"(...) En 1975, todo el mundo que militaba en partidos o grupos ilegales y
clandestinos, desde liberales a comunistas, estaba de acuerdo en que a
la pregunta: “Después de Franco, qué”, formulada en 1961 por Dionisio
Ridruejo en inglés, como título de un artículo para The Monthly, y por
Santiago Carrillo en español como título de un libro publicado en
Francia en 1966, la única respuesta posible era: después de Franco, un
periodo, un proceso, una fase de transición.
Transición se declinaba así
como elemento del grupo preposicional predicativo de proceso o periodo:
nadie hablaba de la Transición, sino de un periodo de transición. Y de
lo que se discutía no era del final del proceso, en el que todos estaban
de acuerdo: unas Cortes constituyentes; sino de los pasos a ellas
conducentes: amnistía, libertades, autonomías…, y del sujeto encargado
de dirigirlo: gobierno provisional, gobierno de concentración
democrática o, simplemente, como había aprobado en diciembre de 1959 el
VI Congreso del PCE, gobierno de transición.
Pero una vez
culminado el periodo o proceso de la que ella era predicado, transición
se convirtió en sujeto liberado de preposición y levantó el vuelo por su
cuenta saltando enseguida de categoría: proceso de transición, que
siempre se escribía en minúscula, pasó a ser Transición, con mayúscula, y
de un periodo sin fechas fijas de principio ni de fin se convirtió en
un acontecimiento del género que los historiadores franceses llaman
matricial: un événement matriciel, como El domingo de Bouvines o la
revolución bolchevique.
Así, de un proceso que necesitaba ser explicado
en cada uno de sus pasos, Transición mutó en acontecimiento matriz
explicalotodo. Y todo quiere decir, mirando hacia atrás, cada etapa del
proceso, como el “consenso”, que tras erigirse en una categoría
metahistórica, explica la Transición sin necesidad de ser él mismo
explicado; y mirando hacia adelante, lo ocurrido en la política, la
economía y la sociedad desde que el proceso puede darse por terminado,
ya sea en 1978, en 1982 o en 1986.
De manera que un proceso de
transición como el español, caracterizado por la incertidumbre y la
improvisación, por la violencia criminal y los obstáculos de que estuvo
sembrado el recorrido, por la movilización obrera y ciudadana y los
pactos, se nos ha convertido en un acontecimiento, la Transición, pieza
sin fisuras, producto de un diseño elaborado por los poderes fácticos al
que se atribuyen cualidades que definen su ser o esencia: Transición
mito y mentira, Transición amnesia y borradura de memoria, Transición
traición y así sucesivamente. Un acontecimiento que determina el futuro,
tan atado y bien atado como lo pretendía el régimen al que sucedió.
De
hecho, las actuales prédicas sobre el agotamiento, la agonía, los
estertores o el último suspiro de la Transición como régimen, parten del
supuesto de que en aquel acontecimiento es donde hay que buscar la
causa de todos los males del presente, del bipartidismo a las tensiones
territoriales, de la corrupción al aumento de la desigualdad, de los
salarios de miseria al éxodo de jóvenes en busca de trabajo. La culpa,
ya se sabe: la Transición.
El pasado siempre se manipula según los
intereses del presente: tal es, como recordaba Georges Duby, la función
de la memoria. Y aquí, sin olvidar lo que esa manera de ver tiene de
ceguera voluntaria dirigida a ocultar las responsabilidades de lo
ocurrido desde 1982 a 2014, es claro que si en lugar de la Transición,
volvemos al proceso de transición, nada de lo que se le atribuye data de
aquel tiempo. (...)
De la Transición como régimen se podrá hablar si lo que se pretende,
manipulando el pasado, es deslegitimar o socavar el actual sistema
político atribuyéndole un pecado de origen cuya culpa habría de pagar
muriéndose y desapareciendo de escena: las reservas para empezar una y
otra vez de cero son, entre españoles, inagotables.
Pero si de lo que se
trata es de someter a crítica las instituciones y las políticas
desarrolladas durante los 30 años que median desde el fin del proceso
hasta hoy, sería más fructífero abandonar las mayúsculas y explicar por
qué, cómo y en qué han fallado esas políticas y esas instituciones. La
Transición como acontecimiento no es más que una entelequia: atribuirle
los males presentes con el propósito de cambiar el pasado es el mejor
camino para perder el futuro." (
Santos Juliá
, El País, 20 JUL 2014 )
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