2/3/16

El flamenco es un estado de ánimo, que no hay quien lo entienda... es una música totalmente mestiza, consiste en transmitir y emocionar... es una gran celebración de la vida, el duende no sale a bajo cero

"(...) ¿Y si la que canta es Carmen Linares?

¡Ah! Eso es otra cosa. Me quedo vacía. Pero hace tiempo que me lo tomo de otra forma: intento relajarme, porque sé que si yo no lo paso bien, el público tampoco. El flamenco es muy difícil. Si no estás fuerte y bien, o tienes problemas personales, si no estás confiada con el sonido y con el público, o si tu voz no responde a tu cabeza (que a veces también pasa), es muy difícil transmitir al público. Pero cuando todo está bien, ah, es la gloria.

¿Será que el flamenco es un estado de ánimo?

Sí, un estado de ánimo que no hay quien lo entienda.

¿Y cómo recibe el público de fuera de España el flamenco?

Con un gran respeto. Como dice Zubin Mehta, el flamenco es la esencia de la cultura. Y eso mismo lo sabían ya las vanguardias del siglo XX, los poetas de la Generación del 27, músicos como Stravinski, Albéniz, Falla, Debussy, Rimsky Korsakov, Miles Davis... 

Por algo los extranjeros inteligentes siempre que vienen a España quieren oír flamenco. El flamenco es un tesoro, una música de una calidad excepcional, un arte popular hecho por profesionales.

¿Cuál es el sitio más exótico en el que ha cantado?

En Nueva Zelanda, quizá. Y en Sydney hice un recital yo sola con una guitarra. La gente enloquecía. ¡Y eso que no entienden las letras!

El flamenco salió del gueto, de las cuevas, de las hogueras, y hoy se come el mundo.

Sí, gracias a los artistas salió y ahora, afortunadamente, hay otra forma de escuchar, cada vez actuamos más en los teatros, que es lo suyo, y la gente va a escuchar el cante, no a comer jamón. Eso hay que agradecérselo a artistas como Carmen Amaya, Pilar López, las compañías de baile antiguas, la de Antonio, la de Gades… Ellos abrieron el camino.

Y así se olvidó el trauma del franquismo, que convirtió el flamenco en una exhibición de tipismo malo.

Sí, había mucha confusión, lo convirtieron en una españolada, le metieron todos los tópicos, la maceta, la copa de fino, la reja… El flamenco es otra cosa, más profundo y mucho más vital.

Un arte difícil de aprender en las academias.

A cantar se aprende escuchando, con mucha afición, yendo a ver a los compañeros, en el trabajo diario de los tablaos, teniendo las orejas bien abiertas, escuchando muchos discos, los cantes de los artistas antiguos, Tomás Pavón, Manuel Torre, Antonio Chacón… Lo esencial es que te guste la vida y la cultura flamenca.  (...)

Mi madre escribía cartas para el sorteo y un día, una vecina de Ávila, de la calle Batalla de Belchite, oyó por la radio que nos había tocado el premio y subió gritando para decírnoslo. Fue una alegría muy grande, porque en casa no teníamos dinero para comprar uno, y ese tocadiscos me dio la vida. Mi padre fue a recogerlo y no tuvo más remedio que comprar algunos discos, y recuerdo que compró de Porrina, de Mairena, de Marifé y de Fosforito. ¡Eso fue un mundo para mí!

Descubriendo el tesoro…

Fue un descubrimiento, sí, pero lo malo es que yo no tenía físico de cantaora, era muy flacucha, y me tentaron mucho para hacer copla, pero a mí lo que me gustaba era la siguiriya, la soleá, los cantes más serios. La antología de Mairena me la había embebido entera, y la de Caracol me la llevé a Estados Unidos en una casete, y oía esas casetes como loca. Aquello no era estudiar, era gozar. Los de la gira me llamaban “La Niña del Tape”, todo el día oyendo flamenco, en el autobús, en los camerinos… Así me fui metiendo en manteca.

¿Y le gustaban más las cantaoras o los cantaores?

Igual. Me gustaba mucho La Niña de los Peines, La Perla, La Paquera, La Fernanda por soleá… Pero empecé cantando por Fosforito y aprendí mucho de Mairena, de Matrona, de Caracol, de El Gallina, de Varea…

¿Recuerda aquel ambiente flamenco como machista? ¿La recibieron bien siendo mujer?

Iba siempre con mi padre, que era muy simpático y muy buen aficionado, y me respetaban mucho. “La niña, la niña…” Y la niña siempre estaba metida en los saraos. Y ellos me enseñaban muchas cosas. Matrona me dijo: “Tú, con esa voz, tienes que meterle mano a la malagueña, a la taranta, a la granaína…”. Y todavía recuerdo que vino a oírme cantar una noche, con 80 años y su bastón, el hombre tenía una afición…

Y mucho ingenio, según dicen los que le conocieron…

La gracia que había en esa época ya no la hay ahora. Había muchos que tenían mucho ingenio, eran gente muy flamenca… Después del trabajo en Chinitas nos íbamos todos juntos de fiesta, y nos daban las cinco o las seis. Había mucha comunicación.

Era más una forma de vida que un trabajo.

Los flamencos vivían para el flamenco, el flamenco era su religión. Adoraban su arte y el de los demás. Iban a escucharse unos a otros, había una admiración y una unión preciosa. Eso se perdió. Ha cambiado la vida, y hemos perdido en unas cosas y hemos ganado en otras.

