruselas, los entrevistados hablan de más de 500 personas reunidas cada
noche del 31 de diciembre en el Centro García Lorca. En las costas de
Normandía, para nada un paradigma de la emigración económica, Nicolás
Albert bucea en la memoria de su padre y explica cómo “las familias españolas pasaban todos los domingos juntas. Allí mi abuelo José Eloy conoció a mi abuela y fundaron una familia”.
Inocencio y Matilde se conocieron en la boda de un familiar, una
celebración entre españoles, y reconocen que en su juventud salían con
parejas similares a cenar. Aun así, enseguida aclaran que “nuestros
padres se quedaron españoles, nosotros no somos españoles, tenemos un fondo pero no la misma mentalidad”.
Raquel vive entre esas dos aguas y explica que de pequeña, junto a su
prima, en el colegio flamenco les llamaban "las españolas". De
adolescente, su pandilla de amigos estaba integrada por bastantes
españoles que disfrutaban de su tiempo de ocio en Saint-Gilles, el
barrio donde 40 años antes habían desembarcado los emigrantes pioneros.
La
Doctora en Sociología y experta en migraciones de la Universidad de A
Coruña, Laura Oso, habla de otras emigrantes laborales, unas auténticas
pioneras. Las mujeres que en los 60 protagonizaron hacia Francia su primera salida al exterior sin una tutela masculina,
para trabajar como empleadas del hogar o porteras.
"Tienen un proceso
de migración circular, viven entre los dos países e incluso entre ellas
tienen una expresión que es con 'el culo entre dos sillas'”. Con ella
pretendían explicar cómo en Francia eran españolas pero en España las
consideraban francesas.
De madre belga, padre griego y belga de
nacimiento, Isabel vive una realidad similar “porque crecí allí
(en España), mis padres se fueron cuando tenía tres años, estudié y no
volví a Bélgica hasta los 14 años. Me siento belga pero tengo un problema de identidad, tengo una educación muy española”.
Bruno Tur, en su trabajo Estereotipos y representaciones sobre la inmigración española en Francia, afirma “que
partieron solas para emplearse en el servicio doméstico en París” y
romper así con la imagen otorgada por el franquismo, como amas de casa y
argamasa familiar 'intramuros' y con la presión colectiva que sólo veía peligros para ellas y un Rubicón de madurez para ellos.
El investigador del Centre de Recheches Ibériques et Ibéro Américaines
de la Université de París, señala que los peligros eran “caer en una red
de prostitución o ser engañadas por un hombre” además de entrar en “contacto con la sociedad francesa, que supuestamente pervertía a las jóvenes y las alejaba de la moralidad sana”.
En 1968, Francia albergaba en torno a 600.000 españoles y casi un 50%, 284.000 concretamente, eran mujeres.
El reagrupamiento familiar de los emigrados durante los años 50 y la
llegada de estas mujeres pioneras, que dieron pie al mito de 'Conchita'
en Francia, según explica la Profesora Titular de la Universidad de A
Coruña, explican esta igualdad de ambos géneros al otro lado de los
Pirineos.
Y “aunque la comunidad era cerrada, incluso con matrimonios de
hijos españoles” dice Oso, su descendencia tuvo una integración
socioeconómica buena, con estudios medio-altos y bastante movilidad
intergeneracional.
El mito del retorno está presente desde los primeros emigrados hasta
sus descendientes, de forma simbólica o como voluntad manifiesta de
regresar a la tierra de los ancestros. Desde Nicolás, que aprendió el
castellano porque su abuelo exiliado le hablaba en ese idioma, o Inocencio
y Matilde que debían hablarlo nada más entrar en casa aunque sus padres
les dijeran que en las calles bruselenses lo hicieran en francés, hasta la de los emigrados que tras varios años en el destino, ahorran y pueden volver.
“Los
españoles antiguos, los de la generación de mis padres, aquí no se
quedan”, afirma Maximino sobre la presencia en Bélgica de los primeros
emigrantes. Sucedería en varias etapas, pero normalmente al finalizar sus contratos laborales regresaban con unas mejores condiciones económicas
a España.
“Mis padres ahorraron un poco y sólo pasaron 15 años en
Bélgica”, reconoce Inocencio, para ejemplificar un proceso difícil de
cuantificar pero que ocurre.
Sin embargo, él ya no lo hará entre
otros motivos porque prefiere la sanidad belga y, aunque resulte
paradójico, también la comida en este país. Habla de las diferentes
culturas gastronómicas que hay Bruselas, un mestizaje de sabores que
afirma no encontrar en España.
Un símbolo de que ya está plenamente
integrado. Palabras que seguro chocarían a Maximino que, ante la
pregunta de por qué quiere regresar cuando ya ha nacido en Bélgica, se
asombra y responde taxativamente “mi sangre es española. Si un día me jubilo, si llego, volvería a España”.
El mito del retorno está presente en las mayores y en los jóvenes como las tortugas y los elefantes,
según la doctora en sociología. Los descendientes serían las primeras
porque regresan a donde se ha nacido, al lugar de su familia. Los
elefantes serían los emigrados de los 50 y 60, que de mayores vuelven
para morir." (Alexandre Mato. Bruselas , El Confidencial,
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