"Con motivo del reciente aniversario de la muerte del
dictador Franco, se ha planteado una pretendida justificación de Adolfo
Suárez para eludir en la Transición un referéndum sobre
Monarquía/República.
Según esa versión, se introdujo la mención al Rey
(Juan Carlos) como jefe del Estado en la Ley para la Reforma Política,
que se sometería a referéndum en 1976. En realidad, en la Transición a
nadie sensato se le habría ocurrido una votación autónoma sobre la forma
de Estado, porque la extrema derecha, entonces muy potente, habría
votado contra don Juan Carlos, por considerarle “traidor” al franquismo.
Paradójicamente, el riesgo para la Monarquía de un referéndum no
provendría entonces de la izquierda republicana, sino de la ultraderecha
franquista. Hoy, 40 años después, la situación es muy diferente.
Es verosímil, aunque un tanto extraño, que para contentar
las peticiones democráticas extranjeras de referéndum y algunas
republicanas españolas, un tanto despistadas, Adolfo Suárez, o el propio
redactor de la ley, Torcuato Fernández-Miranda, se preocuparan de
incluir al monarca, desde el artículo primero, en esa ley, que sería
sometida a referéndum. Tras establecer que la potestad de elaborar y
aprobar las leyes “reside en las Cortes”, se añadía: “El Rey sanciona y
promulga las leyes”.
Pero la pugna no era entonces entre republicanos y
monárquicos, sino entre quienes propugnaban una democracia y quienes
defendían a capa y espada el continuismo del franquismo. Para esta
segunda opción había dos caminos: uno, mediante la persona señalada por
el dedo del dictador --no don Juan, sino Juan Carlos--, siempre que el
monarca permaneciera fiel a los “inalterables” Principios Fundamentales
del Movimiento y, en general, a la dictadura; y otro, mediante algún
modelo alternativo de jefatura del Estado, incluida una república
franquista.
A pesar de que la mera denominación de la República
desagradaba a los franquistas, a los que traía malos recuerdos (por
mucho que existieran repúblicas bananeras y antidemocráticas), si el
monarca designado por Franco no era obediente y dócil a la gloriosa
dictadura, la ultraderecha --uniformada o con camisa azul mahón-- estaba
dispuesta a todo.
Por el contrario, para quienes daban prioridad a la
democracia y apreciaban en el jefe del Estado (que ya había renunciado a
muchos de los poderes heredados de Franco) una voluntad de contribuir
al establecimiento de unas reglas del juego democrático, la exigencia
republicana para unos era innecesaria y para otros podía esperar.
La Ley para la Reforma Política --se tuvo cuidado en poner
“para”, en lugar del inicial “de”--, aunque se mencionara al Rey, fue
sobre todo útil, desde el esquema de la ley a la ley, como última de las leyes fundamentales, para que las Cortes orgánicas de Franco se hicieran el harakiri.
Tras una urgente tramitación, dirigida por Fernández-Miranda, el
18-11-1976 aquellas Cortes integradas por procuradores familiares,
sindicalistas verticales, gerifaltes del Movimiento, altos mandos
militares, obispos habituados a llevar a Franco bajo palio, percatados
todos ellos de que la reforma se haría con ellos o sin ellos,
convirtieron aquel suicidio en una fiesta: ¡425 procuradores votaron a
favor!, 59 en contra y 13 se abstuvieron. En el referéndum del
15-12-1976, el PSOE y el PCE pidieron la abstención, pero la reforma
--que abrió la puerta a las elecciones del 15 de junio de 1977, primeras
democráticas tras la dictadura-- se aprobó por un 94% de votos
afirmativos y un 2,6% de negativos, con un 77,4% de participación.