Antes había más tiempo…

Sí, comenzaron las prisas, muchos artistas volvieron a Andalucía, las tertulias se fueron acabando, y cambió la manera de ser artista. Recuerdo las noches flamencas del Café Silverio, nos pagaban tres mil pesetas que inmediatamente nos las gastábamos allí mismo en copas invitando a los amigos. También tengo en la memoria el primer festival flamenco que se hizo en el Palacio de los Deportes de Madrid, se llenó hasta la bandera. Y cómo no recordar la Cumbre Flamenca del Teatro Alcalá Palace (en 1984) que organizaron Juan Verdú, Paco Sánchez y Miguel Espín. Esos espectáculos crearon muchísima afición en Madrid... (...)

En esa época estaban haciendo la revolución flamenca Paco de Lucía y Camarón, consiguiendo que los discos vendieran por fin cifras más razonables, más acordes con la calidad de esa música.

Sí, Paco y Camarón fueron importantísimos, pero yo creo que el más revolucionario de todos ha sido Enrique Morente.

Que por ejemplo hacía recitales de cante en la universidad franquista casi a hurtadillas.

Sí, con otros cantaores como Menese y Gerena; no se los llevaron presos de milagro. Aquella época fue muy dura, pero esperanzadora.

Y poco a poco el flamenco dejó de ser una sociedad casi secreta.

Sí, ya grababas, hacías recitales en teatros como solista, ibas de gira, salías en televisión, te juntabas con otros músicos… Así pude cantar El amor brujo en la Bienal, y luego grabar las Canciones populares de Lorca, que me abrieron muchas puertas…

Pero fue crucial en su carrera la antología del cante de mujer, que enseñó por un lado la gran riqueza histórica del flamenco femenino y por otro su gran diversidad de registros.

No lo hice con una intención feminista, pero sí, sirvió para ver la importancia que la mujer había tenido en el cante, y para mí fue importantísimo también, era la primera vez que se hacía una antología así. No lo he vuelto a escuchar; es curioso, pero nunca escucho lo que grabo. Lo oigo tantas veces en el estudio que luego no lo quiero oír más. Aunque lo podía haber hecho mejor, y no lo digo por decir, sigo contentísima de ese trabajo.

¿Quizá ése fue el disco en el que encontró su voz propia?

Camarón nos influyó mucho a todos. Él fue el filtro de todo el cante antiguo. Pero no se le puede imitar, porque era único: tenía una personalidad enorme, todo lo hacía suyo. Lo que hizo fue enseñarnos el camino: oír muchas cosas, asimilarlas y luego hacerlas tuyas. Que la carrera es larga y no hace falta correr, y que, cuando llega el momento, todo lo que haces suena a ti. Y entonces puedes jugar y divertirte. Y cantar cada vez mejor.

Con su personalidad…

Claro, en eso consiste la evolución del flamenco, lo interesante es aportar tu forma y siempre me ha interesado mucho andar caminos nuevos. Si no hubiera cogido ese tren no hubiera sido yo misma, habría sido como un gramófono. ¿Cómo vas a ser auténtica si no transmites lo que te gusta? La pureza del flamenco, si tiene alguna, porque es una música totalmente mestiza, consiste en transmitir y emocionar. Si calcas o imitas, ¿dónde está el sentimiento?

¿Y dónde la libertad del artista? Como dijo Barishnikov, el flamenco es una gran celebración de la vida.

¡Eso es precioso! Por eso hay que elegir siempre el camino de la libertad. No hay que tener miedo al flamenco. Hay que arriesgar. Simplemente hay que cantar como uno siente. Adaptar los cantes a tu sensibilidad. Respetando tus condiciones de voz, todo es posible.

O también la de otros músicos, como en el disco Locura de brisa y trino, de Manolo Sanlúcar.

Sí, ahí cambié mucho mis registros, me adapté a su música. En cambio en Un ramito de locura soy más yo, o más bien fue un disco hecho a medias con Gerardo Núñez. Seguramente, ése es el disco que yo más he trabajado con la guitarra.

Un instrumento que ha crecido increíblemente en los últimos tiempos.

Uff, ahora hacen diabluras, armonías diferentes, tienen mucha más preparación. Por otro lado, hoy es todo más difícil y subirte al escenario te asusta más: hay que ofrecer mucho más que antes a la gente, dar algo que tenga interés, que sea mejor que lo otro. Hay mucho público que exige cosas distintas, nuevas: una soleá fresca, un rescate, un poema de Valente o de Borges…

De manera que el flamenco es un arte que suena milenario pero que en realidad es como un niño que está aprendiendo a andar.

¡Es un arte muy joven! Dicen que está ya todo hecho, pero yo creo que hay mucho por hacer. Hay un futuro enorme, aunque ahora todo se ha aflamencao y se venden cosas que no son flamenco como si lo fueran. Por eso hay que cuidar mucho este arte, ser muy respetuoso con él, y eso es una tarea de los artistas pero también de las instituciones, que lo tienen que apoyar y defender. Si a la ópera le dedican muchos millones los gobiernos, ¿por qué no al flamenco? Porque sin darle nada, llena siempre.

El verdadero arte povera: una voz, una silla y una guitarra.

Sí, pero el duende sin un buen sonido no viene. Hay que poner las condiciones para que salga. Si estás calentito en el teatro, cantas mejor. El duende no sale a bajo cero. Y aunque Lorca no sé qué diría de esto, algo de dinero no le viene mal al duende. 

Buenas luces, buen sonido, una Bienal bien organizada que ayude y financie a los jóvenes con ideas, un circuito que gire con las producciones de la Bienal… Con un poco de imaginación, dinero, voluntad política, es más fácil que todo el mundo sepa que el flamenco es un arte de una calidad inmensa. "                   (Miguel Mora, entrevista a Carmen Linares, Fragmento del libro La voz de los flamencos, editado por Siruela en 2008, CTXT, 14/10/2015)

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