"Un estudio reciente del Reuters Institute for the Study of Journalism de
la Universidad de Oxford llegaba a una sorprendente y reveladora
conclusión sobre la configuración de la opinión y los flujos de
información en la esfera pública de 2017.
Más de la mitad de la
ciudadanía se informa ya a través de redes sociales. Y de esa mitad, más
del 50% no recuerda correctamente las fuentes de la información (el
estudio se titula I saw the news on Facebook). En otras
palabras, pierden relevancia y autoridad las fuentes al tiempo que se
aplanan las jerarquías.
En la esfera pública ultrarápida y con más
información que nunca —que no mejor informada— del siglo XXI, para
muchos, una noticia pescada al vuelo en una red social tiene la misma
legitimidad que el trabajo serio de una investigación periodística
rigurosa. (...)
Tres procesos políticos recientes no se podrían entender sin analizar el
papel de estas nuevas dinámicas en la esfera pública: el Brexit, la
elección de Donald Trump y el procés en Cataluña. Tres procesos
de naturaleza política muy distinta que comparten el desfondamiento de
la esfera pública como espacio de discusión racional y entendimiento
colectivo.
O, como lo resumió atinadamente Máriam Martínez-Bascuñán en
estas páginas: “Lo que se ha roto es la conversación pública…, los
bandos en liza habitan en realidades paralelas… encerrados en una verdad
tiránica”.
(...) la adopción extendida de las tecnologías de la información y
los servicios derivados de estas en la última década y media han
acelerado claramente la tendencia (como diría Enric Juliana: “Fabricar
solemnidad en tiempos de Internet no es fácil”).
Para constatarlo solo hace falta analizar el testimonio que
ofrecieron en noviembre pasado tres grandes tecnológicas —Twitter,
Facebook y Google— al comité de inteligencia del Congreso
estadounidense. Facebook reconoció por primera vez que a lo largo de la
elección presidencial de 2016, 126 millones de personas (más de un
tercio de la población estadounidense) estuvieron expuestas a las fake news
diseminadas mayoritariamente por intereses rusos.
La compañía dio a
conocer también por vez primera los contenidos de algunos de los miles
de anuncios electorales producidos por la agencia paraestatal de
propaganda rusa Internet Research Agency. Un nuevo tipo de publicidad
electoral solo accesible por emisor y receptor que elude todas las
regulaciones, estándares de transparencia y mecanismos de rendición de
cuentas electorales.
Publicidades diseñadas para manipular segmentos
clave de la opinión pública y taladrar mensajes tipo los 350 millones de
libras semanales que supuestamente se ahorraría Reino Unido si ganaba
la campaña del Leave en el referéndum o el “no saldremos de la Unión Europea” de los independentistas catalanes. (...)
Lo que nos lleva a un aspecto fundamental del cambio de
modelo de esfera pública: la privatización —y comercialización— de la
conversación. En menos de 25 años hemos pasado de la utopía del Internet
libertario de los años noventa y la primera década del nuevo siglo a
una red privatizada y diseñada como escaparate comercial para beneficiar
los intereses de un puñado de grandes tecnológicas.
Sistemas
expresamente diseñados para lucrar con la llamada “economía de la
atención” a través de una selección sesgada que intencionalmente apela a
los extremos del discurso político. Una conversación “pública”
irónicamente mantenida dentro y reglada por plataformas tecnológicas
privadas (uwalled gardens se les llama en el mundo del software). El famoso “el medio es el mensaje” (1964), de McLuhan, llevado a su apoteosis.
Según el Interactive Advertising Bureau, en 2016 el 99% del
crecimiento de la publicidad digital se lo repartieron Facebook y Google
en exclusiva. Dejando solo migajas para los medios propiamente
informativos. La celebrada desintermediación de la información de hace
una década convertida hoy en esfera pública intervenida, más
centralizada que nunca.
La punta del iceberg de un fenómeno que algunos
analistas llaman surveillance capitalism (capitalismo de la
vigilancia). La articulación de un sistema económico basado en la
vigilancia pormenorizada de cada clic, movimiento físico, padecimiento,
influencia ideológica, amistad, etcétera. Todo monitorizado al instante y
al servicio de los intereses comerciales de este nuevo ecosistema
digital.
En un artículo reciente para Vox.com, David Roberts, el
primero en utilizar el término posverdad (en 2010, en el contexto de los
diferentes intentos por desacreditar investigaciones científicas sobre
el cambio climático), llegaba a la conclusión de que entramos en la era
de las “epistemologías tribales”.
Realidades cognitivas e informativas
paralelas que no se comunican entre sí y que intervienen en el debate
político motivadas por su propia versión de los hechos. Es decir, la
antítesis de ese espacio de conversación y entendimiento colectivo
llamado esfera pública que homologaba la realidad y que resulta
imprescindible para sostener el edificio democrático."
(Diego Beas es analista político. Es autor del libro La reinvención de la política (Península). El País, 23/01/18)
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