Democracia, con Monarquía dentro
El advenimiento de una democracia en la que aparecía
incrustada una institución como la Monarquía, a todas luces no
democrática, dada su legitimación biológica, no electoral, ¿cómo fue
acogida por la izquierda política? Curiosamente, el clamor de la calle
no reclamaba la República. Entre lo que se oía desde la izquierda,
destacaba: “¡Libertad, amnistía y estatuto de autonomía!”. Los gritos
contra la Monarquía (“¡no queremos Monarquía, ni Juan Carlos ni Sofía!”)
procedían de la ultraderecha.
La prueba de fuego fue la elaboración de la Constitución,
en la que había que instalar la jefatura del Estado. En la ponencia
constitucional, el texto que se aprobó fue propuesto por el nacionalista
catalán Miquel Roca: “La forma política del Estado español es la
Monarquía parlamentaria”.
El ponente comunista, Jordi Solé Tura, se
adhirió a la propuesta y confirmó lo ya manifestado por Santiago
Carrillo: el PCE no presentaría una enmienda republicana. En cambio, el
ponente socialista, Gregorio Peces-Barba, comunicó que el PSOE no solo
presentaría una enmienda republicana, sino que la mantendría “en cuantos
trámites fuera preciso”.
Los ponentes de UCD, muy angustiados por ese aviso,
trataron de localizar a Felipe González, que se encontraba de visita en
la Unión Soviética. Como revelamos en nuestro libro Crónica secreta de la Constitución Soledad
Gallego-Díaz y yo, el secretario general del PSOE, desde Leningrado,
“tranquilizó telefónicamente a sus ansiosos interlocutores: su partido
era republicano y defendería en la Comisión Constitucional del Congreso
esta postura, pero no tenía la intención de poner en tela de juicio toda
la Constitución en virtud de ella”. “El PSOE --anunció-- aceptará el
resultado de la votación que se produzca en dicha comisión”.
Y así ocurrió. Luis Gómez Llorente defendió el voto
particular republicano, que solo votaron a favor los socialistas,
quienes se abstuvieron en la votación del texto sometido a la comisión,
que resultó aprobado. Era el jueves 11 de mayo de 1978, y don Juan
Carlos lo relató así, al entrar en el restaurante madrileño en el que
había quedado a cenar con unos periodistas: “¡Felicitadme; me acaban de
legalizar!”
La actitud de la izquierda, tanto en la calle como en el
Parlamento, explica la aceptación en aquellos momentos de la Monarquía,
sin necesidad de referéndum. Especialmente, la posición pragmática del
grupo comunista. Santiago Carrillo reprochó al PSOE sus “actitudes
demagógicas, inconcebibles, por su falta de realismo, en un partido que
se propone transformar la sociedad”. Peces-Barba tuvo que defender el
voto particular como un servicio que se prestaba a la comunidad.
“Consulta popular”
Solo Heribert Barrera, en nombre de Esquerra Republicana
de Catalunya, tras manifestar que la Monarquía había sido introducida en
la Constitución “de refilón”, explicó que la única posibilidad de
legitimarla sería “la consulta popular previa y exclusiva sobre ella”, a
fin de borrar --dijo con su habitual flema-- “el pecado original de los
orígenes franquistas del nuevo régimen”.
Ya que entonces --hace 38 años-- no prosperó esta
iniciativa minoritaria, el referéndum sobre Monarquía o República
estaría justificado ahora, cuando hay una gran mayoría de españoles que
no tuvieron ocasión de votar en 1978 la Constitución --con Monarquía
incorporada-- y mucho menos, dos años antes, la Ley para la Reforma
Política.
En mi artículo Democracia y Monarquía, publicado en El País el
10-11-2007, recogía el asombro manifestado en 1977 por el veterano
periodista italiano Gian Piero Dell'Acqua “por la escasa oferta política
republicana para las primeras elecciones democráticas tras el
franquismo”, así como que, cuando el inteligente analista conoció mejor
la realidad española, “comprendió que la dialéctica política de la
transición no era Monarquía/República, sino democracia/dictadura”. (...)" (Bonifacio de la Cuadra, CTXT, 21/11/16)
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